Vivir 'a la madrileña' era esto
La "libertad" de Ayuso no nos hace libres, nos hace pobres.
Qué suerte tenemos los madrileños de vivir en Madrid, dice Isabel Díaz Ayuso. Que es libertad, dice, no encontrarte a tu ex nunca más (queridos ex de mi vida: si os encuentro me encantaría daros un abrazo sanote y saber de vosotros). Que también somos libres por poder ir a tomar cañas después de un largo día de trabajo. Que lo de denunciar cartas con balas y proyectiles amenazando de muerte a varios políticos y a sus familias es un “circo”. No importa porque “vivimos a la madrileña”, oye, y eso lo soluciona todo. Pues no sé en qué Madrid vive la señora Ayuso, pero se ha olvidado de unas cuantas cosas sobre lo de “vivir a la madrileña”.
Vivir a la madrileña es que un joven tenga que destinar el 105% de su sueldo para irse de casa.
Vivir a la madrileña es que esa casa mida 40 metros cuadrados, no tenga ascensor y en unos años pueda ser comprada por fondos buitre para especular con ella, como ocurrió con las más de 3.000 familias en las viviendas del IVIMA.
Vivir a la madrileña es que un alquiler cueste de media unos 900 euros, casi la mitad del sueldo medio de la comunidad.
Vivir a la madrileña es comprar latas de cerveza marca blanca y tomártelas en el parque, a pesar de la posible multa de la Policía, porque lo que te dejas en el alquiler no te permite ir a un bar cada fin de semana con tus colegas.
Vivir a la madrileña es habitar en la única comunidad cuyas ayudas al alquiler para menores de 30 años aún van por 2019.
Vivir a la madrileña es vivir en un territorio donde la Atención Primaria agoniza, no hay sanitarios suficientes porque emigran a otros lugares donde los tratan mejor y es casi imposible conseguir una cita en tu centro de salud.
Vivir a la madrileña es saber que, si acabas en un hospital público, tienes que tener cuidado de que no se te caiga el techo encima.
Vivir a la madrileña es vivir en la comunidad que menos inversión hace en relación al PIB en Sanidad.
Vivir a la madrileña es ser una persona racializada y caminar con miedo por el centro por las redadas racistas de la Policía.
Vivir a la madrileña es tener que pagar las tasas universitarias más caras de toda España para que luego algunas universidades públicas hagan negocio y regalen títulos dependiendo del apellido que lleves, devaluando el trabajo del resto de alumnos.
Vivir a la madrileña es coger un metro abarrotado cada mañana en plena pandemia y que lo único que haga la comunidad sea instalar dispensadores de gel hidroalcohólico que dejaron de funcionar a los días y echar balones fuera sobre las multitudes.
Vivir a la madrileña es vivir en un lugar donde algunos no se sienten aún seguros. Y no precisamente por los menores no acompañados, sino por las más de 300 agresiones a personas LGTBI que se producen en la comunidad cada año.
Vivir a la madrileña es vivir en una comunidad cuyo Gobierno encubrió un recorte de 145 millones de euros en partidas sociales.
Vivir a la madrileña era dejar morir a decenas de ancianos solos durante una pandemia y hablar de toros y cañas.
Vivir a la madrileña es vivir en la comunidad con más recursos y de las que peor los reparte, con un riesgo de pobreza de un 15%.
Vivir a la madrileña es vivir en la ciudad más contaminada de Europa.
Nací en Madrid y he vivido aquí siempre. Me encanta Madrid. Pero no soy de ese Madrid. Soy del Madrid de las asociaciones que reparten comida en las colas del hambre a los que Ayuso llama “mantenidos”, del Madrid de la Marea Blanca y la Verde. Del Madrid cuyos taxistas tuvieron que trabajar durante los momentos más duros de la pandemia para trasladar sanitarios o pacientes por la falta de ambulancias. Del Madrid que salió a la calle con una pala para poder moverse durante el temporal de Filomena mientras el Ayuntamiento sólo limpiaba el centro (y a su ritmo). Su “libertad”, la de “vivir a la madrileña”, no nos hace libres, nos hace pobres.