Un año luz en tan solo dos segundos
¿Alguien ve el menor problema en incluir dos segundos de imágenes de cariño entre personas homosexuales en una película infantil?
Sé que voy a sonar tontorronamente hippie en la columna de hoy, pero ¿de verdad alguien cree que el peor ejemplo que un niño o una niña pueden recibir en el cine actual es el de dos mujeres lesbianas -perdón por la redundancia- besándose con ternura y alegría, tal como se ve en Lightyear, la nueva película de Disney y Pixar? No estoy fumando marihuana, ni suena en este momento The Mamas and The Papas en mi tocadiscos. Sinceramente, no tengo ni puñetera idea de si seguimos o no en la era de Acuario, pero ¿alguien ve el menor problema en incluir dos segundos -como si fueran doscientos- de imágenes de cariño entre personas homosexuales en una película infantil?
La exposición a diversos modelos de conducta sexual tiene sobre los espectadores infantiles un efecto difícil de evaluar. Como se imaginan, es un tema sobre el que no es fácil investigar de forma rigurosa. Valoremos tres posibles escenarios: (1) la contemplación habitual y normalizada de escenas como la de Lightyear no tiene efecto sobre la conducta sexual futura; si fuera así, ¿cuál es el problema?, (2) la contemplación habitual y normalizada de escenas como la de Lightyear modela levemente la conducta sexual futura; si fuera así, ¿cuál es el problema?, y (3) la contemplación habitual y normalizada de escenas como la de Lightyear modela fuertemente la conducta sexual futura; si fuera así, ¿cuál es el problema? Influya como influya, ¿alguien me puede explicar cuál es el problema?
Sería para mí muy fácil recurrir al manido argumento acerca de la indiferencia que provocan, por contraste, los contenidos infantiles violentos. Así que voy a hacerlo, porque ese manido argumento es totalmente relevante aquí. Se lo dice alguien al que el signo de la paz le despierta el mismo fervor que la señal de Ceda el Paso. Pero un adolescente de 18 años socializado con normalidad ha visto 20.000 asesinatos en las pantallas, un tercio de ellos presentados de forma atractiva, seductora o deseable. ¿Cuál es el miedo con Lightyear? ¿que niñas solitarias, con problemas de socialización, irrumpan en un centro escolar y dejen un reguero de mujeres besadas a su paso? ¿Qué hay más? ¿Padres que no se preocupan por lo que es preocupante, o padres que se preocupan por lo que no es preocupante?
No hay anomalía en que las historias infantiles reflejen la realidad. Sí la hay en que dichas historias excluyan sistemáticamente a, por ejemplo, gallegos, tenistas u homosexuales. En vez de preguntarnos qué va a pasar si los niños crecen expuestos a las diversas orientaciones sexuales, deberíamos preguntarnos qué va a pasar si crecen en un mundo de ficciones en donde las personas homosexuales no existen. Esta pregunta, además, tiene la ventaja de que sabemos su respuesta: sufrimiento. Sufrimiento para todos, pero muy especialmente para dichas personas. Dejemos que los niños vean a la comandante Hawthorne besando a quien ame. Los hippies se equivocaban con lo de All you need is love, pero Lightyear puede hacernos avanzar en este tema un año luz de distancia en tan sólo dos segundos.