¿Y si fracasa el ibuprofeno?
Este previsible indulto puede producir si no hay sentido de Estado las secuelas de una multipolar e incontrolable escalada de la tensión.
El Gobierno de España se encuentra otra vez, no es la primera ni será la penúltima, en una encrucijada parecida a la que últimamente tanto se cita enunciada por Woody Allen, pero extrapolada al caso español, que es muy sui generis: “Más que en ningún otro momento de la historia, la humanidad se halla ante una encrucijada: un camino conduce a la desesperación; el otro a la extinción total. Quiera Dios que tengamos la sabiduría de elegir correctamente”. El conflicto catalán, azuzado por el engaño fríamente programado diseñado por Jordi Pujol nada más hacerse con la Generalitat —y publicado íntegramente por la prensa en su día— ha ido consiguiendo la suma perfección de la intoxicación colectiva: que los mismos mentirosos se crean sus trolas.
Pero además de los separatistas ha habido un tonto útil: el alma gamberra del PP que, una vez más, ha puesto sus intereses electorales a corto por encima de los intereses nacionales. Este argumento no es una contraprogramación socialista: el sector más moderado y europeísta de la derecha ya ha reconocido que aquella iniciativa, durante el Gobierno de Zapatero, de montar mesas petitorias, con destacadas damas que en vez de la Cruz Roja eran de la gaviota azul, para recabar firmas contra el Estatut catalán fue peor remedio que la enfermedad. El hecho en sí, y sobre todo la retórica de cruzada contra los infieles que se utilizó, multiplicó el número de independentistas.
Por eso cuando ahora Pablo Casado propone reeditar el error, el vasco del PNV Aitor Esteban recuerda que aquella grave irresponsabilidad, envuelta además con una ofensiva soberbia, “acabó muy mal. De hecho nos trajo hasta aquí”. Es una gran verdad: aquella iniciativa marcó un antes y un después.
Esta actitud prepotente y desvergonzada es muy propia del animal, como la naturaleza del alacrán de la famosa fábula de la rana que se lo subió a la pela para cruzar un río: cuando el presidente Zapatero abrió negociaciones con ETA los populares lo insultaron y salgaron a degüello. Sin embargo cuando Aznar hizo lo propio años antes se utilizó otra vara de medir.
Hoy las palabras de Aznar, que aún rulan en las redes sociales y en YouTube, sirven también no solo para analizar la desmemoria, sino para adentrarse en los meandros de una patología hipócrita. En aquella ocasión (1999) el jefe del Gobierno fue muy claro: “Yo siempre tendré una actitud de generosidad, de mano tendida y de espíritu abierto para consolidar las posibilidades de paz”. El Mundo, que nunca ha sido un periódico de izquierdas, como es público y notorio, tituló: “Aznar abre el diálogo con ETA”. Por lo mismo, por explorar el camino hacia un final dialogado del terrorismo, Mariano Rajoy acusó a Zapatero de traición a los muertos.
Por ahora en Cataluña no ha habido muertos. El primero de octubre (1-O) de 2017 hubo en esta autonomía un referéndum ilegal, muy mal gestionado, por cierto, desde el Gobierno de Rajoy, que desembocó en una peculiar proclamación de la república catalana. Luego fueron llegando sus consecuencias. El nada Honorable president Puigdemont se fugó en el maletero de un coche; jueces belgas y del länder alemán de Schleswig-Holstein denegaron la extradición que pidió el juez competente mediante una euroorden que no fue aceptada; fueron juzgados y condenados a penas de prisión los principales promotores que permanecieron en España, entre ellos el líder de ERC, Oriol Junqueras, y el bloque separatista obtuvo en las últimas elecciones catalanas una mayoría suficiente para formar un ejecutivo separatista.
Sus problemas internos —el posibilismo pactista de ERC frente al radicalismo de Junts que sigue los dictados de Puigdemont— no cambian la realidad. Como tampoco la cambia que el partido más votado haya sido el PSC, y por lo tanto su candidato el exministro Salvador Illa.
