El verano de su vida… Íñigo Errejón
De los polos flash al viaje de Interrail antes de entrar en la universidad.
“Durante la infancia cada verano es eterno y en mi recuerdo todos se mezclan un poco formando una especie de gran verano. Recuerdo que me gustaban especialmente los primeros días tras el final de curso en junio, en los que aún nadie se había ido de vacaciones y tenías todo el verano por estrenar”.
Esto es lo primero que piensa Íñigo Errejón (Más País) cuando se le pregunta por el verano de su vida. Para lanzarse acto seguido: “En todo caso, recuerdo con mucha ilusión aquel verano de Interrail, el curso que habíamos hecho la selectividad y nos esperaba el comienzo de la universidad. Nos creíamos muy mayores, dormíamos en trenes y parques, cocinábamos con camping gas en cualquier sitio y estábamos excitados por la perspectiva de la universidad. Fue en cierta medida un verano de transición”.
Son muchos recuerdos de los julios y agostos de su vida. ¿Cómo rememora aquellos de su infancia y juventud? Responde el parlamentario: “Yo era feliz en el colegio y en el instituto, tenía un grupo de amigos con el que no paraba de reírme y a los que durante el verano echaba de menos. Porque después de cada verano volvías distinto. Recuerdo las vacaciones con mis padres y luego que me dejasen en el pueblo de mis abuelos, en el límite entre Madrid y Toledo, en una casa familiar donde siempre había gente de visita, en la que pasábamos horas en una piscina construida a mano, no de las modernas actuales, sino más bien un agujero excavado, recubierto de hormigón y de pintura para impermeabilizarla”.
“Recuerdo el fresco del cuarto de las tinajas y el calor del desván lleno de bolsas y cajas. Recuerdo que la tarde comenzaba a acabarse cuando oíamos los cencerros del rebaño de ovejas que volvía. Recuerdo las cenas larguísimas hablando hasta las tantas, hasta que me mandaban a la cama. Recuerdo acompañar a mi abuelo al bar y que me diese cinco duros o cien pesetas para jugar a las máquinas”, echa la vista atrás Errejón.
Toca esta reflexión al hilo: “No dejo de pensar en cómo nos afecta como sociedad que muchos de nosotros ubiquemos algunos de nuestros recuerdos tan felices en lugares que ya no existen o que ya no se parecen en nada a cómo los vivimos”.
Y el verano es también sabor. ¿El suyo? Respuesta directa de Errejón: “El melón, ir a elegir polos mirando el cartel del chiringuito. Aunque mi debilidad siempre eran los flashes”.
El calor también tiene su propia música, su ritmo, sus canciones. ¿A qué sonaban los veranos? “A mis padres, pobres, seguro que a las cintas de punk que su hijo pedía poner desde pronto en el radiocasete del coche. Tuvieron que regular la cosa estableciendo turnos de una cara cada uno. Yo, para tener más rato, solía entonces grabar en cintas de 90 minutos”.
La curiosidad nos lleva a saber si colecciona recuerdos de verano o algún souvenir en su casa. El diputado se abre a contarlo: “Una botella de plástico en la que fuimos escribiendo con rotulador los diversos motes que cada uno del grupo tenía. Y nos quedamos sin botella”.
“Hace poco en una mudanza aparecieron una gorra gris cochambrosa que ya no me pondría, algún recuerdo de algún amor de verano, unas abarcas ya imponibles pero que me costaría tirar, todos los carteles de los conciertos y de la caseta de nuestro colectivo de jóvenes (Colectivo 1984, por la novela de Orwell) en las fiestas patronales ya al borde de que acabase el verano en septiembre”, lanza Errejón.
El líder de Más País es un lector incansable, es obligatorio preguntarle qué libros maneja durante el verano… y alguna recomendación. Su respuesta: “Antes en los veranos leía desordenadamente, lo que caía en mis manos, lo que más me apetecía. Pero ahora que cada vez me cuesta más encontrar tiempo para leer en serio, subrayando, anotando en los márgenes o en el índice, me planifico los libros del verano”.
Prosigue Errejón: “Es una actividad a la que le dedico tiempo, pregunto, busco y siempre me cuesta seleccionar, porque sé que lo que no lea en verano quizás tenga que esperar hasta las vacaciones de navidad. Así que me fuerzo a leer las cosas más densas o de mayor dificultad en verano. Puede no parecer apasionante pero después me produce auténtica felicidad cuando abordo y hago mío un libro de esos que te marcan, que te dan ideas o que te estructuran intuiciones que luego te acompañan todo el curso. De alguna manera cada verano tengo uno o dos libros centrales, cuya influencia se me nota pronto en entrevistas, artículos o intervenciones”.
“Este verano de novela me ha fascinado Panza de burro, de narración histórica M, el hijo del siglo y de teoría o ensayo En las ruinas del neoliberalismo, de Wendy Brown. Y estoy corriendo para acabar el último de Mariana Mazzucato antes de septiembre y sus prisas se lo llevan todo por delante”.
Venga, que se acaba agosto. No le hacemos perder más tiempo, pero queremos un consejo sobre cómo desconectar: “El binomio leer-bucear-leer es imbatible y yo puedo repetirlo en bucle hasta que en la playa se hace tan oscuro que cuesta seguir las líneas de la página”.