La fiesta de la insignificancia
Tan huérfano de apoyos se siente el flamante secretario general del PSOE que esta misma semana envió a su número dos, César Luena, a que hablara con Elena Valenciano -a la que defenestró como jefa de la delegación europea- para que mediara con su principal adversario en el congreso de julio, Eduardo Madina. Colaborará en la campaña y no llevará a Vizcaya una guerra absurda por las listas al Congreso.
"La Fiesta de la Insignificancia" es una novela corta sin más trama que la conversación, las ideas y las cavilaciones de unos personajes que rayan la caricatura, y en la que el checo Milan Kundera alterna lo cotidiano con lo trivial y lo absurdo. Todo en un sentir pesimista, escéptico y desilusionado de la esencia de la vida: la insignificancia de todo, la nadería. El autor, que finge como nadie la banalidad para esconder la gravedad, se ha inspirado en el comunismo totalitario, en los vínculos familiares y en la mediocridad del individuo moderno convertido en un ser banal, necio, carente de singularidad y excitado por los ombligos. Y, sin embargo, bien podría haberlo hecho en este PSOE del esperpento, incapaz de escribir su propia trama y en el que cada mes es una agonía, cada semana, un dolor y cada día una carrera por el sálvese quien pueda, incluidos los que forman parte de la dirección federal.
Todo en el socialismo es hoy también pesimismo, mediocridad y nadería. Y si encima los inquilinos de Ferraz preparan con mimo una gran fiesta por la autonomía y a la "estrella más esperada" le sobreviene un catarro (que no una gripe), pues aquello acaba en una verbena de la trivialidad y la menudencia como la del pasado fin de semana. "Mucha frialdad y poca relevancia en una jarana en la que Susana (Díaz) ocupó en espíritu todo el espacio. Un ambiente apático y extraño". Así define un destacado barón la Conferencia Autonómica que, como pistoletazo de salida a las elecciones de mayo, el PSOE celebró en Valencia. El mismo interlocutor reconoce que el secretario general hizo un serio esfuerzo en el discurso de clausura -pese a plagiar intervenciones y lemas de las campañas de Zapatero, Valenciano y Rubalcaba- por subir el tono, olvidarse por fin de Podemos y llamar a los suyos a la unidad y la fortaleza. Pues nada: ni cohesión ni vigor, pese al intento fallido de Sánchez por "autoafirmarse" después de varias semanas de pasión y luchas intestinas en las que se le ha borrado la sonrisa.
Los socialistas siguen divididos entre quienes ven en el liderazgo de Sánchez un experimento fallido con pronta fecha de caducidad y quienes invocan la legitimidad del secretario general para ver cumplida su aspiración de ocupar el cartel electoral de las próximas generales; entre quienes defienden una catarsis antes de que la formación de Pablo Iglesias les robe en las urnas la hegemonía de la izquierda y quienes relativizan el auge de Podemos; entre quienes impostan un falso cierre de filas y quienes aguardan el resultado de mayo para saltar a la yugular de un secretario general cada vez más disminuido y cercado por los cuadros dirigentes del partido.
Tan huérfano de apoyos se siente el flamante secretario general que esta misma semana envió a su número dos, César Luena, a que hablara con Elena Valenciano -a la que defenestró como jefa de la delegación europea- para que mediara con su principal adversario en el congreso de julio, Eduardo Madina. La mediación acabó en una larga conversación entre el vasco y el secretario de Organización del PSOE el pasado martes en el Congreso de los Diputados, donde Luena trasladó a Madina el deseo de Sánchez de que colaborase con la actual dirección y tuviera mayor visibilidad pública.
A diferencia de Carme Chacón cuando perdió el cónclave de Sevilla frente a Rubalcaba, el diputado vizcaíno no ha emitido, ni enredado desde el pasado julio. No ha hecho una declaración crítica, no ha puesto en cuestión la estrategia de Sánchez en público, no ha concedido una sola entrevista y no ha pisado un plató de televisión. Se da la circunstancia de que el repentino interés de Sánchez por dar espacio a Madina ha venido después de que se supiera que Susana Díaz ha reconstruido con el vasco los puentes que ambos rompieron tras el congreso de julio, cuando la presidenta andaluza puso todo el aparato orgánico de su federación al servicio de la candidatura del hoy secretario general.
Madina trasladó a Luena su disposición a colaborar en la campaña de las elecciones andaluzas y también en la de las municipales y autonómicas, le dijo que seguirá en un discreto segundo plano sin dar la lata y que no llevará a Vizcaya a una guerra absurda por las listas al Congreso, donde lo más previsible es que el primer puesto lo ocupe Patxi López, ya que apoyó a Sánchez en el congreso federal y hoy forma parte de su Ejecutiva. A pesar de su derrota de julio y de que no quiere protagonismo alguno en esta etapa del PSOE, el vasco sigue siendo un referente respetado y valorado entre la militancia. No en vano sumó un 36 por ciento de apoyos en aquél cónclave. Es este porcentaje el que probablemente ha movido a Sánchez del silencio al ruego para lograr que el que fuera su principal competidor se implique con su equipo. Pero en la pugna, Sánchez-Díaz, es probable que el siempre inescrutable Madina, como la inmensa mayoría del PSOE, también lo tenga claro.
El secretario general de los socialistas, que se lamenta cada día de la falta de apoyos de los cuadros dirigentes, lo tiene complicado. Su calvario empeora por semanas. Si hace dos se lamía las heridas por los ecos de la entrevista de Zapatero y Bono con los dirigentes de Podemos y el entusiasmo que el ex presidente mostró en la Cadena Ser por el liderazgo de Susana Díaz, la pasada pedía apoyo a los barones tras asumir la cadena perpetua para salvar el pacto antiterrorista alcanzado con Rajoy. Y esta que entra... Esta que entra le viene una encuesta del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) que sitúa al PSOE como tercera fuerza política, detrás de Podemos, la misma formación que reventó con 300.000 personas la puerta el Sol el sábado mientras el mismo día él, en Valencia, tuvo dificultades para llenar el salón donde celebraba una Conferencia Autonómica que acabó siendo una fiesta de la insignificancia.