Una larga noche en Jerusalén

Una larga noche en Jerusalén

¿Fue casualidad o una fría decisión? Cuarenta años después, la cantante Betty Missiego se pregunta por qué no ganó el Festival del Eurovisión de 1979.

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Desde el andamio, los albañiles saludan a Betty Missiego. Retirada desde hace años en la costa malagueña, a veces cuando sale a pasear, desde las obras escucha cantar aquello de “Si todo el mundo hiciera una canción que hable de paz, que hable de amor…”. Cuatro décadas después de la noche en la que España se derrotó a si misma en Eurovisión, la gente sigue recordando a la artista con cariño y respeto. 

“En el éxito –me explica– yo creo que influyeron varios factores: el vestido que llevaba, el moño grande atrás, los niños que me acompañaban, la letra de la canción que no era cursi, la música tan pegadiza… y la interpretación, que es muy mía. Tanto, que me imitaron a rabiar pero me encantó, nadie me faltó al respeto. Adoro a mis eurofans, me retiré ante ellos hace unos años en el Orgullo Gay, me hicieron llorar”.

Si un accidente en el escenario no le hubiera cambiado la vida, Teresa Beatriz Missiego Campos (Lima, 1938) se habría jubilado como bailarina. Desde niña, se había preparado concienzudamente pero en una de sus primeras actuaciones, ya como profesional, una caída le obligó a empezar de nuevo.

Chabuca Granda compuso para mi María sueños, una obra preciosa que ella nunca llegó a estrenar. Desde un lugar de Lima, el Puente de los suspiros, se domina el mar, la sierra y se escuchan los suspiros de los enamorados que pasan por debajo. Para Chabuca, entonces yo era su niña. Era una mujer muy dominante, una compositora como un pino. Cuando venía a España era muy conocida, a mi entonces no me conocía nadie. Nos veíamos después de sus actuaciones. Me llamaba María sueños. Ni Beatriz ni Betty, María sueños como la protagonista de la obra que había hecho para mi. Chabuca no necesitaba cantar para explicarte una canción,  le bastaba con recitar, mover las manos. Tenía mucha fuerza, era una gran luchadora. Le grabé la Misa peruana, pero solo para ella. No grabé nunca un disco con sus temas, no competimos jamás”.

Con tesón y llevando la crianza de cuatro hijos, la Missiego intenta abrirse camino en España. Graba Tengo la piel cansada, del argentino Piero, y se presenta en varios festivales. En el de la Paz de Valladolid conoce en 1971 a su marido, el sevillano Fernando Moreno. Desde entonces, no se han separado.

“Aquella noche en Valladolid, después de las actuaciones, un grupo de artistas fuimos a tomar algo, ahí nos miramos. Yo canté un tema de mi tierra muy antiguo que dice ven a mis brazos moreno, ven donde el ser que te ama…Como él se apellida Moreno, creyó que la estaba improvisando para él y mira ¡cincuenta años ya juntos! (Ríe)  Fernando empezó a escribirme canciones  muy arriesgadas para aquel momento, como Tener un hijo tuyo o Tu primera entrega. En Argentina y en algún otro sitio llegaron a prohibirlas. Canción a canción, Fernando me compuso el paso de una mujer desde la adolescencia a la edad adulta. Mis canciones cuentan todo eso: las sensaciones de una chica cuando se mira en el espejo y descubre que le están saliendo los pechos, cuando ves que sientes algo diferente por un chico, el nacimiento del deseo, la primera regla… Hace años, en Sevilla, explicaron muy bien todo esto en un estudio universitario. Mi marido es un hombre muy discreto. Llevamos toda una vida juntos, sin separarnos ni un instante”.

Desde cuatro décadas, Betty no ha dejado de responder a la pregunta de por qué no ganó el Festival de Eurovisión. La popularidad de la canción y la marcha de las votaciones hacía pensar que, nunca mejor dicho, el triunfo estaba cantado. Sin embargo, en uno de los momentos más extraños de la historia del eurofestival, el jurado español decidió otorgar la mayoría de sus puntos a la canción rival, que terminó por alzarse ganadora.

“Sabe Dios qué pasó en Eurovisión… Todo fue muy extraño. Fíjate, como en aquella época Israel y España no tenían relaciones nos atendió un diplomático, una especie cónsul. Cuando terminó el festival, lo primero que hicieron fue cortarnos la comunicación con Madrid. No podía habar con mis hijos. Antes de salir, los chicos me habían pedido que por hiciera todo lo posible por quedar entre las diez primeras para que en el colegio no se rieran de ellos. Quería decirles: mirad, lo conseguí,  fui la segunda ¡No podía! Todo fue muy raro pero lo que pasó me acercó más a la gente aunque por dentro sintiera una tristeza enorme. ¡Los niños del coro se echaron a llorar abrazados a mi! Ahí saqué mis fuerzas para decir no pasa nada, no pasa nada. Yo se que dejé muy bien a España”.

Tras Eurovisión, Betty siguió trabajando con discreción pero sin perder el contacto del público. Sus obligaciones familiares le impidieron llevar a cabo largas giras internacionales. Cuando cumplió los 80 decidió retirarse y quedarse a vivir en Benalmádena, donde siente que la tratan como una vecina más.

“Cuando salimos a un restaurante, la gente espera a que terminemos de comer para pedirme un autógrafo. Sí, me cuidan mucho, la juventud también me conoce por sus padres y abuelos. Ha sido bonito. Si volviera a nacer, me dedicaría a la música otra vez. Esa es mi profesión y mis sentimientos, cuando estás en el escenario cambias, eres otra persona, puedes decir tus sentimientos libremente, bajo una túnica puedes moverte, caminar. Cantar es lo más cómodo. Así lo he hecho yo, con naturalidad, sin otras miras. En el ballet, en cambio, puse toda mi parte para llegar a ser una primera figura y mira… pero la música ha sido otra cosa, me ha dado serenidad. Yo sabía que mi voz iba a llegar a la gente. Adoro el escenario”.

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Miguel Fernández (Granada, 1962) ejerce el periodismo desde hace más de treinta y cinco años. Con 'Yestergay' (2003), obtuvo el Premio Odisea de novela. Patricio Población, el protagonista de esta historia, reaparecería en Nunca le cuentes nada a nadie (2005). Es también autor de 'La vida es el precio, el libro de memorias de Amparo Muñoz', de las colecciones de relatos 'Trátame bien' (2000), 'La pereza de los días' (2005) y 'Todas las promesas de mi amor se irán contigo', y de distintos libros de gastronomía, como 'Buen provecho' (1999) o '¿A qué sabe el amor?' (2007).