Un rehén de Bataclan relata cómo volvió a nacer: "Entendí que la vida consiste en pasárselo bien"
Se cumplen cinco años de los peores atentados de París, y uno de los supervivientes recuerda el trauma vivido.
El 13 de noviembre es su segundo aniversario. Ese día sus vidas dieron un vuelco que se les grabó en el cuerpo, que les derrumbó hasta el punto de casi destruirles y que, luego, les obligó a volver a nacer ‘con fórceps’. El trastorno de estrés postraumático, caracterizado por sufrir pesadillas, flashbacks, hipervigilancia, e incluso ideas suicidas, provoca, a menudo, que las víctimas de ataques terroristas no puedan trabajar. Un contexto en el que es difícil pensar en otra cosa y pasar página.
Aun así, han encontrado salidas: aparecer en escena en un cuaderno de bocetos, como contó Catherine Bertrand a la edición francesa del HuffPost en Crónicas de una superviviente, o narrar su testimonio en un cómic y luego montar una obra de teatro, como hizo Fred Dewilde con Sanar mi vida [Panser ma vie]. Sus pasos son lecciones de vida que bien podrían inspirarnos en el período de confinamiento sin precedentes que estamos atravesando y que nos separa a unos de otros.
Porque los sucesos trágicos no siempre terminan mal. Esta es la enseñanza profundamente humanista que se desprende del libro que publica ahora David Fritz Goeppinger, de 25 años, fotógrafo y exrehén de los terroristas de Bataclan hace cinco años. En el camino hacia su recuperación conoció a dos hadas: Doris, que se convirtió en su esposa, y Nicola Sirkis, el cantante de Indochine, que firma el epílogo de su historia. Su libro lleva el nombre de una canción del legendario grupo francés, Un jour dans notre vie (Un día de nuestra vida), porque Geoppinger no ha renunciado a la música, a pesar de Bataclan. Tampoco ha renunciado a situar lo humano por encima de todo, a pesar de los terroristas.
El joven comparte con la edición francesa del HuffPost todo lo que le ha permitido desconectar y volver a pasárselo bien, pese a la tragedia.
Su libro muestra que ha estado muy bien rodeado y que se asegura de estarlo. ¿El vínculo con otras personas ha sido decisivo en su recuperación?
Lo contrario a la pesadilla que vivimos fue hacer que existiera lo humano después de todo. Quería conocer a aquellos que habían vivido el atentado conmigo, a los que aquella noche fueron rehenes como yo. Queríamos saber quién había visto qué, entender qué había sentido cada uno. Y si alguien no estaba bien que supiera que estábamos ahí para él... Nos llamamos, daba corte, pero nos ayudamos.
Como decía Marie, que fue rehén conmigo, en el documental de Netflix 13 de noviembre: fluctuat nec mergitur, dirigido por Jules y Gédéon Naudet, en el que contamos nuestro testimonio: “Nos agarramos tan fuerte que a día de hoy nos cuesta soltarnos. Nos hemos convertido en una familia”.
En esto, nos diferenciamos mucho a otros colectivos de víctimas de ataques. Cuando nos vemos, nos divertimos. Desde el primer aniversario del atentado, hemos sido muy cómplices, como hermanos y hermanas. Otras víctimas han sufrido más dolor que nosotros porque se sintieron solas y sufrieron mucho. El papel de asociaciones como ‘Life for Paris’ o ’13onze15′ es fortalecer los vínculos entre quienes experimentaron el ataque y quienes vivían solos. Es crear una comunidad: unir y ayudar.
Después del ataque, también quise poner cara a los hombres de la BRI (Brigada de Investigación e Intervención) que me salvaron la vida al asaltar Bataclan. Insistí en conocerlos y nos hicimos amigos. Escribí un artículo el año pasado cuando la BRI se vio amenazada por la reforma de la sede de la policía.
Gracias a todas estas personas, entendí que no solo yo lo estaba pasando mal. Para mí, agarrarse a la vida después del ataque significó dejar espacio para estos encuentros, para estas personas que no conocía.
