Sobredosis de opinión
Hemos sobrevivido, un tanto maltrechos y con alguna neurona menos, al primer asalto serio de los opinadores. Falta el segundo, y en menos de un mes. Yo opino, él opina, ustedes opinan. Faltaría más. Todos opinamos y todos tenemos algo que decir sobre cualquier tema. Polémico o no, extraordinario o cotidiano; de salud, de educación, de política, del tiempo… Opinamos de todo cuanto nos concierne, con mayor o menor acierto, con documentación o sin ella, con razón, o elevando el tono para tenerla, imponiendo nuestras tesis o dejándonos convencer. Hasta aquí, normal. Somos personas, razonamos y tenemos opinión. Y luego, somos profesores, fontaneros, peluqueros, médicos o bomberos.
Eso, en cualquier época del año, que en elecciones, se multiplican. Pero además están los opinadores profesionales. No hace falta que sean periodistas. De hecho, no lo son en su mayor parte. Ni que sean economistas si opinan de economía, o médicos si hablan de salud, o profesores si el tema a debatir es la educación. Saben de todo y, sobre todo, saben gritar cuando les faltan argumentos.
Han crecido como setas, casi al mismo ritmo en que están desapareciendo los periodistas. Están en todos los canales, en todas las emisoras, en mil y una tertulias.Invaden espacios que, por razones lógicas, corresponden a la información y no informan de casi nada. Sólo dan su opinión e intentan convencernos de que es la buena, la única, la real. Para eso les pagan. Y de cuando en cuando, por los de un signo político, nos enteramos de cuánto cobran los del otro. Y viceversa. Nos indignamos, por supuesto, y decimos eso de vaya sueldo por decir cuatro chorradas.
En el otro mundo, del que provengo, la información y la opinión estaban perfectamente delimitadas. Así nos lo enseñaban en la universidad. Incluso tipográficamente, en los periódicos (a un paso de ser prehistoria), tenían tratamiento diferente. La opinión se presentaba con distinta letra, recuadrada y separada de la noticia. Una cosa era lo que pasaba, y otra, lo que el periodista opinaba del hecho concreto.
Pero eso ya es historia. Ahora se puede elegir entre opinadores de derechas y de izquierdas con sólo cambiar de canal; incluso se les puede ver juntos, para los amantes del morbo. Y hasta en listas electorales. La información es lo de menos. El juego es saber qué dirán de la noticia los unos y los otros. Los mismos que igual hablan de la prima de riesgo que de las tasas de la justicia o la reforma de la educación, sin saber cómo funciona la bolsa ni haber pisado un juzgado y mucho menos, conocer las necesidades educativas del momento.
Es lo que toca. Que cada cual opine lo que quiera. Pero sin hacernos creer que es información.
Este post se publicó originalmente en el blog de la autora.