Turismo de naturaleza: ¿una solución factible?
¿No sería el momento de que España pase página al turismo de borrachera y playa ‘low cost’ para apostar por el de interior?
La pandemia de la COVID-19 va a suponer un antes y un después para muchos aspectos de la actividad humana y uno de ellos será, sin duda, la capacidad de viajar de una parte a otra del globo terráqueo. Cientos de millones de personas, en las últimas décadas, se han acostumbrado a moverse de un lado a otro con medios de transporte cada vez más rápidos y económicos, y si hay un país que supo aprovechar, hace ya 70 años, las posibilidades de este turismo de masas, que se ha convertido en un gran negocio a nivel internacional, fue España. La cuestión es si es factible poner en marcha alternativas más sostenibles.
Durante décadas, es sabido, la economía española ha girado en torno a la llegada de turistas. El primer año del boom turístico fue 1965, cuando hubo 14 millones de extranjeros de visita. En 2019 fueron casi 84 millones, acercándose al 200% de lo que es la actual población del país. ¿Qué hubo detrás de tan espectacular despegue? Los sociólogos lo atribuyen a diferentes factores; por un lado, la atractiva geografía, con grandes playas y una oferta cultural no menos atrayente, pero también por la proliferación de una clase media europea con capacidad adquisitiva para viajar, el clima cálido gran parte del año en el sur, una gastronomía variada y un contexto político y social tranquilo, mientras en otros países del Mediterráneo proliferaban los conflictos: Túnez, Egipto, Grecia.
La entrada de recursos en el país derivó hacia ese turismo masivo, que creció a medida que se desmantelaba la industria y que, además, tenía la ventaja de que daba alas a otro gran negocio: la construcción. Durante décadas, la edificabilidad en las costas españolas creó empleo, aún a costa de un impacto ambiental de grandes proporciones en lugares de gran riqueza ambiental, como el Mar Menor, el entorno de Cabo de Gata, el entorno de Doñana, las playas de Fuerteventura y un largo etcétera. A ello se añadían daños colaterales, como el de los residuos, la sobreexplotación de acuíferos, las aguas residuales, la alteración de ecosistemas… También un impacto socio-cultural en pueblos que se convirtieron en parques temáticos o centros de ciudades que se vaciaron, un fenómeno llamado gentrificación, que no es otra cosa que la proliferación de alojamientos turísticos.
En 2019, el turismo era el 12,5% del PIB nacional, gracias a extranjeros que llegaban en avión en busca de una costa (hasta el 70% así lo hizo). También el turismo de congresos se fue haciendo fuerte en los últimos años.
Todo ello se fue al traste con la pandemia de la COVID-19 en marzo pasado. España fue uno de sus epicentros en su primera ola y también lo ha sido en la segunda, tras un verano en el que se intentaba recuperar un turismo que no llegó. Y la pregunta es: ¿volverá ese turismo masivo en una era pos-COVID-19? ¿Ocurrirá lo mismo que durante la crisis del 2008, que cayó en picado pero luego resucitó y se consolidó de nuevo? ¿O debemos comenzar a promover otro tipo de turismo más sostenible? ¿Seremos capaces en España de dar ese giro a medio plazo? ¿Qué papel podrían tener otro tipo de alternativas, como el turismo de observación de la naturaleza?
En realidad, de todo ello va la Estrategia de Turismo Sostenible 2030 que está en elaboración y que busca la diversificación geográfica y también temporal de nuestros visitantes. Una estrategia que, sin embargo, no queda reflejada en el Plan de impulso del sector turístico: hacia un turismo seguro y sostenible pos-COVID-19 , aprobado por el Gobierno en junio pasado y dotado con 4.262 millones de euros. Ese plan se centra más en la sostenibilidad económica del modelo turístico actual, aunque incluye algunas medidas sobre el ahorro de energía que en la apuesta por un nuevo modelo. Es más, en las comunidades autónomas se ha aprobado en estos meses modificaciones urbanísticas que permiten seguir construyendo en lugares como el litoral andaluz, ya muy deteriorado, poniendo el foco en costas como las de Cádiz y Granada, mientras por otro lado hoteles y casas están vacíos.
Por ello, conviene recordar que hay alternativas, que tenemos un territorio de interior con una gran riqueza paisajística y en biodiversidad. Grandes áreas, hoy muy vacías, que previsiblemente sufrirán menos el impacto del cambio climático que las costas españolas, amenazadas ya por una subida del nivel del mar que genera inundaciones cada vez más frecuentes e intensas y con olas de calor que llegarán a ser poco soportables. La eurodiputada Karima Delli, presidenta del Comité de Transporte y Turismo de la Eurocámara, ha señalado que países como España tienen zonas demasiado masificadas y que debería tratar de “privilegiar zonas menos saturadas”.
En la misma línea, Aurora Pedro, consultora de la Organización Mundial del Turismo, apuesta por un “turismo menos low cost y más intermedio, que dé más valor a lo local”, que es lo que se defiende también en la Guía para un turismo sostenible que el catedrático y biólogo Javier Benayas ha publicado junto con otros dos coautores. Desde la Green European Foundation, precisamente, se están recogiendo iniciativas de este tipo por todo el continente para ponerlas en valor y compartirlas entre los diferentes territorios.
