Tiempo de llamaradas
De vez en cuando unas repentinas llamaradas de ira y odio incendian las sociedades. Como en los fuegos forestales, hay un tiempo en que se unen los factores que provocan la chispa; y hay unos focos que no siempre se atienden con la rapidez y la profesionalidad debidas: es clave saber la evolución del viento, su dirección, su fuerza, y los torbellinos de aire que pueden cambiar su curso. También es importante tener controlados a los pirómanos. Tanto la 'mano de obra', normalmente tarumbas que andan sueltos por incapacidad de las leyes psiquiátricas, como los autores intelectuales que se esconden tras una falsa apariencia de altruismo, bondad pura y desinteresada, de defensa de 'lo nuestro', lo cual no deja de ser una variante de racismo vegetal, y del ecologismo urbano, que logran dar el gran cambiazo a las realidades. Por ejemplo, convierten a los pacíficos eucaliptos en mecheros con patas, contra toda evidencia científica y, lo que es más grave, ignorando que también se incendian alcornocales, pinares, robledales... En cada lugar se incendia lo que hay.
Pues España se está incendiando políticamente en varios frentes. Las redes sociales, convertidas en catapultas de mentiras, resentimientos, demagogia y autoritarismo de chulo de playa siembran un clima de guerra civil que más vale no ningunear. Hasta tal punto ha llegado la cerrazón de una parte de la sociedad que esto se asemeja al mundo al revés, el de la bruja buena y el hada mala.
En Cataluña parece que, como en el milagro de los panes y los peces, o en el de la conversión del agua en vino, que es más propio de la actualidad por ser metáfora más ajustada, los que recibieron con gritos de alegría las sentencias de que patear la bandera española, pitorrearse del himno nacional y abuchear al Rey perfectamente orquestados en un campo de fútbol, y quemar las fotos del Jefe del Estado son 'libertad de expresión', niegan este derecho reconocido por los tribunales a los que piensan lo contrario.
Quemar una foto de Puigdemont, de Torra o de Junqueras, mofarse de Rufián, abuchear a Els Segadors, o burlarse de los estelados constituye una intolerable falta de respeto y agresión moral antidemocrática. Todo esto se representa en la 'guerra del lazo amarillo', digna del mejor Gila. El lazo amarillo es el distintivo que han adoptado los golpistas confesos, y hasta confesados con curas amigos, desde la Generalitat y las instituciones catalanas para reivindicar la libertad de los políticos presos y la vuelta y el reconocimiento de los huidos. El colmo es la propuesta de ponerle escolta oficial a Puigdemont, un huido de la justicia. Es, por tanto, el lacito de marras un símbolo golpista por la mera aplicación de la primera propiedad transitiva: si 'a' es igual a 'b' y 'b' es igual a 'c', tenemos que 'a' es igual a 'c'.
Pero... si ciudadanos constitucionalistas quitan estos símbolos que defienden la ilegalidad máxima contra un Estado de derecho, y que se colocan en espacios públicos, entonces los mossos y las autoridades separatistas los intimidan, amenazan, incoan expedientes y multas.
Que desde su madriguera belga el fugado expresidente golpista Puigdemont presente una querella en los juzgados belgas contra el juez Llarena, por hechos sucedidos en España, es como si una orca demanda al National Geographic por ser acusada de comerse a las focas; y sus defensores acusen al idioma inglés de lenguaje políticamente incorrecto y ofensivo por traducir este nombre como ballena asesina (killer whale). De coña marinera.
YouTube hierve de vídeos en los que, en unos, los defensores del lazo amarillo, civiles, autoridades y 'mossos' (policía autonómica) , intimidan y en ocasiones agreden a quienes los quitan o los pintan de rojo en los espacios públicos, o a los que ejercitan su derecho a colocar banderas constitucionales. Quien no lo vea está ciego: en Cataluña sólo falta la chispa. Y esa chispa puede ser un muerto. O unos.
En este ambiente exaltado de talibanismo separatista, y en el creado por el vicio de una parte de la derecha, de la vieja y de la nueva, de convertirse en albaceas testamentarios y guardianes de la memoria franquista, que sin duda han enconado el clima, aparece un grupo de generales y cientos de jefes y oficiales defendiendo al 'soldado de España', Francisco Franco. En un pronunciamiento al estilo decimonónico, estos uniformados son la viva demostración de que el ejemplo de Franco de jurar en vano la Constitución de la República tiene imitadores. Franco traicionó su juramento, y aunque en la reserva, estos admiradores del Generalísimo han traicionado el suyo.
