Socialcapitalismo
Uno de los hombres más famosos de Italia supo apartarse y logró que lo dejasen morir en paz.
A veces alguien sabe morir. No es frecuente, lo habitual es vivir el drama y exhibirlo, algo que detestaban los estoicos y por eso lo detesto yo, que soy un aprendiz. Franco Battiato enfermó hace tiempo. Cuando hace cuatro años vino a La Mar de Músicas ya estaba mal, pero era algo que no muchos sabían.
Poco después se retiró y nadie volvió a saber de él. No ha habido capturas paseando demacrado, nadie ha vendido su dolor a una tele, no ha habido fotógrafos apostados en hospitales. Uno de los hombres más famosos de Italia supo apartarse y logró que lo dejasen morir en paz. Unas fotos oficiales —las publicó el mánager para sus fans— de hace tiempo lo muestran demacrado, con mirada agotada pero digno. Nadie de los que lo querían, y está claro que lo querían, dejó salir una imagen de la decadencia.
He fantaseado con sus últimos días en la casa que tenía en la falda del Etna. He imaginado una casa llena de fotos de reinas y banderas donde se esperaba al cónsul italiano. He pensado en un jardín y en el buen tiempo y me he preguntado si desde donde él estuviese se vería el Teatro de Taormina, uno de los sitios más bellos del mundo y uno de los escenarios de sus conciertos. Battiato es parte de mi mundo. Es un rincón lleno de olivos en el paisaje de mi vida, es la posibilidad de otra música y también de otro pensamiento.
Hemos cambiado de casa hace poco, nos hemos ido a vivir a un sitio que se parece un poco a la Catania de Battiato, y ahora vamos a trabajar y al cole en coche, una novedad. En el viaje de ida suena la radio y Hugo y Martina se pelean siempre. Por las tardes volvemos hablando tranquilos. El día nos ha domado y tenemos conversaciones de 15 minutos cada vez más interesantes. Se hacen inevitablemente mayores.
Hace días empecé a tararear una canción de Battiato por asociación de imágenes:
Hay quien sabe contar el mundo y quien tiene un mundo, y en él se daban las dos circunstancias, tanto que pobló mi vida de imágenes desde que un día cantó La estación de los amores en Tocata.
Hugo me pregunta qué es el capitalismo al subirse al coche y se lo explico. Le cuento lo de la mano invisible que mueve el mundo buscando el beneficio en su acción y le hablo de Adam Smith. Se queda convencido y me explica que el comunismo es más social. Entonces debatimos sobre ambos sistemas y los errores en la pureza de su aplicación. Entonces me dice que la fórmula oportuna es el socialcapitalismo. Mi hijo me enseña.
Llegamos a la conclusión de que no hay que seguir a nadie hasta el final, que hay que crear una vía propia que tome de todas partes lo que consideremos bueno, beneficioso, ético y moral. Llegamos a casa y el gato nos espera subido a un muro, como el de Cheshire y nos abandonamos a la pereza del atardecer esperando la hora mágica en que el naranja del sol aviva el fuego verde de los granados de mi huerto. Y pienso en esos últimos días de Battiato y cómo contó lo que pensaba en sus canciones sin adoctrinar y evidenciando que había renunciado a las doctrinas ajenas. Creó un ideario suyo,y le puso palabras a la narración del lector furiosamente curioso que fue.
Es extraño, pero cuando te olvidas de las doctrinas aparece el silencio. Cuando consigues olvidar lo que te han intentado imponer empiezas a pensar y el ruido parece cosa de otros. Es como cuando Neo empieza a ver Matrix. Franco hizo eso con las ideologías pero también con la música. Lo que hizo no se parece a nada, lo que dijo no encaja en ningún dogma. Dijo lo que quiso y, cuando quiso hablar de la masturbación, escribió “la primera gota blanca, qué emoción y qué placer extraño” y dejó a los que vengan detrás casi sin margen para crear literatura con ella. Un mundo de letras para contar un mundo de vivencias y lecturas, décadas cambiando sin importar lo que piense nadie, sin ceñirse a una sola moda, sin dejar seguidores relevantes, sin haberlo pretendido.
La grandeza de la decisión cotidiana, enfrentarse al mundo contabilizando los 3.000 años de existencia desde Nínive viviendo la ensoñación de la historia cuando se confunde con la literatura y pasa a ser miles de músicas con las que danzan los pueblos. Qué riqueza formidable la del que es capaz de habitar ese espacio.
Y Hugo y yo seguimos hablando de nuestra forma de vivir socialcapitalista camino de una huerta que nos aleja del mundo y nos sumerge en nuestros libros y tebeos. En la radio suena Centro de gravedad permanente.