¿Qué actividades le ayudaron a ello?
Me ayudó mi mujer, Doris, que me hizo entender que no era una persona encasillada ya en la categoría de “víctima del terrorismo”, sino un hombre válido pero dañado y traumatizado por la experiencia. La forma en que me acompañó durante esos tres años hasta nuestro matrimonio fue lo que realmente me dio oxígeno.
Otra cosa que puede parecer trivial, pero que también ha sido muy importante, son los videojuegos. Hay estudios que demuestran que desempeñan un papel fundamental en el proceso de permitir a las personas gravemente traumatizadas que tomen de nuevo las riendas de sus vidas. Empecé a jugar menos a juegos de guerra y más a otros de héroes con superpoderes, con una dimensión fantástica. Fue uno de los pilares de mi recuperación. Una especie de ‘mejor amigo’ muy presente al principio. Primero tomé las riendas de forma digital, antes de tomar las de mi vida.
La música estaba en el centro de su vida, pero el atentado le provocó una ruptura. ¿Qué es lo que logró reconciliarles?
Mi encuentro con el rock es un elemento fundador de mi vida. Un día, mi padre me trajo un álbum de Deep Purple, Made in Japan, que me encantó. Después me enseñó a tocar la guitarra y me interesé por la cultura del rock. El rock es una parte integrante de mi personalidad.
Pero después del atentado, estuve dos meses sin escuchar rock porque me hacía sentir mal. Podía escuchar jazz pero no rock. Ese choque contradijo varios elementos de mi vida, lo cual demuestra hasta qué punto el atentado provoca una desestructuración traumática de la existencia.
Y después un día me encontré con el nuevo álbum de Indochine, que sacaron en el verano de 2017, y que me llegó muy dentro. Durante la promoción del disco, Nicola Sirkis había dicho alto y claro que estaba en contra de la reapertura de Bataclan, y me había parecido muy potente que un artista francés tan importante tuviera la valentía de decirlo, porque era ir a contracorriente. Era un héroe para mí. El 12 de noviembre de 2016, me invitaron al plató del programa Quotidien y sabía que Nicola Sirkis también participaba. Le esperé en los camerinos y le llevé una carta. Él me respondió un largo mail en el que me explicaba que conocía a personas que habían estado en Bataclan y que, como artista, el atentado le había conmocionado. Me invitó a un concierto en Bercy y le pregunté si podía utilizar el título de su canción para mi libro y si estaba dispuesto a escribirme el epílogo. Y aceptó.
El encuentro con ese hombre, ese artista tan grande para la sociedad francesa, me dio una ayuda inestimable. Durante mucho tiempo, fui incapaz de pasármelo bien, era incapaz de desconectar. Me obligaba a intentarlo, pero no llegaba a disfrutarlo, a despreocuparme. Y, de repente, poco después de conocer a Nicola Sirkis, me vi dispuesto a aceptar eso, que tenía derecho a pasármelo bien. Entendí que la vida consistía en eso: en hacer hueco a la despreocupación. Y conseguí encontrar ese hueco.
En cuanto a la reapertura de Bataclan, ¿cuál es su postura?
Me habría gustado que la sala no se reabriera tan rápidamente. Sé que no todas las víctimas están de acuerdo en este tema, y que otras consideran que era necesario que la vida continuara. Pero pienso en las personas que murieron en esa sala escuchando música. Para mí, la fiesta terminó el 13 de noviembre. Seguirá siendo una sala en la que vi a gente morir, en la que me vi morir. Creo que se necesita más tiempo para rendirles homenaje.
Cuenta que los atentados de Bruselas y de Niza en marzo y julio de 2016 fueron momentos en que se reactivó de forma muy dolorosa el trauma. ¿Cómo vivió los atentados perpetrados hace solo unas semanas en la catedral de Niza?
