Una joven de 29 años rechaza una herencia de 4.000 millones de euros: "No quiero ser tan rica"
Marlene Engelhorn estudia Literatura y es descendiente de los fundadores de BASF, la mayor química del mundo. Ahora pelea por que los poderosos paguen más impuestos.
Se llama Marlene Engelhorn, tiene 29 años, estudia en Viena Lengua y Literatura Alemanas y ha saltado a los titulares de la prensa austríaca y alemana por renunciar a los 4.200 millones que le corresponden por herencia, siendo como es descendiente de los fundadores de la germana BASF, hoy por hoy la mayor compañía química del planeta, con poco menos de 60.000 millones de euros en ventas.
Su nombre, sin embargo, no es nuevo en el movimiento, cada vez mayor, de ricos que rechazan un modo de vida extremadamente acomodado y que renuncian a encumbrarse con lo que sus antepasados trabajaron o recibieron, que reclaman una mayor redistribución de la riqueza y que exigen hasta oagar más impuestos.
El diario ABC se ha hecho eco de su historia esta mañana. La abuela de la joven, Traudl, está en el puesto 687 de las personas más ricas del mundo que realiza la revista Forbes. Su idea era que su nieta heredase todo lo amasado en más de un siglo de química y farmacia -parte del negocio fue vendido a la suiza Hoffmann-La Roche en 1997-, pero ella ha manifestado que renuncia al 90% de ese montante, 4.000 millones. “No es que no quiera ser rica -aclara”, es que no quiero ser tan rica”.
Sostiene en diversas entrevistas que le mueve en su decisión un deseo de más “justicia social” y el convencimiento de que “de verdad” no necesita ese dinero. También añade el engorro que supone gestionar un patrimonio así para que no se devalúe. Toca cuidar, invertir, apostar. “Conlleva mucho tiempo, esfuerzo, tensiones...”, señala. Habla también de los escrúpulos que hay que tener para tomar decisiones de lo que hacer con ese dinero.
Dice de sí misma que siempre ha sido una “privilegiada”, no tiene sonrojo en denominarse “niña rica” y hasta afirma que se crió en una casa “demasiado grande”. Cuando la abuela, a los 94 años, le contó todo lo que iba a ser suyo, reaccionó mal. “No sabía qué hacer con eso, pero después comencé a pedir consejo a gente de mi entorno, hablé con expertos y llegué a la conclusión de que no debería ser mi decisión qué hacer con el dinero de mi familia, por el cual no he trabajado yo”, explica, manifestando su deseo de trabajar, “sin duda”.
“Realmente vi que así no podía ser feliz”, señala, recordando además que “si nadie inventa, desarrolla, manipula, vende los productos, entonces no hay ganancia”, esto es, que si su gente creció fue a costa del trabajo de muchos otros que no fueron tan afortunados. “No se trata de una cuestión de voluntad, sino de equidad. No he hecho nada por este legado. Esto es pura suerte en la lotería del nacimiento y pura coincidencia”, constata.
Engelhorn, en su caída del caballo, ha arrastrado a más pudientes como ella. Hace año y medio fundó AG Steuersrechtigkeit, que aboga por la justicia fiscal, por que los que más tienen, más paguen en impuestos. El movimiento se ha extendido por Europa bajo el nombre de Taxmenow y juntos sus representantes han ido a pedir esta mejor redistribución al Foro de Davos, donde se reúnen los más poderosos empresarios y políticos del mundo.
En la web de la organización Millonarios por la humanidad, la joven sostiene: “Necesitamos la redistribución de la riqueza, la tierra y el poder y necesitamos que sea un proceso transparente y democrático; para mí, esto significa: ¡impuestos sobre la riqueza!”. Entiende que un impuesto a los multimillonarios es “vital” para superar por ejemplo los impactos de la crisis del coronavirus, reducir la desigualdad y posibilitar “una sociedad más justa, segura y feliz”. “Es de interés común para todos”. “Cuando nosotros, los multimillonarios, hablamos, los que toman las decisiones, los medios y el público escuchan y entonces somos conscientes de nuestra responsabilidad”, remarca.
El pasado mayo, en Davos, explicaba a la BBC: “Como alguien que ha disfrutado de los beneficios de la riqueza toda mi vida, sé lo sesgada que está nuestra economía y no puedo seguir sentada y esperando que alguien, en algún lugar, haga algo”. “Hemos llegado al final del camino cuando otras 250 millones de personas se verán empujadas a la pobreza extrema este año”, denunciaba.
No le basta con donar el dinero, como se le suele sugerir, sino que reclama un cambio estructural, porque si a todos los ciudadanos se les exige el pago de impuestos y tasas, hay que hacerlo con “proporcionalidad”. “Me parece problemático que yo sí pueda decidir de forma privada a qué dedicar los impuestos”, indica.
“No puede ser el caso de que primero ahorres impuestos en todo el mundo y luego te vuelvas caritativo y dones una fracción de tu riqueza. Muy a menudo, estas dotaciones no son más que una forma de disfrazar la riqueza. Una pequeña fracción del capital compensa lo que arruinan estas grandes inversiones. Esto es capitalismo filantrópico. Simplemente no está bien que dependamos de la buena voluntad de los súper ricos”, replica. Y cita a Alexandria Ocasio-Cortez, congresista demócrata de EEUU: “Cada multimillonario es un fracaso político”. Toda una filosofía de vida.