Socialdemocrisis
Hubo un tiempo en que era de muy buen tono hacer alguna referencia por pequeña que fuera a la crisis de la socialdemocracia europea. No había discurso de político de izquierdas que no lo hiciera. Daba mucha profundidad al contenido y un halo de entendido al ponente. La crisis de la socialdemocracia europea ha acabado siendo a la politica lo que el Imperio Austrohúngaro al cine de Berlanga: no siempre viene a cuento, pero siempre se menciona. Es ya un clásico, algo tan manido como el recurso a la sempiterna lucha contra el fraude fiscal como fórmula mágica para credibilizar y financiar cualquier nueva propuesta en un programa electoral. El caso es que cuando se señalan los males que acosan al socialismo local, regional o nacional, siempre acaba por aparecer de alguna forma la crisis de la socialdemocracia europea.
Usada acusadoramente por unos (la crisis socialdemócrata como expresión de una hipotética traición a los valores de la izquierda autentica) o exculpatoriamente por otros (los males locales formarían parte de una tendencia internacional inexorable) el caso es que es un tema recurrente y de fondo que conviene abordar, y en serio, mas allá de las urgencias que asedian la vida política cotidiana.
Los orígenes de esta crisis tan invocada son múltiples y de distinto signo. Por un lado está el propio éxito de la socialdemocracia, esto es, que en Europa en la segunda mitad del siglo XX y sobre todo alcanzando el final de siglo, se consiguieron unas cotas de bienestar, protección social y redistribución de la riqueza mediante instrumentos públicos rara vez alcanzada en la historia de la humanidad. Y es bien sabido que cuando se alcanzan los objetivos perseguidos es imprescindible renovarse. Eso es lo que la socialdemocracia europea no habría sabido acometer. Renovarse o morir. Además, la retórica del "cambio", tan querida por la izquierda, conjugaba mal con una situación en la que las circunstancias hubieran aconsejado mas bien "conservar" y no "cambiar" el statu quo alcanzado y no seguir acríticamente con el mantra progresista del cambio o de la conquista que caían así en la vacuidad.
Por otro lado, los mecanismos redistributivos puestos en marcha por las distintas fuerzas socialdemócratas, demostraron ser en exceso dependientes de un modelo económico y productivo que seguía siendo de raíz capitalista. Cuando éste entró en crisis, arrastró muchas de las medidas paliativas de carácter socialdemócrata, y algunos vieron en ello la demonstración empírica de lo que venían denunciando: el supuesto carácter superficial y cosmético de la socialdemocracia que no atacaba el fondo del problema, ni transformaba la naturaleza intrínsecamente injusta del capitalismo.
A este esquema explicativo, viene a sumarse el fenómeno de la globalización al que la socialdemocracia no habría sabido adaptarse. Un fenómeno que ha dejado obsoletos los estados-nación y con ellos las políticas que se habían construido durante décadas con ese horizonte y en la creencia que el instrumento adecuado para la resolución de los problemas socioeconómicos era la institución pública estatal.
Sin embargo y casi al mismo tiempo en ciertos países antes denominados "en desarrollo", se dieron a principios del presente siglo y de la mano de gobiernos de inspiración socialdemócrata, progresos anteriormente inimaginables, reduciendo la pobreza en cotas insospechadas. Ha sido el caso de Brasil, Chile o Uruguay entre otros. Planteando así, de nuevo, la cuestión del techo del progreso en pos del bienestar. Según la cual las políticas socialdemócratas solo serian factibles y visibles en sociedades con un gran margen de desarrollo por delante, la España de los 80 por ejemplo, pero no lo serían una vez alcanzados ciertos niveles. El estado del bienestar no sería infinito, ni elástico. Y por tanto convendría dibujar los limites de lo que es esperable y sostenible en el tiempo, más allá de lo que quede por reconstruir y recuperar después de la crisis económica de los últimos años (que es mucho en algunos casos y países como el nuestro) y también repensar y actualizar los ideales y aspiraciones de la socialdemocracia, no ya europea sino global, a la luz de lo acontecido.
En este sentido, empieza a calar acertadamente la idea de que los desafíos se sitúan cuando menos a escala continental. La viabilidad y sostenibilidad de los nuevos derechos y políticas sociales es de índole europea. El estado del bienestar será europeo o no será. Para garantizarlo, convendría armonizar políticas fiscales (impuestos europeos directos y reducción de la competencia fiscal entre estados), políticas laborales (salario mínimo común y armonizado al alza, cobertura de desempleo europea), nivelar al alza el espacio educativo europeo, establecer una politica común para la tercera edad (edad de jubilación unificada, pensiones, etc... ) y crear una caja común de seguridad social europea. Casi nada. De lo contrario, es de temer que ciertas políticas sociales de horizonte y economía nacional tengan los días contados, como ya estamos empezando a ver en varios estados miembro.
Definir el perímetro del Estado del Bienestar Sostenible en la era de la globalización pasa por establecer cuales son sus pilares y ejes irrenunciables (educación, sanidad y vivienda por ejemplo) y cuales sus variables de ajuste flexibles para acometer las constantes adaptaciones necesarias en el mundo cambiante de hoy en día.
Otro de los grandes temas a tratar en la inevitable actualización de la socialdemocracia y sus límites es la relación con el trabajo. En un mundo con grandes bolsas de desempleo estructural, y en el que empiezan a multiplicarse fórmulas como la renta básica o el ingreso mínimo vital, dentro de una cierta cultura postmoderna de la subvención y el subsidio, conviene no olvidar la relación tradicional e histórica de la socialdemocracia con la cultura del trabajo y la clase trabajadora. Y al mismo tiempo aprender las lecciones de la crisis económica que se ha llevado por delante muchos programas subvencionales cuando las arcas públicas se han vaciado y la actividad económica - que es la que nutre los presupuestos públicos vía impuestos, no lo olvidemos - no ha sido lo suficientemente importante. Y es que para redistribuir riqueza primero hay que crearla.
Por último seria interesante recuperar la filosofía internacionalista socialdemócrata para empezar a enfocar la cooperación al desarrollo en términos estratégicos y no del simple ayuda humanitaria y asistencial. Y es que la mejor inversión que pueden hacer los países ricos es ayudar a los pobres a dejar de serlo. No solo por solidaridad, que también y por supuesto, sino por puro interés propio. La globalización impone niveles de acción de escala geopolítica, de lo contrario no son eficaces, ni eficientes. Por tanto, la sostenibilidad de la socialdemocracia del futuro pasa por ser pensada en clave global.
Cómo modernizar la socialdemocracia europea y hacer de ésta un referente a escala mundial para gobernar y regular la globalización es el desafío mayor de una visión humanista con mas de 150 años de recorrido, evolución y muchas, muchísimas, crisis a sus espaldas. Por que sí, en efecto, ha habido recientemente una crisis de la socialdemocracia europea, una más, pero la socialdemocracia no ha estado mucho mas en crisis que cualquier otra corriente política, ya que la globalización y la crisis económica lo han cambiado o lo están cambiando todo. ¿Qué no ha estado en crisis en los últimos años?