Ahora mismo consigo mantener una distancia y compartimentar lo suficiente para decirme que lo que viví fue el 13 de noviembre, no otra cosa, no después. Pero en el atentado de Viena, vi imágenes que me recordaron mucho a las del 13 de noviembre: policías en las calles patrullando con su luz naranja, un francotirador que siembra el miedo en la ciudad… Pero bueno, puedo superarlo.
Usted publicó una columna muy crítica con la “declaración de guerra” que hizo el presidente Macron frente al coronavirus, y sobre su relación con el confinamiento después de haber sido secuestrado. En comparación con el “acto de guerra” que usted vivió, ¿le parecen indecentes las protestas de los franceses contra las restricciones?
El atentado del 13 de noviembre nos preparó, a mí y a las personas cercanas a mí, a que ocurran incidentes inesperados, como si nos hubiéramos sobreadaptado al trauma. Al final, sobrellevé el primer confinamiento bastante bien. El “estamos en guerra” del presidente me chocó profundamente. Estamos en medio de un movimiento nacional de lucha contra una epidemia, pero no hay una guerra. Hay momentos de la vida para los que estamos más preparados que otros, y yo lo estoy. Respeto el confinamiento y estoy de acuerdo con ello. En el último confinamiento, organizaba aperitivos por videoconferencia con otros exrehenes cada viernes, y nos poníamos al día todas las semanas vía WhatsApp. Nunca nos hemos olvidado los unos de los otros, y nunca lo haremos.
Pero entiendo a los franceses que están hartos de estar recluidos en sus casas, y que necesitan ver a sus allegados, porque yo también soy alguien muy ‘social’.
Hoy es 13 de noviembre. Usted cuenta en el libro que ahora tiene dos cumpleaños, y que, paradójicamente, cuanto más tiempo pasa, más difíciles son los aniversarios del atentado. ¿Cómo se siente ahora?
Como cada año, intento no hacerme demasiadas preguntas; si no, entro en una espiral. Ahora me concentro en la promoción de mi libro, que me mantiene a flote. Para mí, es una gran hazaña; nunca me habría imaginado que publicaría un libro. Siento satisfacción cuando me repito que mi libro existe. Pero sé que esta noche no va a ser fácil. Sobre todo a las 21:47, en el momento en que mi vida dio un vuelco. Y sobre todo este año, en el que no habrá una conmemoración. Pensaba que las autoridades no tocarían esta fecha, porque para mí es sagrada. Al mismo tiempo entiendo la decisión, pero es triste.
¿Ha podido volver a trabajar desde entonces?
Por culpa del estrés postraumático, no he conseguido retomar mi actividad de barman, que tanto me gustaba. Esa es una de mis derrotas personales. En mi cabeza, antes del 13 de noviembre, terminaría siendo barman en grandes hoteles, sirviendo cócteles de locura a espías y jefes de Estado. Me había creado toda una película sobre esa vida y esas ganas de pasármelo bien. Pero después del atentado no lo he conseguido, y ya he pasado página. Me gustaría ejercer un trabajo que me permita desarrollarme y estabilizarme, pero aún no lo he encontrado.
Usted es chileno, y en su libro cuenta que ha experimentado otros vuelcos en su vida, como cuando en 1998 obtuvo in extremis, el día de su expulsión, un permiso de residencia que llevaba mucho tiempo esperando. Hace poco recibió la nacionalidad francesa, y la ceremonia se desarrolló de una manera poco habitual, en el Panteón. ¿Qué piensa de la vida después de eso?
Ha habido dos momentos en los que Francia me ha tendido la mano. [El escritor] Romain Gary decía eso: “Francia me ha adoptado”. Me siento orgulloso de llevar los valores franceses dentro, y lo digo alto y claro. En Francia, mi familia y yo fuimos durante mucho tiempo ‘sin papeles’, ocultos entre las sombras. Y de repente me veo nacionalizado en el Panteón, en EL templo de la República. Me hizo sentir como los demás, con mucha más fuerza que antes.
Este artículo se publicó originalmente en el ‘HuffPost’ Francia y ha sido traducido del francés por Elena Niño y Marina Velasco