Yo sí quiero la donación de Amancio Ortega
Hace unos días saltaba la polémica tras conocerse que varias asociaciones para la defensa de la sanidad pública rechazaban la donación de Amancio Ortega de 320 millones de euros para combatir el cáncer con equipos de alta tecnología.
Entre las razones que esgrimen, está que la sanidad debe financiarse con impuestos y no con limosnas o caridad, que los ricos deben tener una fiscalidad más alta y que los profesionales sanitarios somos los que deberíamos decidir dónde hace falta el dinero.
Desde mi visión de profesional sanitario, quizás destinaría parte de ese dinero a la Atención Primaria donde se puede hacer mucho por la promoción de hábitos de vida saludables que pueden disminuir la incidencia de cáncer, así como cribados y detección precoz. Pero no por ello rechazaría la donación, si no que probablemente sugeriría al donante una redistribución de los millones.
Aceptamos que se salga a la calle con huchas donde cada ciudadano que quiera o pueda, deposite unas monedas con frases como «En tu donación puede estar la cura del cáncer» o «Toda ayuda suma», pero no aceptamos que una de las mayores empresas de este país llene esa hucha. Porque para recaudar 320 millones de euros hay que salir muchos días durante muchos años a la calle. Si alguna vez habéis hecho una donación a alguna de las asociaciones contra el cáncer, o si os habéis pateado plazas y calles hucha en mano buscando la solidaridad de la gente, sabréis como yo que si al final de la mañana has reunido 30 euros te puedes dar por contento.
El orgullo no salva vidas.
Invitaría, si pudiera, a que alguien de esas asociaciones que rechazan la donación estuviese una mañana en la unidad de oncología de algún hospital. Cara a cara con los pacientes y sus familias, mirándoles a los ojos. Viendo como un diagnóstico les cambia la vida o, peor aún, la incertidumbre. La duda. Esa sí que te mata por dentro. El no poder confirmar un diagnóstico (o confirmarlo tarde) y no saber si el tratamiento va a ser quimio, cirugía o los cuidados paliativos porque el TAC es viejo y se ha estropeado. O porque en este hospital de tercer nivel no tenemos tecnología punta y hay que esperar a que el hospital de referencia nos de cita para el PET (sí, en las ciudades pequeñas también vive gente que va a hospitales pequeños). Y cuando la paciente o su pareja te preguntan qué pueden hacer ellos, les contestas que nada, esperar. Esperar semanas a que la citen para una prueba a más de cien kilómetros de su casa, sin saber si el cáncer se reproduce o no.
Sí, yo quiero la donación de Amancio Ortega, pero también quiero que la fiscalidad sea justa. Pero esa donación la quiero porque la necesitamos. Quiero una sanidad pública y financiada por impuestos procedentes de una hacienda justa y sin amnistías fiscales, pero mientras no llega o por si no lo hace nunca, gracias por la donación.
Si el dinero de Ortega sirve para que alguien no desarrolle cáncer, se trate a tiempo o no pase por lo que pasan a diario miles de personas en este país, lo quiero. Y si la familia Ortega lo hace como opinan algunos por un “lavado de imagen”, pues allá ellos con su conciencia, no veo que otras grandes familias de este país como los Pujol, por poner algún ejemplo, hagan donación alguna. Y a lo mejor tenían más que lavar.
Quiero los equipos de alta tecnología, pero también quiero personal para manejarlos y reducir las listas de espera. De poco nos servirán si no hay personal sanitario que los maneje o que lo haga sólo en horario de mañana y de lunes a viernes porque de tarde o los fines de semana no hay nadie en plantilla para hacerlo. Señores consejeros de salud, ya que se han ahorrado un buen pellizco en la compra de tecnología, inviértanlo en la contratación de personal.
Así que señores y señoras de las asociaciones que se han manifestado en contra de la donación, ya que la rechazan tajantemente, les propongo un ejercicio de reflexión: si algún día, el destino no lo quiera, se ven en la necesidad de recurrir a los equipos donados como pacientes o acompañantes, ¿qué harían?