Subida del SMI: pasar la página de la austeridad, impulsar la recuperación
Adoptar una posición conservadora y austera de congelación no debería tener cabida, ya que nos devuelve a los años negros de recortes.
Durante estos días está trascendiendo el debate en el seno del Gobierno sobre las previsiones del Salario Mínimo Interprofesional y, antes de que pueda convertirse en un relato más sobre desavenencias o coincidencias entre políticos, parece oportuno invitar a la reflexión sobre las consecuencias que tendría una congelación del SMI en 2021.
Adoptar esta posición de rechazo a una posible subida tiene evidentes consecuencias concretas sobre decenas de miles de personas. Consecuencias, por cierto, perversas en un momento donde cada décima cuenta, donde cada euro supone un gran alivio para quienes más sufren en un contexto de extraordinaria dificultad, agravado por el impacto económico de la pandemia del covid-19.
Sin embargo, más allá de ello, la congelación en sí misma, lanza un mensaje a la sociedad y a la economía totalmente perverso, proyectando la larga sombra de la austeridad, que a tantos sacrificios nos llevó en el pasado, y de cuyas penosas consecuencias aún no nos hemos librado.
Es verdad que asumir a principios de año un aumento del salario mínimo es un esfuerzo innegable para muchas pequeñas empresas que también se han visto golpeadas por la crisis, pero conviene recordar que se trata de una medida que revierte en el conjunto de la economía dinamizando el consumo y, por tanto, que tiene un retorno claro hacia la recuperación. Hay margen para encontrar un equilibrio y que una subida no suponga una asfixia para buena parte de nuestro tejido productivo. Si además tenemos en cuenta que, por primera vez en muchos años, desde la Unión Europea se ha impulsado un nuevo paradigma económico y social, que se va a traducir en una inyección sin precedentes de fondos de reconstrucción, y que los Presupuestos Generales del Estado de 2021 que están a punto de aprobarse definitivamente son de un marcado carácter expansivo, parece claro que las piezas encajan y un aumento moderado del SMI puede ser decisivo para recobrar el latido de la actividad económica. Por el contrario, adoptar una posición conservadora y austera de congelación no debería tener cabida, ya que nos devuelve a los años negros de recortes.
Echando la vista a los países de nuestro entorno (los vecinos de Portugal o Francia, Alemania, Reino Unido o Luxemburgo), vemos cómo han optado por una subida del SMI en un contexto económico y socio-sanitario muy similar al nuestro.
Es más, incluso en la intrahistoria de nuestro propio proceso, aún estamos lejos de que los salarios mínimos alcancen el 60% de los salarios medios según establece la Carta Social Europea, y de cumplir con los objetivos del pacto de gobierno y de legislatura que se orientaron en esta dirección, y que deben llegar en los próximos tres años a los 1.200 euros aproximadamente.
Para evitar que, en lo inmediato, una subida del SMI sea una carga insostenible sobre las espaldas de empresas de pequeña dimensión y autónomos empleadores, bastaría con ponderar ese incremento tomando como referencia las subidas que se están produciendo en los convenios colectivos, que se sitúan en el entorno del 1,5%. Podemos medir la temperatura de la economía y considerar que las costuras permiten contemplar una revalorización en esos términos para atender precisamente a quienes mas la van a precisar. Y atajaríamos, de paso, el agravio que a efectos salariales puede significar estar fuera de convenio.
La subida de las pensiones, de los salarios del funcionariado público y del salario mínimo no son solo una cuestión de justicia o reconocimiento. Suponen, como apuntaba antes, una inyección en la capacidad de gasto de las familias, en el consumo. Y, por tanto, vuelve al sistema en forma de reactivación permeable a todo el tejido económico, especialmente de los mas pequeños, de las pymes y de los autónomos, generadores de los servicios y de los productos que se consumen.
Optar por cruzarse de brazos y congelar el SMI, es además de regresivo, un mensaje de tristeza, un fantasma del pasado, de desequilibrio que puede perjudicar, y mucho, al conjunto de la economía. El Gobierno debe allanar el camino de la recuperación y para ello es necesario pasar definitivamente la página de la austeridad con medidas que, al tiempo que atajan la precariedad o la desigualdad, aseguran que el consumo y la actividad económica no se sumergen en un fundido a negro irreparable.