Washington y Berlín: del "Ich bin ein Berliner" al "bad, very bad"
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Es bien sabido aquello de que cuando Alemania estornuda Europa se constipa. Y en los últimos días, la canciller alemana, Angela Merkel, ha empezado a moquear. Por eso el resto de la UE se ha puesto alerta, sumando esfuerzos y dando una imagen de unidad ahora que el presidente Donald Trump se ha enfrentado a la todopoderosa Merkel. Para que al líder del otro lado del Atlántico no le quede ninguna duda: Alemania —y con ella la UE— no se toca. Aunque lo que esté en juego sea la resistencia de un eje histórico.
Porque si hay algo que ha hecho el cruce de reproches entre la canciller alemana y el presidente de EEUU ha sido eso, poner en jaque un eje transatlántico basado en la lealtad casi incondicional desde tiempos de la guerra fría y que hasta ahora había superado todos los altibajos, bilaterales o globales.
La frase del "bad, very bad" —"malo, muy malo"— aplicada por Trump a los alemanes o a su superávit exportador, en Bruselas o vía twitter, contrasta con el "Ich bin ein Berliner" ("soy un berlinés") pronunciado por John F. Kennedy en 1963, en el Berlín del muro. Con ese mensaje, el por entonces presidente estadounidense expresó su solidaridad hacia la ciudad símbolo de la guerra fría, dos años después de la construcción de la que se denominó la "franja de la muerte".
La frase pervive en la memoria colectiva —y no sólo en estos días, coincidiendo con el centenario del nacimiento de Kennedy—, como lo hace el recuerdo del puente aéreo aliado que, entre 1948 y 1949, abasteció a la ciudad mientras duró el bloqueo soviético sobre su sector occidental.
Ambos capítulos suelen estar presentes en los discursos institucionales alusivos al eje transatlántico, como recuerda la agencia Efe, al igual que otra frase de un presidente menos carismático que Kennedy, Ronald Reagan, en 1987: "Mister Gorbachov: abra esa puerta, derribe ese Muro", instó Reagan al líder soviético, Mijail Gorbachov, para que diera paso a una apertura en los países tras el Telón de Acero, la cual simbólicamente pasaba por el derribo del Muro de Berlín.
Pero la Alemania de Merkel ya no es aquel país necesitado de protección aliada, sino que es una potencia económica determinada a asumir sin complejos el liderazgo político europeo, ahora que Reino Unido se ha ido y ahora que la Francia de Emmanuel Macron ha dado alas de nuevo al sentimiento europeísta. Macron ha ido más allá a la hora de respaldar a Merkel: no ha dudado a la hora de poner los puntos sobre las íes al líder ruso —y aliado máximo de EEUU— ruso, Vladimir Putin. Y también ha marcado distancias con el presidente de EEUU y dejado claras sus intenciones con aquel "no inocente" —en palabras del propio presidente de Francia— apretón de manos.
Merkel no está, por lo tanto, sola.
El Trump candidato ya había dicho que la UE no le gustaba, por lo que sus mensajes hostiles de ahora no son nuevos. Lo que sí ha sorprendido ha sido la respuesta de la habitualmente contenida Merkel llamando a sus socios europeos a "tomar su destino en sus manos". Líderes como el primer ministro italiano, Paolo Gentiloni, han secundado de inmediato esta afirmación. El ministro holandés de Exteriores, Bert Koenders, ha pedido a los países europeos "tomar las riendas de los asuntos propios", siguiendo el mismo llamamiento de Merkel, y ha alertado sobre la "inseguridad que afronta el mundo" con Trump. Desde Alemania, el líder del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) y aspirante a la Cancillería, Martin Schulz, ha calificado al presidente de Estados Unidos de "destructor de todos los valores occidentales" y también ha secundado a Merkel al afirmar que la mejor respuesta es "una Europa más unida".
Todo esto refuerza a la canciller alemana, que ya ha visto pasar tres presidentes estadounidenses y sabe mejor que nadie cómo marcar las líneas rojas. No lo tuvo fácil con "su" primer líder de EEUU, George W. Bush, con quien tuvo que recomponer un eje transatlántico maltrecho después de que su antecesor, el socialdemócrata Gerhard Schröder, se negara a participar en la guerra de Irak en 2003. Con Barack Obama tampoco fue un camino de rosas: primero le impidió hablar como candidato a la Casa Blanca en la Puerta de Brandeburgo, allá por el año 2008, y después, tras revelarse que el espionaje estadounidense pinchó su teléfono móvil.
Por eso, con la seguridad de quien sabe bien lo que hace, esta vez Merkel ha ido al grano. Su primera advertencia, sintetizada en la frase "los tiempos en que se podía confiar completamente en otros han quedado atrás", fue pronunciada en una carpa cerveza en mano en Baviera. La imagen ha dado la vuelta al mundo. El lunes repitió la frase en Berlín e hizo hincapié en que ello no implica una ruptura con EEUU: "Somos y seguiremos siendo estrechos aliados. Somos y seguiremos siendo convencidos defensores de las relaciones transatlánticas".
Pese a estas llamadas de atención Merkel sabe que no puede romper de golpe ni de forma radical con EEUU. El país ahora liderado por Trump es aliado irrenunciable en asuntos clave como es la lucha contra el terrorismo internacional, además de ser su segundo gran socio comercial, tras la UE. Pero la canciller alemana es consciente de que las cosas han cambiado. Por eso, ante este escenario, tanto ella como la UE confían en mantener al menos unos mínimos lazos con Estados Unidos, pero a la vez busca otros socios con los que suplir el vacío de iniciativa estadounidense.
El club comunitario celebrará una cumbre con el primer ministro chino, Li Keqiang, los próximos jueves y viernes en Bruselas para mantener vivo el acuerdo del clima, del que Trump parece dispuesto a desvincularse, formal o informalmente. Bruselas y Pekín anunciarán compromisos de reducción de emisiones y de refuerzo de las renovables.
Así que la estrategia está clara: si EEUU quiere desvincularse, que se desvincule, pero la UE no cederá y buscará nuevas opciones. Los 27 vienen de un gran golpe, el Brexit, y llevan meses dejando claro que salen reforzados. Meterse con uno es meterse con todos y no van a consentir a Trump que torpedee tantos logros conseguidos.