La aventura de un concejal donostiarra durante el 23-F
Mientras muchos se escondían, solo unos pocos hicieron frente a la situación asumiendo su responsabilidad democrática.
Se cumplen 40 años del intento de golpe de estado del 23F. Como dice Javier Cercas en su inmejorable Anatomía de un instante, “Ningún español que tuviera uso de razón el 23 de febrero de 1981 ha olvidado su peripecia de aquella tarde y muchas personas dotadas de buena memoria recuerdan con pormenor qué hora era, dónde estaban, con quién estaban”.
En efecto, existe un sinfín de anécdotas sobre aquella tarde y noche. La que les voy a contar sucedió en San Sebastián. La protagoniza Carlos García Cañibano, concejal de Tráfico del Ayuntamiento donostiarra de aquel entonces y, por tanto, responsable de su policía municipal.
En ese momento, no era únicamente su responsable político, porque también había asumido de facto la jefatura directa de este cuerpo de seguridad ya que ETA había asesinado pocos meses antes al Jefe de la Guardia Municipal, Miguel Garciarena, y el puesto no se había cubierto todavía. Un puesto difícil de cubrir en aquella época dicho sea de paso. Esta es la historia contada por él mismo:
Tras pasar por la Casa del Pueblo y verificar con Enrique Casas la organización del pase a la clandestinidad, la destrucción de documentos, la ocultación de ficheros, la localización de viviendas seguras para alojar a algunos cargos del partido que se encontraban en la ciudad —los otros se encontraban secuestrados por los sublevados—, me dirigí a reunirme con el alcalde Jesús María Alkain en su casa.
Allí nos vimos y le dije que tenía intención de ir a la Inspección, la comisaría de la Guardia Municipal, y tomar las medidas pertinentes para intentar controlar la situación en la ciudad. Él tenía previsto ir a un lugar seguro. Le dije que no quería saber dónde iba a estar, ni cuál era su teléfono, pero le pedí que me llamara periódicamente.
Una vez, llegado a la Inspección, el suboficial Madina, un antiguo requeté de las Brigadas Navarras, de ascendencia baserritarra, de Oñate, se puso a mi disposición sin asomo de duda, totalmente.
Tras evaluar la situación, convocamos a la fuerza que teníamos de servicio en ese momento, unos 20 hombres más o menos. Ordené realizar todas las comunicaciones de radio en euskera.
Reunida la fuerza en el vestíbulo les expliqué la situación derivada del asalto al Congreso de los Diputados y del secuestro de miembros del Gobierno y de los parlamentarios al completo. Estaban en sesión plenaria y todos los partidos tenían a la mayoría de sus dirigentes en el Congreso.
“La situación es muy grave, sabemos cómo empieza pero no cómo puede acabar, ni a qué poderes nos enfrentamos, por lo que esto puede superar los cometidos propios de la Guardia Municipal, pero como fuerza pública debemos enfrentarnos a cualquier delito y más si es en banda organizada que atenta contra el orden constitucional y ello nos puede llevar a situaciones difíciles, el que no esté dispuesto puede retirarse y dejar el servicio sin problema”, les dije.
No recuerdo que nadie se retirase. Fue entonces cuando ordené distribuir toda la munición disponible a razón de 35 balas por agente y organicé una distribución de servicios en parejas de a pie y en coche patrulla según lo requería la situación. Tenía conocimiento de que la Policía Nacional, como lo fue la Guardia de Asalto el 18 de julio de 1936, era totalmente leal al Gobierno.
El Ejército y la Guardia Civil eran una incógnita que no la tenían despejada ni en el Gobierno Civil. En consecuencia, ordené la vigilancia a distancia de la Comandancia de la Guardia Civil de Intxaurrondo, así como los cuarteles de Loyola —el puente de acceso— con prismáticos desde el alto de Zorroaga, ladera Este.
Llamé por teléfono a las emisoras de radio, les pregunté si tenían algún problema y les comuniqué que, desde ese momento, había un coche patrulla dedicado a recorrer continuamente vigilando los portales de los estudios de todas las emisoras. También insistí en que si surgía cualquier problema o llamada telefónica relacionada con la situación nos lo comunicaran.
Tenía comunicación directa con el comandante de la Policía Nacional, siempre muy bien informado, con el que compartía información local y nacional. Llegué a saber del carácter de los diferentes capitanes generales de las regiones militares y sus posibles actuaciones o inhibiciones llegado el caso, así como el de los mandos militares más próximos.
Una persona del partido me llamó alarmada porque había recibido una llamada de un dirigente de Alianza Popular diciendo que dos tanquetas de la Guardia Civil se dirigían hacia su sede en la Calle Idiáquez. La tranquilicé. Teníamos un coche patrulla a la distancia. Atravesaron la ciudad, cosa poco habitual, desde la comandancia (Oeste) al cuartel (Este). Un recorrido que siempre hacían por la variante exterior. La Policía Nacional fue advertida desde el primer momento.
Por lo demás la ciudad estaba totalmente en calma y sus calles vacías. Nadie.
A las 1:14 horas de la madrugada apareció el rey en la televisión. La sublevación había terminado. Un gran alivio. Mantuvimos el mismo servicio hasta las 4 horas por si acaso. Después el suboficial Madina, me dijo: “Don Carlos, si llegan a triunfar los insurrectos nos fusilan en el patio”. “Estaba seguro de ello” le dije. Él vivió el 18 de julio e hizo la guerra con el Requeté. Nadie como él para saber lo que esto hubiera sido de haber triunfado el Golpe.
Aquella noche el concejal de Tráfico del Ayuntamiento de San Sebastián, Carlos García Cañibano, estuvo al principio acompañado por el concejal Agote y también por Odón Elorza, que luego fue alcalde durante muchos años y hoy es diputado en el Congreso. En aquellos momentos en los que todos retuvieron el aliento y algunos huyeron mientras muchos se escondían, solo unos pocos hicieron frente a la situación asumiendo su responsabilidad democrática.