Hay algo que no conviene ignorar: la Constitución Española de 1978, de obligado cumplimiento para todos, tengan lacito amarillo o verde moco, rojo o morado, es, toda ella, un desmontaje de la Dictadura; o sea, de Franco. Y la Disposición Final hay que leerla con atención, por cierto, porque es clave para entender cabalmente los artículos precedentes, desde el primero.
El aparente detonante del manifiesto retro-rebelde fue la decisión del Gobierno socialista, y de una amplia mayoría del Congreso – hay un mandato parlamentario expreso, suscrito incluso por Ciudadanos- de sacar los restos de Francisco Franco Bahamonde del Valle de los Caídos, para finiquitar una anomalía histórica, y en sentido nada figurado completar la Transición.
Esa es la disculpa. Pero no es toda la verdad: más cierto es que muchos de estos militares nunca han ocultado el 'rejo'; y uno de ellos, el teniente general Alamán, que fue Jefe del Mando de Canarias, ya recibió una seria llamada de atención cuando se solidarizó con el teniente general Mena, responsable de la Fuerza Terrestre, fulminantemente destituido por el ministro José Bono cuando habló en la Pascua castrense de enero de 2006 desde la Capitanía General de Sevilla de una posible intervención militar si el nuevo Estatut sobrepasaba ciertos límites.
En todo este proceso hay, encima, algunos datos que (casi) todos se empeñan en ignorar. V.g. que el reconocimiento a los militares republicanos, a sus derechos profesionales y como mutilados, los que lo fueran, ya principió en 1976 por el Gobierno de Adolfo Suárez (decretos 670/1976; RDL 6 de 1978); que este primer ejecutivo empezó también la reparación a las víctimas, y que el primer Gobierno socialista inició las compensaciones económicas por años de prisión a los represaliados por el franquismo (Ley 4/1990 de PGE) y con anterioridad la Ley 18/1984 de 8 de junio que reconocía como años trabajados a efectos de la Seguridad Social los periodos de cárcel... Por su parte la ley 37/ 1984 asumía los "derechos y servicios prestados" por parte de las fuerzas armadas, fuerzas de orden público y cuerpo de carabineros de la República. Etc.
Es injusto, pues, aumentar la ceremonia de la confusión, como si nada se hubiera hecho al respecto, como si las víctimas del franquismo hubieran sido olvidadas hasta que Podemos y la hijuela del PCE que dirige Alberto Garzón llegaron a las Cámaras. O hasta que Joan Tardá da titulares con sus astracanadas. Y es que las 'verdades' no venden.
El presidente Sánchez debe ponerse como objetivo un plan urgente: 'operación contra las frivolidades, el postureo y el mariposeo' de todos-todos los partidos. Hay que enhebrar un discurso coherente sobre lo que está pasando, porque está pasando. Sacar a los muertos nunca olvidados de las cunetas o las fosas comunes, sean del bando que sean, o sean de ninguno, no es reabrir heridas, como falsariamente arguyen algunos. Es un deber nacional y una obligación que recuerda la ONU con insistencia. No puede haber desaparecidos. No es normal, o sea, es subnormal, que por un desaparecido se produzca una enorme conmoción en todo el país y por decenas de miles la explicación es que son de "hace casi cien años". Uno vive mientras viven los que lo recuerdan.
Ya está bien de la política de las arengas, las consignas, los argumentarios embaucadores, la revancha, los spots, los remakes, las jaculatorias y las letanías. La nación necesita con urgencia un discurso serio y riguroso, claro y actualizado, un consenso de Estado, sobre estos graves síntomas que separan y fomentan la inquina. Y no se ve ese discurso en nadie.
Las redes son en realidad una tela de araña; y ahora la araña ha atrapado en ella nada menos que al oro de Moscú que algún trastornado exige que se devuelva al Banco de España, cuando la propaganda del franquismo o los errores de juicio de ciertos historiadores con información incompleta, ya han sido suficientemente desmontados por la documentación que ha ido apareciendo.
Claro que la desinformación y la agit-prop, son estupendas para la autoestima. Ahí tienen a Trump y sus fake news. Cuando parecía que Hitler iba a invadir el Reino Unido, Gran Bretaña llevó su oro y divisas a Canadá, por si las moscas, o los nazis.
La verdad, "lo que más cabrea es la estupidez arrogante de la ignorancia concienzuda", como que me dice un liberal de toda la vida y centrista devoto.
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