'The magic opal' o la dificultad para trasladar el eros del siglo XIX al siglo XXI
Una conclusión poco halagüeña sobre la propuesta.
El estreno de la opereta The magic opal de Albéniz en el Teatro de la Zarzuela se anuncia como todo un acontecimiento. Hay varios motivos. Primero, que es una obra poco o casi nada representada en España, quizás porque originalmente se escribió para ser estrenada en Londres y cantada en inglés. Segundo por su equipo artístico. El director musical Guillermo García Calvo, que también lo es del teatro, el director de escena y escenógrafo, Paco Azorín, y la soprano que protagoniza en el primer reparto, Ruth Iniesta.
La historia, como suele ser habitual en las operetas, es ligera, aunque tópica. Una pareja, Lolika y Alzaga, se atraen y se quieren. Cada uno sabe lo que siente, pero no si su amor es correspondido. Por eso se lanzan a la búsqueda del ópalo mágico. Una especie de filtro amoroso que, como en Tristán e Isolda, sirva para que la persona que quieres se enamore de ti (o explicar que se ha enamorado de ti).
En esa búsqueda están los malos, los bandidos, y los padres, que harán todo lo posible para frustrar este amor. Tratando de conseguir el ópalo para sus propios intereses. En el caso de Trabuco, un bandido, para conseguir el amor de Lolika. Dando lugar a situaciones que facilitan la confusión, el embrollo, el vodevil. La comedia y la parte cómica, a pesar de que la música que se oye se toma en serio esto del amor.
Esta trama tan sencilla, que ahora podía ser un videojuego de tipo quest, es decir, de aventuras, lo han convertido en una app de ligoteo. Una app peculiar que va a asociada a una serie de pruebas en la que los usuarios tienen un avatar, un dinero que es la vida y una herramienta que les capacita para algo concreto.
El ir pasando pruebas les permitirán ir subiendo de nivel, siendo el último el del amor. Por supuesto, romántico, que no hay posibilidad de otro en las parejas. Un tipo de amor que en este montaje se le pide al espectador que se lo cuestione mediante preguntas que se proyectan en el escenario.
Es en esa traslación del amor romántico del XIX al amor erótico, por no decir directamente porno, del XXI donde la obra se pierde. Hay que recordar que las apps, las más populares, no están pensadas para encontrar el amor, sino, el sexo rápido, y, más concretamente la genitalidad del sexo y, por tanto, según los sexólogos, el sexo “macho” de penetrar a otros, otras u otres. Es ahí donde Trabuco, nombre que posiblemente se le ha dado por las características anatómicas de cierta parte, tendría más éxito.
Pues bien, en ese mundo de apps, se embarcan esos dos amantes de Teruel (o vaya usted a saber), tan tonto ella como él, cantando al amor romántico. Un mundo virtual en el que hay mujeres, hombres y viceversas. Un juego en el que hay que recordar a los bandidos que “el sí es sí” y “el no es no”. En el que se repite varias veces el chiste de que los personajes, y por ende el montaje, no son LGTBI+QSRTJHKfóbicos pero, por si no queda claro, ellos son heteros y muy heteros. Una actitud muy típica de esta sociedad en la que vivimos sobre la que probablemente han querido ironizar, pero que desde la butaca se vuelve en su contra.
Y, si eso no fuera suficiente, convierten a los padres de Lolika en eso, padres. Una pareja de hombres. Lo que ha sumido a Lolika, que ha crecido con ellos, en una confusión permanente que ya no sabe quién es quién. Es decir, quién es padre y quién es madre. Confusión de la que no se desprende ni en su adultez. Apoyando el argumento de que los niños que crecen en una familia con padres o madres del mismo sexo les producen una confusión de la que no se recuperarán de adultos, tanto es así que Lolika, para encontrar el amor verdadero con un hombre, como debe hacer una mujer que sea mujer, tiene que huir de ese hogar homoparental. Algo que tampoco parece estar en el espíritu de la propuesta de la dirección de escena, pero es lo que se acaba viendo desde la butaca. Recordando el peligro de las buenas intenciones cuando uno se abandona a ellas acríticamente o se las juega con humor.
Sin embargo, la música original y las canciones funcionan, habitualmente porque paran la dramaturgia que se ha creado para este montaje. La orquesta suena bien en general, mejorando a medida que pasa la representación. Como si entrasen en calor, se fueran calentando con tanto amor. Y se disfrutan las canciones, que tienen ese candor de otro tiempo.
Sobre todo, cuando canta Ruth Iniesta, que está en el disparadero de ser una estrella de la lírica, al menos estrella local, a la que el público ya quiere, si se atiende a los aplausos que recoge. Y que mejoraría si consiguiese que la letra en el español que canta se entiéndese siempre, y no que fuera solo música.
No es la única que lo hace bien. Santiago Ballerini, que hace de Alzaga, y Damián del Castillo, Trabuco, adecuadamente elegido por aspecto, por voz y por fraseo, para el personaje machista que le han definido, también permiten disfrutar de la función.
Aunque el que se lleva la palma del favor y fervor del público, con permiso de Ruth Iniesta, es Luis Cansino. En su rol de padre homoparental. Tal vez, el que se ajusta más y mejor al tono de opereta o de musical del XIX. Al que se le ve disfrutar de la farsa y de lo que canta. El que hace pensar que cantar es algo espontáneo que te sale así porque sí, porque tienes el corazón contento, lleno de alegría y lo puedes hacer como lo hace él. Tan es de esta manera que, aunque lleva un traje poco favorecedor, hace pensar que hasta le sienta bien, casi como un guante.
A lo anterior se suman otros muchos desaciertos que hacen que la conclusión sobre el espectáculo no sea muy halagüeña. Una escenografía demasiado cerrada que no respira a pesar de las puertas que se abren y se cierran. Un exceso de proyecciones y de uso de video en directo que no sincroniza bien con la voz de los cantantes. Un acúmulo de acciones en escena que se beneficiaría de limpieza. Un maestro de ceremonias que no funciona a pesar de que Fernando Albizu lo defiende como un jabato, sudando la camiseta por cada centímetro del personaje, pero que hace pensar lo interesante que hubiera sido que se hubiera contratado al actor Carlos Sobera, el presentador de First Dates, para hacer de él mismo como presentador de ese programa.
Todo esto lleva a una conclusión poco halagüeña sobre la propuesta. Muy en consonancia con los aplausos del público el día de su estreno. Muy fuerte para todo lo musical, Ruth Iniesta, Luis Cansino, Guillermo García Calvo y el coro, en particular. Y un abucheo importante para la puesta en escena. Que, en principio, no es una mala idea, sobre todo con un ojo puesto en el público menor de cuarenta, más si siguen anclados en la adolescencia, que haberlos haylos hasta de cincuenta. Sin embargo, parece que el entusiasmo de su equipo artístico por la misma ha hecho que se hayan pasado de frenada y salido de la carretera. Algo que siempre entra en la ecuación cuando se asumen riesgos artísticos, como sucede en este montaje y el riesgo en la zarzuela se agradece.