Trabajo profundo - Vida profunda
Como saben bien todos uds., tengo una fobia particularmente incontrolable a los libros de autoayuda. Además de que son una fuente de banalización de problemas complejos de tipo psicológico, y no digamos ya de soluciones que son todavía más complejas, mi problema fundamental con este tipo de textos está en el prefijo auto. Ya saben ustedes lo que pienso, necesitamos mucho más de hetero-ayuda (es decir, ayuda al otro, a los demás) que de auto-ayuda. Obsesionados y ensimismados con nosotros mismos como estamos, nunca llegaremos a nada más que no sea nosotros mismos cuando lo único que nos preocupa es nuestro píloro. Ay, el Yo.
Sin embargo, he de reconocer que hay un libro de autoayuda que sí que me ha llamado la atención. Y hasta lo he leído. Como a mí lo que me gusta es contar historias, les cuento la de este proceso. Un buen día abrí mi cuenta de twitter, y tenía, arriba del todo, un tuit de New York Times, que decía “Deep work” (‘Trabajo profundo’). Pinché en el link. Una vez dentro, lo primero que había era una post de un tío que indicaba cómo nos iba a ayudar a realizar “trabajo profundo”. Vaya, una zarandaja más de autoayuda, pensé. Pero cuando iba a cerrar el tuit, vi que el post remitía, a su vez, a un libro: Deep Work: Rules for Focused Success in a Distracted World, de un tal Cal Newport. Curiosidad puede más que aversión. Entonces fui al libro. Y lo primero que hace el libro, según descubrí, es citar a Carl Jung. STOP. Vamos a ver, un libro que lo primero que hace es citar a Carl Jung no puede ser tan estúpido. Por lo menos no tan estúpido como otros que lo que hacen es empezar la entradilla citando a Buda (nota a pie de página para aquellos que no sean budistas: Buda es una figura de dudosa historicidad, al igual que ocurre con el dios de los cristianos -dios, no con el zelote Jesucristo-, y al igual que ocurre, pero algo menos, con el monstruo del espagueti volador, al que sí que vemos volando a menudo, sobre todo los que tenemos hijos).
Bueno a lo que voy; el libro Deep Work te da una serie de recetas para que te puedas concentrar más en el trabajo. De hecho, empieza contando la historia de un joven al que le costaba concentrarse mucho en el trabajo. El caso es que el joven, nada más llegar al trabajo y abrir el ordenador, abría, al mismo tiempo, su cuenta de Facebook, la de Twitter, la de Instagram, la de Youtube, la de Tinder, por supuesto el Whatsapp estaba abierto, claro, cómo vamos a vivir sin el wasap, por favor. Consecuencia: el chico no se podía concentrar. Dios mío, pienso yo, ¡si lo increíble es que el muchacho fuera capaz de abrir el Word para ponerse a teclear! Por tanto, regla número 1 de Deep Work: no abras tantas ventanitas cuando estás trabajando. Estarás, pero no estarás. Trabajarás, pero no trabajarás. Te concentrarás, pero no te concentrarás.
Hasta ahí Deep Work es una chorrada como un templo de grande. Es evidente que tenemos muchos estímulos, gracias al inmenso favor que nos han hecho las nuevas tecnologías a todos, y que el que no sepa controlar esos estímulos, y evitar que el estímulo te controle a ti, está más perdido que Judas Iscariote. El que no tenga claro esto (sobre todo entre los más jóvenes) es, directamente, hombre muerto. Pero la frase, LA FRASE, que me hizo no tirar el libro a la basura directamente, fue la siguiente (además de la cita de Jung, pero eso ya lo he contado antes):
“A Deep life is a Good life”
Bueno, aquí ya hemos dado un salto cualitativo importante. Ya no se trata de “Deep work”; se trata de “Deep life” (‘Vida profunda’). Es evidente que, si no haces lo primero, te van a acabar largando del trabajo. Y es evidente que cada vez hay más gente que es incapaz de concentrarse en el trabajo. Pero lo segundo (“Deep life”) es menos evidente. ¿Por qué tenemos que tener una “Deep life”, una vida profunda? ¿Está conectada una “Deep life” con ser un crack del “Deep work”, del trabajo profundo? Hace poco me contaron la siguiente anécdota, que transcurría en un cocktail:
Bien, empecemos analizando el problema por una de sus aristas, de manera concreta. Ya saben, el método analítico. Bien podríamos decir que una vida profunda y un trabajo profundo son antitéticos. Yo soy académico, me tiro investigando unas 9-10 horas al día, y lo último que quiero cuando cierro el ordenador es que me cuenten que Carl Jung se encerró en una torre para escribir Psycological Types, y todavía quiero menos que me cuenten de qué va el libro. Basta. He terminado de trabajar y lo que el cuerpo me pide es tomarme una cerveza fría tranquilamente, viendo el último partido de los Boston Celtics. Para el trabajo profundo es necesaria una vida superficial. Es la única manera de desconectar del trabajo profundo, compensarla con una vida superficial.
Sin embargo, lo anterior no se puede extender a todo el mundo, ni siquiera a todas las actividades que yo realizo en el mundo. Es decir, que no se puede generalizar. La cuestión más interesante que plantea el libro al que estoy haciendo referencia, pero que por supuesto no analiza (los libros de autoayuda solamente son interesante en tanto en cuanto destapan tendencias sociales que quizá de otra manera seguirían enterradas, sobre todo cuando el libro en cuestión se convierte en un best-seller) es la de por qué estamos, con carácter general, comprometidos con una vida superficial, antes que comprometidos con una vida profunda. ¿Buscamos la superficialidad para desconectarnos del trabajo profundo, simplemente, o hay algo más?
Hay algo más. Claro que hay algo más. Nuestro commitment (compromiso) por la superficialidad, llamémosla así, tiene muchísimo de escapismo. No queremos vidas profundas, no queremos personas profundas, no queremos profundidad, punto. Pero, ¿por qué? Bueno, la superficialidad es una manera de recrear un mundo imaginario y fantástico en el que toda la complejidad de nuestro entorno inmediato, sus problemas, sus tensiones, sus contradicciones, y sus maldiciones, se suspenden por un momento, y cuanto más largo sea ese momento, mejor. Siempre me acordaré de la escena final de Días de vino y rosas, en donde las rosas y el vino conducen a nuestra protagonista al abandono más absoluto, a aquella incapacidad de reconocer donde estamos y quienes somos que acecha nuestras vidas cuando lo que intentamos hacer es escaparnos de ellas. Mi querido amigo Luis Fernando Medina Sierra lo plantearía probablemente de otra manera, diciendo: hemos perdido el gusto por la excelencia, y la manera de recuperar lo que una vez fuimos y hemos dejado de ser es volver a poner en la agenda de nuestras vidas el prurito de la excelencia (cuando yo hablo de vidas siempre pienso en vidas en común, no en nuestra vida en particular). Es una propuesta. Y creo que deberíamos examinarla…con profundidad.