Dónde estará el tao de la crianza
Entrevista con la filósofa Erin Cline.
La crianza y el cuidado de los niños es una cuestión central para la pediatría, la psicología o la pedagogía. ¿Qué pasa con la filosofía? ¿Acaso iba a perder la oportunidad de hacerse oír? Erin Cline ha publicado El tao de la crianza (Ariel, 2022), un libro sobre cuánto puede hacer la filosofía china por la educación de nuestros hijos.
Si, tal y como reza el Tao Te King, el tao que puede ser expresado no es el verdadero tao, entonces el tao de la crianza que puede ser enseñado no es el verdadero tao de la crianza. A partir de aquí, ha de seguir usted solo para extraer algunas conclusiones de la lectura.
Hay tantos libros y paradigmas en torno a la crianza que me pregunto qué puede enseñarnos la filosofía china sobre la sobreinformación que nos invade en una sociedad tan materialista como la nuestra.
Es interesante señalar que muchos de los desafíos a los que nos enfrentamos como padres modernos son problemas muy antiguos. Los padres han estado criando a sus hijos desde tiempos inmemoriales. Cuando fui madre, me sorprendió hasta qué punto las enseñanzas de los antiguos filósofos chinos se podían aplicar a los retos de mi nueva vida cotidiana. Creo que uno de los méritos de la tradición china es la diversidad de recursos que tienen los padres dentro de las diferentes escuelas filosóficas. Todas tienen en común el énfasis en la consciencia y la atención plena hacia nuestros hijos, tanto si estamos saboreando la belleza de la naturaleza con ellos como si practicamos un ritual familiar diario. También era difícil para la gente del pasado alcanzar ese estado de conciencia plena, aunque muchas de sus distracciones fueran diferentes a las nuestras.
El confucianismo se me antoja una filosofía más realista, más hobbesiana, mientras que el taoísmo me parece más idealista, quizás más cercana a alguien como Rousseau. Pienso en el término medio de Aristóteles y en sus ideas sobre la felicidad como lecciones valiosas para nuestra tradición. Me pregunto cómo expande la filosofía china el pensamiento que heredamos nosotros de la tradición griega.
Los antiguos filósofos chinos (confucianistas y taoístas) se centraron en el proceso de perfeccionamiento moral: cómo desarrollamos virtudes como la compasión, la generosidad, la gratitud, la amabilidad y el respeto hacia nuestros padres y hacia los demás. Esto les hizo interesarse en la naturaleza humana: con qué recursos empezamos. Ahí tuvieron puntos de vista muy diversos: para los primeros taoístas, somos buenos por naturaleza y necesitamos recuperar o preservar la bondad y permitir que crezca de forma natural. Para los primeros confucianistas, aunque podemos tener ciertos elementos de bondad, necesitamos una ayuda activa para desarrollar las virtudes.
Los filósofos chinos se centraron en el proceso que nos lleva a ser buenos (la cuestión fundamental) más que los filósofos occidentales como Aristóteles, más preocupados por qué significa la buena vida y por cómo definir las virtudes y la felicidad. A diferencia de filósofos como Hobbes, ellos también creían que la personalidad (el carácter, las actitudes, los sentimientos, etcétera) se podía modificar y desde el principio supieron que la infancia es un tiempo esencial en el proceso de perfeccionamiento.
Su libro cuenta una historia sobre Mencio que viene a decir que no podemos impacientarnos con el crecimiento de nuestros niños. Esa filosofía me parece un alegato anti-conductista: los niños no van a ser lo que tenemos nosotros en mente. Dicho con sus palabras: los brotes de la virtud pertenecen a los hijos, no a los padres. ¿Estamos atrapados en una trampa del ego?
Sí, solemos vernos a nosotros mismos en nuestros hijos. Creo que necesitamos vigilar esa tendencia. Se tiende a esperar que los hijos sean como nosotros, que disfruten con nuestras aficiones y destaquen allá donde nosotros destacamos. Y eso es así a veces, pero no siempre. Podemos ser mejores si vemos la crianza como una oportunidad no solamente para que nuestros hijos se conviertan en mejores personas, sino como una oportunidad para hacer lo mismo nosotros.
Los antiguos confucianistas creían que la crianza era el ejercicio ético definitivo en el perfeccionamiento moral: nos da oportunidades sin precedentes para desarrollar virtudes como la generosidad y la perseverancia, ya que es muy duro ser padre o madre y exige mucho de nosotros. Asimismo, se desarrolla una apreciación por las cosas que nunca tuvimos antes. Por ejemplo, a mi hijo le encantan las ranas y los peces. Jamás tuve interés en ese tipo de cosas, pero ahora aprecio mejor esas criaturas y su humilde papel dentro del ciclo natural. La crianza tiene que tanto ver con el crecimiento de nuestros hijos como con el nuestro. Somos más felices cuando lo aceptamos y vemos la crianza así, como algo para nosotros y no solo para nuestros retoños.
Me ha gustado particularmente el capítulo que dedica a las discapacidades porque redefine de una forma muy humana el concepto de normalidad. Ser normal no ha de ser una aspiración, sino ser uno mismo. Sin embargo, esta idea puede parecer ingenua. Al fin y al cabo, no todo el mundo es Temple Grandin transformando sus dificultades en virtudes.
Una de las cosas que me gustan de filósofos taoístas como Chuang Tse es su presentación de la discapacidad. Él es muy claro y contundente en su descripción del dolor y las dificultades que plantea la discapacidad. Reflexiona sobre varias discapacidades físicas severas y no minimiza el dolor. De hecho, resulta doloroso leer las descripciones. Describe los padecimientos con todo lujo de detalles, pero también plantea en sus historias que es mejor buscar un rayo de luz, los pequeños goces que aparecen aquí y allá y explotarlos tanto como podamos en medio del dolor y la adversidad. Me gusta que no minimice esto último.
Como madre de dos hijos con problemas, es insoportable verlos luchar en las pequeñas batallas de la vida cotidiana donde otros no lo tienen tan difícil, como por ejemplo a la hora de vestirse. Aun así, me siento mejor madre, más satisfecha y más feliz cuando me preocupo por que mis niños pasen tiempo con los amables profesores que son una gran parte de nuestras vidas como consecuencia de toda la ayuda extra que necesitan. Pese a que es un desafío diario, mis mejores días son aquellos en los que puedo ver y extender esos momentos.
Creo que de aquí todos podemos extraer una lección importante: todos afrontaremos dolor y agitación durante el curso de nuestras vidas. La habilidad para apreciar y saborear los pequeños placeres, los fugaces momentos de alegría y los destellos de luz que nos llegan es a menudo decisiva en nuestra capacidad para encontrar el camino a través de la oscuridad.