Yo sí lloré, Aitana
Llevo días pensando cómo debería ser la primera entrada de un espacio que espero dedicar a reflexionar sobre el feminismo en España. Estaba bastante convencida de la centralidad del debate que ha suscitado el manifesto de las intelectuales francesas sobre el movimiento #MeToo, así que por deformación profesional, llevo los mismos días releyendo algunos textos sobre violencia y sexualidad de algunas de las autoras clásicas del feminismo, como Butler, Millett o Valcárcel; recorriendo una y otra vez los argumentos de algunas de las mentes más lúcidas de nuestro país a día de hoy, como Miguel Lorente o Silvia L. Gil. Pero constantemente me venía esta historia a la cabeza.
Estas navidades, una buena amiga confesó en medio de vino y demasiada comida mexicana que había estado muy deprimida después de descubrir el feminismo. Verla allí, recuperada pero aún blandita, hablando de ese episodio, fue conmovedor. Tanto, que quizás con todo lo que ha sucedido estos meses, puede que haya sido el momento más valioso de mi último año, que sin duda ha sido un año intensamente feminista.
Lo que le pasó a mi amiga es bastante común, nos ha pasado a muchas mujeres y se han usado innumerables metáforas para contarlo. Seguro que conoces una, la tan manida de Gemma Lienas 'ponerse las gafas violeta'. Un día cualquiera, mi amiga se puso gafas violeta, revisó su vida y no le gustó lo que encontró. Muchas de sus noches de fiesta, de sus jornadas de trabajo, de sus relaciones sexuales, estaban llenas de un machismo difícil de soportar. No profundizó demasiado, pero habló someramente de lo que vino después de ponerse las gafas. Un silencio duradero provocado por la culpa, la vergüenza e incomprensión que sentía; que dio lugar a la rabia.
A continuación, el descubrimiento; las nuevas palabras, el reconocimiento en las otras, una inesperada y maravillosa sensación de comunidad. A veces víctima, otras valiente, a veces novia sumisa, hermana empoderada o ciudadana indignada; por una noche, mujer que inspiró a una habitación abarrotada. Tuvo suerte, el momento en que la vida le llevó a ponerse esas gafas fue el mismo en el que en muchos lugares del planeta otras millones lo hicieron. Mi amiga se hizo feminista pero estaba deprimida.
La historia constante de mi amiga fue lo primero que se me vino a la cabeza cuando escuchaba a unas tertulianas quejarse tras entrevistar a una feminista sobre la huelga del 8 de Marzo. Decían: a mí que me expliquen, de qué sirve una huelga si lo que tenemos que hacer es conseguir cobrar lo mismo y que dejen de asesinarnos. Le grité a la televisión, claro.
Cómo explicarle a esa mujer de cuántos derechos disfruta ella gracias a las huelgas y al movimiento feminista sin romper la promesa con la que me había conjurado desde el vestido de Pedroche: nunca más le diré a una mujer lo que tiene que ser, pensar, o defender, ni siquiera aunque crea, como hace poco afirmó una diputada de C´s en "la igualdad de personas reales, hombres, mujeres y seres." Ser una mala feminista pero una de las agradables, no es tarea fácil, ni tarea sexy. Por lo mismo callé cuando me hubiese gustado decirle a mi amiga que a mí el feminismo nunca me dio tristeza, que sobre todo me daba poder y alegría, que todo se pasaría.
Lo mismo me sucedió leyendo un artículo de María De Castro Ramos. Contaba que frente a la relación sorora de Aitana y Amaia de Operación Triunfo, estaba la parodiada reacción de Mónica Naranjo ante las lágrimas de la concursante. Quise ser Amaia y no Mónica Naranjo, quise ser hermana. Aún preocupada por el debate entre las hermanas y las Deneuve, pensé que las millones de chicas de todo el mundo eran Amaias y Aitanas, éramos mi amiga y yo, animándonos unas a otras: ¡Yo también sufro todo ese machismo! Es insoportable, me duele, ¿Te duele? Hagamos algo, hermana. Y las intelectuales francesas eran Mónica Naranjo: a tu edad, a mí también me agredieron sexualmente, y no lloré Aitana, no lloré. Pero #yotambién lloré.
En mi primera campaña electoral presumía de ser una persona normal que había empezado a hacer política con el 15M. Decía: Yo también lloro por las noches porque no tengo ni trabajo, ni casa, ni futuro. Y también tuve suerte, cuando me puse las gafas otros millones se las pusieron y poco caso hicimos de quien insistía en haber visto esto antes y con mejores argumentos. No hay tanta distancia de aquellas plazas a la ola de mujeres que inundará el 2018, no la cortemos quien la deseamos desde antes y no lloramos por ello; es el primer paso para todo lo que tiene que venir después".