Colau y sus circunstancias
Si faltaba un personaje esperpéntico en la política catalana, aquí llega la alcaldesa de Barcelona. Ada de día; Colau de noche. Lo mismo dice que está en contra del referéndum del 1-O porque no es legal, que vota en el mismo pero no reconoce como válido el resultado. El alma mater del partido de Catalunya en Comú no sabe (o sí) si sube o baja, si está a favor o en contra de la independencia; si Cataluña es o no una república o si Puigdemont sigue siendo o no el presidente de la Generalitat.
Todo depende de sus circunstancias, de la presión en las redes sociales y de las encuestas, sobre todo de las encuestas. Las más recientes no son muy favorables para la formación que lidera. De ahí que todo en esta activista de verbo ágil sea en los últimos tiempos tan táctico como ambiguo. Luego, eso sí, habla con grandilocuencia de los espacios de convivencia, de las renuncias mutuas, de preservar las instituciones y de la necesidad de buscar soluciones desde la izquierda.
Su última finta ha dejado sin palabras a propios y extraños. También a los de Podemos que, de momento, no han emitido respuesta. Año y medio después de haber firmado un acuerdo con los socialistas para dar estabilidad al Ayuntamiento de Barcelona, Colau ha decidido esconderse tras una consulta a la militancia para expulsar del Ejecutivo local a los de Miquel Iceta. Lo ha hecho, según sus propias palabras en Twitter, desde "la radicalidad democrática".
Convendría que en este mundo actual de la política líquida la alcaldesa de Barcelona aclarara, cuando menos, qué entiende por democracia porque ésta, sin duda, también es el escrupuloso respeto a las reglas y a los acuerdos suscritos. De momento, en el que aparecía su firma al lado de la del socialista Jaume Collboni y acaba de dinamitar se decía literalmente:
"(...) Este es un pacto de Barcelona y por Barcelona, En todos aquellos asuntos que no hagan referencia al gobierno de la ciudad y que, eventualmente, sean objeto de debates y votación en el consejo plenario o en cualquiera de los órganos de gobierno de la ciudadana, los firmantes se pronunciarán de acuerdo con sus compromisos electorales y con total libertad de voto (...)".
He aquí el entrecomillado suscrito en mayo de 2016 con el que comunes y socialistas protegían su eventual entente de cualquier debate nacional. Dicho de otro modo: fuera del ámbito local, los circunstanciales socios anteponían por escrito su colaboración municipal a cualquier posición política o ideológica que tuviera que ver con el llamado conflicto catalán.
Y si había dudas, el documento era aún más explícito: "(...) Respecto al debate sobre el futuro político y nacional de Cataluña, las barcelonesas y los barceloneses tienen pareceres distintos que se expresas políticamente en un amplio abanico de opciones. Los grupos políticos firmantes de este acuerdo establecen que, en todo aquello que afecte a esta cuestión, cada formación política actuará y se expresará en el Consistorio y públicamente en coherencia con su programa político.
En este sentido, el PSC defiende una reforma federal de la Constitución y Barcelona en Común la celebración de un referéndum de autodeterminación en Cataluña. Este es un acuerdo que expresa un compromiso hecho desde Barcelona y por Barcelona".
Así que la decisión, que los socialistas esperaban por otra parte desde hace semanas, es obvio que responde más a la pérdida de apoyos electorales de los comunes que pronostican todas las encuestas que a que los socialistas hayan apoyado al PP en la aplicación del 155, como ha pretendido hacer creer la alcaldesa. El PSC estuvo tan en contra como el partido de Colau del 155 e hizo cuanto pudo para impedirlo. Con la DUI ya aprobada en el Parlament, si la aplicación del demonizado artículo se limitó en un tiempo corto fue, en buena medida, por la presión que el PSOE ejerció sobre el Gobierno de Rajoy.
Así que no es el 155, la decisión de Colau -que sin duda dificulta cualquier posibilidad de entendimiento entra la izquierda tras las elecciones de diciembre- sólo pretende abanderar una suerte de tercera vía frente a la política de bloques con la que alcaldesa busca sumar votos desde espacios transversales para darle la vuelta a los sondeos, que sitúan ya al PSC por delante de los suyos.
Por eso, a diferencia de las anteriores autonómicas en las que Colau decidió no implicarse en la candidatura de Catalunya Sí que es Pot, ahora quiere jugar en primera posición achicando de paso el espacio a un Podemos al que la ambigüedad de la alcaldesa está restando crédito y apoyos en el resto del territorio nacional.
Ni en la formación de Iglesias son capaces de explicar el papel de la alcaldesa, quien en el mismo fin de semana ha participado en una multitudinaria manifestación de apoyo a los exconsellers encarcelados, ha cargado sin piedad contra un "independentismo irresponsable que ha engañado a los catalanes con promesas falsas", ha criticado con dureza a un Puigdemont al que considera aún presidente de un "gobierno legítimo" y ha echado del gobierno a un PSC con el que había serias posibilidades de entendimiento tras el 21-D para un nuevo pacto de convivencia.
Su zigzagueo, como reconocen desde la propia izquierda, sólo se entiende en el marco de una huída hacía adelante sin brújula en la que se han embarcado todos partidos catalanes, con la excepción de los que gritan ¡linchamiento!. Sólo PP y Ciudadanos tienen clara su hoja de ruta.
¿Queda alguien ahí que piense en cómo organizar la convivencia tras el 21-D y no en cómo preservar sus siglas? No parece.