En realidad, ese turismo más ligado a la naturaleza es un camino que ya se había emprendido en España, aunque lentamente. Datos oficiales señalan que entre 2009 y 2016 el turismo de naturaleza aumentó un 32%. Sólo de residentes en España, en 2018 fueron 9,5 millones, un millón más que el año anterior. En general, basado en pequeñas empresas familiares en un territorio rural que supone el 85% del país pero donde apenas vive el 18% de la población. Son negocios que el Plan Sectorial de Turismo de Naturaleza y Biodiversidad 2014-2020 ha impulsado hasta facturaciones que alcanzan los 9.000 millones de euros anuales, pero aún es apenas un 11-12% del total, por debajo del 15% de media mundial.
El perfil de estos turistas es muy distinto al playero. Más joven, con más formación, con más recursos, de alguien que combina deporte y naturaleza, que viaja más cerca de sus residencias y que contrata sus viajes directamente, según un estudio de 2017 del Ministerio de Transición Ecológica. Aunque viajan menos días, lo hacen con más frecuencia a lo largo de todo el año. Al albur de su auge, han surgido numerosas iniciativas de ecoturismo para darles servicio, como es la observación de aves, la de osos pardos, de lobos o linces. A más belleza natural, más atractivo tiene un espacio para los posibles visitantes, lo que puede, por otro lado, ayudar a proteger y conservar paisajes y especies que, de otro modo, se entienden como espacios para extraer recursos, ya sea por tierra, agua o aire. Es el caso del lobo o del lince: a medida que sus especies se han recuperado, ha aumentado la oferta turística para su observación. En el caso de las aves, los turistas suelen ser extranjeros (35-45%) mayoritariamente del Reino Unido, Holanda y Alemania, donde hay una alta tradición ornitológica.
Respecto al transporte, los datos indican que estos visitantes de la naturaleza recurren fundamentalmente al transporte privado, sobre todo porque la situación del transporte público en el interior de España ha ido a menos, a raíz del desmantelamiento de las líneas ferroviarias. Es previsible que un turismo de interior creciente sería un aliciente más para retomar el ferrocarril, mucho menos contaminante que un transporte aéreo a precios que no se corresponden con el coste del impacto que genera: un 2,6% de las emisiones de CO2 proceden de la aviación comercial.
Es evidente que la crisis actual provocada por la pandemia también ha afectado a este tipo de turismo de observación de la naturaleza, pero a falta de datos, por su modelo, el daño es menor en términos de desempleo o cierres empresariales, dado que son negocios de menor envergadura. En algunos casos, hoteles rurales, casas rurales, restaurantes y bares de pequeñas localidades, gasolineras o pequeños comercios han visto incrementadas puntualmente las visitas de turistas cercanos y urbanos, ahora que los confinamientos y las limitaciones impiden viajar a largas distancias.
En todo caso, y pensando en la era pos-COVID-19, cuando llegue, es esperable que se comience a promover un turismo más sostenible que el que teníamos como sostén económico, que rompa con los viejos esquemas y abra nuevas ventanas. El afán de viajar del ser humano no va a desaparecer. Lo lleva haciendo desde hace dos millones de años. Pero, ¿no sería el momento de que España pase página al turismo de borrachera y playa low cost para apostar por el de interior, en el que el contacto con la naturaleza es fundamental? Es evidente que ello ayudará a poner en valor, además, la buena conservación de los ecosistemas porque tendrá más atractivo aquel que mejor proteja la naturaleza. Como ejemplos mencionar las iniciativas que han surgido en torno al lobo en la sierra de la Culebra (Zamora), las aves de la laguna de Gallocanta (Zaragoza) o el lince ibérico en la sierra de Andújar, donde estas especies se comienzan a valorar como un tesoro. Es evidente que habrá que buscar el equilibrio para que montes, bosques, humedales y campos no acaben igualmente masificados y deteriorados que lo están las costas.
Por otro lado, será difícil cuantificar el valor añadido que supone para quien viaja a un espacio natural su aprendizaje sobre cómo observar al resto de los seres vivos que habitan ese paisaje. Son experiencias que nos conectan con una naturaleza hoy olvidada.
Como todo, es un sector que requerirá apoyos públicos para promover esta imagen en el exterior y una adecuada formación profesional, pero un acceso fácil de los consumidores nacionales e internacionales a la oferta disponible, hoy muy descentralizada y poco enfocada al exterior, con campañas adecuadas, se puede dar un giro a la imagen de España y lograr que se convierta en un destino de calidad y biodiverso.
Para reflexionar sobre todo ello, la Green European Foundation y la Fundación Transición Verde han convocado en La Casa Encendida un evento que reunirá el 3 de diciembre a expertos nacionales e internacionales en esta materia que aportarán su conocimiento para encontrar los caminos más factibles. Hay que seguir ‘brújulas más verdes’ para cambiar el rumbo…