Taxímetros, VTCs o la normalización de la precariedad laboral
Llevaba menos de un año viviendo en Madrid cuando tuve que coger un taxi en la capital. Tal vez por mi acento andaluz, tal vez por otras razones, el taxista (muy simpático, por cierto), intentó realizar un trayecto bastante más largo para cobrar más cara la carrera. Nunca había sido muy asiduo a los taxis, pero a partir de aquel día decidí usarlo única y exclusivamente cuando fuera totalmente necesario.
En 2014, llega Uber a España. La empresa californiana ofrece al consumidor poder conocer el costo del trayecto con anterioridad a su uso, por lo que puede decidir si tomarlo o no. Estos transportes, conocidos por sus siglas VTC (Vehículo de Turismo con Conductor), están conducidos por chóferes particulares, que solamente tienen que inscribirse vía online. Además, no es necesario bonificar el pago en efectivo, ya que se realiza mediante la aplicación de la compañía. Obviamente, numerosas personas se decantaron por la novedad, cansadas de los taxis, que siempre han sido conocidos, además, por sus elevadas tarifas.
Uber, y también otras empresas como Cabify, pronto fueron calificadas por parte de los taxistas, que exigen en sus quejas que se conceda como máximo una licencia de VTC por cada treinta licencias de taxi, como competencia desleal. Comenzó entonces una guerra entre los dos sectores que no ha dejado indiferente a nadie, especialmente en las grandes ciudades. En nuestro país, donde cada comunidad tiene competencia estatal para regular sobre este tipo de vehículos, tras la aprobación la semana pasada de un nuevo decreto de la Generalitat, que establece una reserva de quince minutos de antelación para el uso de estos servicios, Uber y Cabify se ven obligados a abandonar Barcelona. En el País Vasco, comunidad a la que no habían llegado aún, dicha reserva debe ser realizada con una hora de antelación. En Madrid, mientras tanto, se les prohíbe estar estacionados a la espera de posibles clientes.
Otros países europeos, como Bulgaria o Dinamarca, tampoco se han visto exentos de la polémica en torno a Uber. El primero prohibió su funcionamiento, tras un mes, en 2015, al declarar que la empresa se lucraba gracias a prácticas anticompetitivas y obligarla a registrarse como una compañía de taxis. En Dinamarca, en el 2017, se exigió la implementación de un taxímetro en todos los VTC. Además, en dicho país, se dictaminó en septiembre del pasado año que los conductores deberán pagar una multa por cada trayecto realizado entre 2014 y 2017.
En España, desde el inicio del paro patronal de los taxistas, que el propio Pérez Reverte criticó en su cuenta personal de Twitter, numerosas voces se han alzado a favor o en contra de algún bando. Muchas personas, entre las que me incluyo, están cansadas de algunos aspectos que ofrecen los taxistas, pero ¿son Uber o Cabify realmente la solución o estas jóvenes empresas han aprovechado una situación idónea para ganar partidarios y adeptos?
Por un lado, los taxistas se benefician de la compra y reventa de licencias, en otras ocasiones se aprovechan económicamente del consumidor, especialmente si es extranjero, y algunos no ofrecen un servicio higiénico. Además, no hay que olvidar que, aunque se haya vinculado a este sector con Podemos, sus voces más conocidas son Nacho Castillo Jiménez, conocido como 'Peseto Loco', que comparte opiniones con los neonazis del Hogar Social de Madrid, al fotografiarse con su líder, encausada por atacar la Mezquita de la M-30, y Tito Álvarez, que no entiende como un ministro de izquierdas y homosexual puede "mandar a la Policía". Sin embargo, a pesar de todos estos aspectos negativos, muchos de los cuales habría que regularizar, el problema no es que los taxistas se hayan encontrado con un nuevo sector preferido por la población que hace peligrar sus puestos de trabajo, sino todo lo que la empresa americana esconde y que, a simple vista, no se ve.
Desde hace un par de años se habla de un fenómeno conocido como uberización de la economía, un término tan recurrente que incluso la Fundéu acepta su existencia. Por uberización se entiende un modelo económico en el que los particulares pueden efectuar transacciones económicas vía plataformas a las que pueden acceder por aplicaciones móviles. Dicho modelo no deja de ser consecuencia directa de la liberalización de los mercados y la economía del siglo XXI.
Algunas empresas ya conocidas y extendidas por nuestro país, como Glovo o Deliveroo, ya se adaptan a este nuevo concepto laboral. Los trabajadores son personas autónomas, obligadas a esperar durante horas, por las que no reciben ningún beneficio económico, a que algún cliente solicite sus servicios. Además, en estas dos empresas, son los propios trabajadores quienes aportan la bicicleta, ya que solamente reciben la caja con el logo de la compañía para la que trabajen. Mientras tanto, la empresa que se beneficia de sus servicios, recibe una alta bonificación económica
En las empresas de transporte, aunque los conductores de VTC trabajan una media de sesenta horas semanales, son mileuristas, pero facturan para su empresa entre tres mil quinientos y cuatro mil euros. Por otro lado, los taxistas facturan la mitad en el mismo tiempo. Solamente un reducido grupo de empresarios posee las licencias de los Vehículos de Turismo con Conductor, mientras que el 60% de los taxistas tiene su propia licencia. Además, los taxistas y empresas como Uber o Cabify disfrutan de un buen sistema fiscal, pero los conductores de los VTC, no. Uber, por ejemplo, tiene IVA reducido y tributa la mayor parte de sus beneficios fuera.
A pesar de que la Unión Europa sentenció que Uber solamente podría funcionar como un servicio de transporte, y por tanto no puede operar al margen de los requisitos de estos, Uber estudia implantar su división UberWorks en Europa tras haber empezado a funcionar en Chicago, que proporcionará trabajadores bajo demanda, como personal de seguridad o camareros.
Este nuevo servicio es una prueba más del peligro que conlleva la popularidad, la casi nula regulación y los escasos conocimientos entre la población de las consecuencias de esta y otras empresas. Si este nuevo sistema se expande, la empresa se convertirá en intermediaria y recibirá beneficios económicos por ello, mientras que los principales perjudicados serán los trabajadores que, en lugar de formar parte de una plantilla, irán convirtiéndose en autónomos que tendrán que compaginar distintos lugares de trabajo y verán cómo se precarizan sus condiciones laborales. Las empresas no dudarán en adaptarse a este nuevo procedimiento, puesto que así reducirán los salarios de sus empleados, por lo que se enriquecerán muchísimo más. De hecho, este sistema no es nuevo en nuestro país, ya son grandes empresas como Marca o el grupo PRISA las que emplean falsos autónomos en sus redacciones; no falta mucho para que el resto de pequeños empresarios imiten este modelo. El trabajador de a pie, como siempre, sale perdiendo.
¿Hasta dónde podemos o, mejor dicho, debemos dejar que este nuevo sistema laboral se extienda y se implante definitivamente? Hoy en día son los taxistas los que, a pesar de no compartir muchas de sus decisiones, actuaciones u opiniones de sus portavoces, los que ven peligrar sus puestos de trabajo. Mañana, serán los camareros y los guardas de seguridad. En un futuro no tan lejano, quién sabe.