Vidas subastadas
Cuanto más se vive más se pierde la pasión de vivir, pero eso no es excusa para dejarse llevar por el desgaste del tiempo. La vida cada vez vale menos, si no se comparte, se disfruta, o se vive amando a los demás. Ya lo decía, en sus primeros versos, la canción de Pablo Milanés "La vida no vale nada", de 1975: "La vida no vale nada / Si no es para perecer / Porque otros puedan tener / Lo que uno disfruta y ama".
Con el mismo título, - y muy diferente argumento -, se realizó por Rogelio A. González, en 1955, una película mexicana oscura y pesimista. El filme "Vidas rebeldes" (John Houston, 1961), titulado en inglés "The Misfits", se refería a la vida de un grupo de inadaptados que cazan caballos salvajes. Vidas, devastadas o esperanzadas, inspiran otras películas, como las de Isabel Coixet, "Mi vida sin mí" (2003) y "La vida secreta de las palabras" (2005).
El problema no es tanto cómo se entienda la vida y su valor, - en 2018 el suicidio en España es la primera causa de muerte violenta y triplica ya a la que causan los accidentes de tráfico -, sino que se haya puesto de moda la subasta vital como eje central del capitalismo contemporáneo, lo que deja poco sitio para las ambigüedades anteriores, abriendo la puerta al perfil nuevo de la vida precaria que nos imponen: el de las vidas subastadas.
Hasta ahora, se consideraba la subasta como una forma de compra o un mecanismo económico. Subastas de arte eran, antes, las subastas por antonomasia. Ahora hay un procedimiento competitivo mucho más expandido: subastas de ocio, de entretenimiento, de suelo, de energía, de viajes y transportes, de mudanzas, de empleo, de trabajo, de reformas, de hipotecas, de viviendas sociales a fondos "buitre", de inmuebles, de concesiones portuarias, de embargos judiciales, de medicamentos, de salud, de personas, de adopción, de bodas con menores, de títulos académicos; ...hasta de la virginidad, se han hecho pujas por internet.
La ciudad se subasta al mejor postor y luego se cierra en islas cercadas para los que no pueden ni pujar por acercarse a ellas. En estos días, se subastan islas, como el islote Illa d'en Colom, frente a Menorca, del magnate estadounidense de origen cubano Alex Meruelo, por 3,2 millones de euros. Se subastan vidas embarcadas, - 600 como las del Aquarius -, por las aguas xenófobas de la UE. Hay gente que aplaude la expulsión de la vida de seres humanos.
También se subastan países, como Grecia, inmersa en un proceso de subastas de su patrimonio público, por los mismos financieros acreedores que han robado tanto dinero a los españoles y a otros pobres, protegidos por el Banco Central Europeo y los bancos alemanes.
La esclavitud está muy mal vista, aunque ahora se practica con otros nombres. Se promueve por políticos, gurús y expertos, se alienta por los gobiernos poderosos para expoliar vidas en lejanos países. En Europa, para motivar y convencer a los becarios, se les hace creer que los subsidios son para su incorporación al mercado de trabajo, cuando, por el contrario, van directamente a los empresarios que los contratan en un régimen devastador de vidas inestables, sin futuro.
Los más vulnerables son engañados para que se crean que los trabajos ya no son, - como las casas, los empleos, la formación o el sueldo, "para toda la vida" -, sino para emularse a ellos mismos con una carrera efímera, instantánea, poco remunerada, lo que alimentará la "creatividad" frágil, la biografía vital dispersa, junto a la deslocalización mental y urbana de cualquier asidero que no sea la subasta; de su propio trabajo, de su vida precaria de ciudadano de ningún sitio. Prueba de esto son los fraudes en empleo y formación, los EREs y los EDUs, los robos de tantas empresas públicas, como el del Canal de Isabel II. Siempre con el negocio de las subvenciones-trampantojos por delante, siempre con las engañifas de los subsidios-becas, siempre con la xenofobia hispana, con las subastas de último momento y de las pujas por vivir.
Los sueños de construir en libertad una vida, un tiempo, y un espacio, ¿han pasado a mejor vida? La gente se suicida, claro, porque se cansa de que le subasten hasta los precios del autobús interurbano, del hotel, de los alimentos casi caducados, del consumo necesario, de la formación imprescindible, los seguros de la salud delicada, los de los cursos para trabajar, los de trabajar "para ser pobres", los de vivir "desahucios subastados".
La vida en este escenario recuerda lo que decía Jorge Manrique, de los ricos y los pobres, como ríos que llegan al mar, "que es el morir"; pero cada uno llega de una manera. Unos añorando algunas cosas y otros renunciando a casi todo. En "Coplas por la muerte de su padre" sostiene el poeta: "Recuerde el alma dormida, / avive el seso despierte / contemplando/ cómo se pasa la vida, / cómo se viene la muerte / tan callando; / cuán presto se va el placer; / cómo después de acordado / da dolor; / cómo a nuestro parecer / cualquiera tiempo pasado / fue mejor". Pero es que hubo un pasado en el que las vidas no se subastaban, sino que había otros procedimientos sociales. Se podía manejar la libertad para usar, disfrutar y compartir, mediante otros modelos menos agresivos y despóticos.
Nos llenamos de corrección política para justificar la autonomía vital desestructurada, pero las vidas subastadas han de denunciarse hasta "perecer", como dice la canción. Estamos al final de un ciclo de expolio. La vida es bella sin pujas al mejor postor. De los precarios han de salir las cartas de derechos para pactar con dignidad los acuerdos de vida, salud, educación, empleo y vivienda. No queda sitio para más subastas, porque la mayoría están adjudicadas y la rebelión ya se hace esperar.