Es en este contexto en el que el presidente Sánchez ha activado el mecanismo del indulto. El argumento viene a ser el mismo que el esgrimido por los populares para justificar el diálogo con ETA: generosidad y manos abiertas. Sin embargo, tanto la Fiscalía como el Tribunal Supremo —cuyos informes son preceptivos— se oponen al indulto a los 12 condenados del procés por varios motivos: los seis magistrados no aprecian arrepentimiento en los sediciosos y ven “desenfocada” una “medida de gracia” que presenta como “presos políticos” a “los autores de una movilización para subvertir el orden constitucional”. Frente a esta opinión el Gobierno parece que va a aguar la medida, que no solo no será total, sino que incluso podría ser revisada si los beneficiarios no cumplen una serie de condiciones.
En principio, los presos no han pedido el indulto, es más, se muestran displicentes, aunque a nadie amargue un dulce, y la galaxia separatista exige una (imposible) ley de amnistía. “Lo volveremos a hacer”, es un mantra trending topic en Cataluña. Con este ánimo el horizonte ofrece negros nubarrones. Es el motivo para la estrategia ibuprofeno que desinflame la situación. Sus defensores explican que hay que crear las condiciones para facilitar el diálogo. Pero no parece fácil: el Gobierno catalán podría partirse en dos porque la sombra de Puigdemont (huido en su Casa de la República en Waterloo) es muy alargada.
El problema, por otra parte, no puede entenderse cabalmente sin estudiar todos sus ingredientes, incluso los alucinógenos y estrambóticos, por separado. Con un Casado echado al monte del olvido, dispuesto a borrar el pasado con brocha gorda, con la presentación de mociones en todos los Ayuntamientos contra cualquier forma de atenuar las penas… el ambiente no es propicio para esa concordia que predica Sánchez… y que le viene muy bien para mantener el bloque de investidura que le sustenta, y que le convierte en rehén de una peligrosa corte de los milagros.
No siempre la generosidad ha sido correspondida por la parte beneficiada. El historiador Ángel Viñas cita en los últimos párrafos de su último libro, El gran error de la Republica, un documento con la opinión de uno de los agentes franceses que trabajaban con la embajada republicana en París sobre la ley de amnistía de 1934 para los condenados por la Sanjurjada: “El futuro nos dirá si el magnífico gesto de perdón y concordia de que ha dado muestra la república española tendrá la recompensa que se merece. En lo que a mí respecta (…) sigo siendo bastante pesimista tras haber recogido tantos y tan diversos rumores inquietantes de cara a ese futuro”. Diana.
Los que inflaman los ánimos y atontan los cerebros de muchos catalanes ocultan los grandes y sinceros pasos dados por la España democrática para satisfacer las ansias del catalanismo político para un amplio autogobierno. Esto no les interesa porque neutralizaría una premeditada campaña de desinformación llevada a cabo por Jordi Pujol desde el minuto 1, lo que le llevó a ser descalificado por el Honorable Tarradellas, llegado desde su duro exilio, que lo consideraba un gran embaucador.
El rescate de la Generalitat por Adolfo Suárez, la rapidez en las transferencias, la Constitución de 1978, el primer Estatut, con el más amplio autogobierno catalán de todos los tiempos… fueron actitudes y hechos considerados históricos para acabar con el problema por la gran mayoría de los emergentes nacionalistas catalanes. El segundo Estatut, obra conjunta de Pasqual Maragall y José Luis Rodríguez Zapatero —que provocó la dimisión del ministro José Bono, que lo consideró un acelerante de la crisis—, fue otra señal de buena voluntad cuando el pujolismo pisó el acelerador del soberanismo, aquel sinuoso eufemismo para evitar los miedos al precipicio separatista.
El primero en prever esta deriva fue Tarradellas. “A lo largo de mi vida —escribió a La Vanguardia el 16 de abril de 1981— he podido observar con frecuencia que muchos catalanes no saben ganar ni perder. Cuando ganan se vuelven ávidos como lobos hambrientos, y nada los pararía en su loca carrera. Cuando pierden culpan a los otros y se retiran a cultivar la flor amarga del resentimiento…”.
Este previsible indulto de crispada actualidad, nacido sin duda del tacticismo sanchista y tenga las características que finalmente tenga tras el cepillado obligado por el Tribunal Supremo, puede producir si no hay sentido de Estado en el Gobierno y en la oposición… y en las partes catalanas —sobre todo en la de los lobos hambrientos— las secuelas de una multipolar e incontrolable escalada de la tensión.
Otro intento como el de 2017 para subvertir el orden constitucional tendría fatales consecuencias. La mano tendida habría sido amputada. Y mientras, los extremos ya se están tocando.