Volar sin Estados Unidos
La UE debe ser capaz de responder con multilateralismo a la unilateralidad temeraria, con diálogo al conflicto y con certezas a la improvisación.
No cabe duda de que este año se han precipitado numerosos cambios y acentuado viejas tendencias del orden internacional. Entre ellas, la crisis que arrastraba el sistema multilateral. Las elecciones estadounidenses impulsarán aún más ese ‘reajuste’. En mi artículo de la semana pasada explicaba lo que ha supuesto el gobierno de Trump para el mundo y lo que podría suponer su reelección. Hoy me detendré en la idea de que, si algo está claro en este momento, es la necesidad de que la Unión Europea reduzca su dependencia de Estados Unidos y construya una política exterior autónoma, ajena a otros intereses. Esto pasa, entre otras cosas, por idear un nuevo marco estratégico para su seguridad, con nuevos mecanismos y alianzas. Pero no bastará solo con esto: la UE tendrá que desarrollar también sus propias capacidades en sectores estratégicos como la tecnología, la industria, el sector primario, la producción energética o la economía de cuidados.
Existe un amplio consenso en el mundo político, institucional y académico en torno a la idea de que la UE necesita dotarse de nuevas herramientas de política exterior, hasta ahora muy ligadas a su alianza con EEUU. Ahora que los pilares de esa relación se tambalean –con episodios de guerra comercial abierta o de ruptura unilateral de consensos y normas del derecho internacional–, peligra también el relato que la UE tenía de sí misma y con el que se proyectaba hacia fuera. La política exterior europea se enfrenta a un dilema identitario al que solo cabe responder con autonomía estratégica, incluyendo una nueva arquitectura colectiva de seguridad y un nuevo enfoque en sus alianzas con el exterior.
Autonomía para definir sus intereses estratégicos y ejercer su soberanía. No es una tarea menor. Implica fijar objetivos comunes para los 27 y nuevos mecanismos de toma de decisiones que permitan conciliar intereses a menudo divergentes y actuar sobre la base de consensos, no necesariamente por unanimidad. Diseñar una nueva arquitectura colectiva más horizontal, cooperativa y multilateral con otros actores, empezando por los países de la vecindad como Rusia o los países del Este. La UE necesita revisar su enfoque de alianzas en un mundo que ya no se corresponde con las lógicas de la Guerra Fría, ni con las dinámicas de poder ni con los desafíos globales de entonces, y en el que EEUU lleva cuatro años tratándola más como competidora que como aliada.
No debemos caer en la tentación de pensar que una victoria de Biden significará una “vuelta a la normalidad” de las relaciones transatlánticas. Lo cierto es que gane quien gane, la UE tendrá que asumir mayores responsabilidades en la que respecta a su propia seguridad. En general, Biden está a favor de la cooperación multilateral y siempre ha sido un firme defensor de la OTAN, pero parece claro que también exigiría mayores contribuciones económicas y compromisos de los estados miembros de la organización.
Que la mirada estadounidense está cada vez más puesta en Asia es un hecho, y también que, en un momento de crisis sanitaria, económica y social generalizada, las relaciones con Europa no serán su prioridad. No es arriesgado pensar que, incluso con Biden al frente, EEUU exigiría los mismos o más esfuerzos a sus socios europeos, tanto en la rivalidad geopolítica con China como en las “actividades de contención” de la OTAN. Y, por descontado, en las crisis que se acumulan en las propias fronteras comunitarias (cuestión migratoria, situación en Libia…).
En suma, la UE debe reinventar su política exterior y de seguridad y trabajar por generar las condiciones más favorables a sus valores e intereses y a los retos mundiales. Esto solo se concibe a través de un refuerzo de su autonomía estratégica –no ya como instrumento, sino como objetivo– y de la ampliación de sus márgenes de actuación para ser capaz de responder con multilateralismo a la unilateralidad temeraria, con diálogo al conflicto y con certezas a la improvisación. Es una tarea que deberá abordar también hacia dentro, reforzando los sectores estratégicos que mencionaba al principio.
En todos ellos deberá buscar también nuevas alianzas con las que trabajar para lograr sus objetivos de justicia social, desarrollo sostenible, construcción de paz y defensa de los derechos humanos. Y con ello, contribuir a un mundo en el que las decisiones se puedan tomar sin depender de “hombres fuertes” o líderes reaccionarios, estrechando lazos entre los pueblos que aspiran a una vida digna de ser vivida.