Sobre antologías y listas literarias
Abro el correo electrónico y encuentro una convocatoria para formar parte de una antología. Es la tercera esta semana. Creo que es la sexta de este mes. ¿Exagero? No. Ésta tiene un pomposo título: Nueva poesía y narrativa del siglo XXI. No me interesa, pero me tomo el tiempo para leer el mensaje completo. Si el texto es seleccionado, se debe pagar 150 euros para que la publicación se haga efectiva. Se debe pagar para figurar en un pequeño grupo con otros, para merecer la etiqueta que dice que alguien más consideró valioso el trabajo literario.
Basta con la gran cantidad de errores ortográficos a lo largo de la convocatoria para alejar a un escritor. Sin embargo, aquellos que sufren del afán de ser descubiertos y reconocidos no dudarán en enviar sus escritos y en abonar el dinero requerido.
Seguro alguien dirá que no todas las antologías son una artimaña construida para aprovecharse de quienes aspiran a convertirse en escritores. No. Algunas están fundadas sobre buenas intenciones. No pagan al autor. No le envían ejemplares. Pero tampoco le cobran por publicarlo. En muchos casos estas antologías están rodeadas de escasez. Me refiero, por supuesto, a las antologías realizadas por editoriales pequeñas, o grupos culturales, y que se enfocan en la publicación de voces nuevas. No las que editan compilaciones de escritores reconocidos o aquellas con una estrategia de marketing tan grande que se convierten en referentes culturales.
Sin embargo, todas están cubiertas por los mismos interrogantes: ¿qué nos dicen las antologías y listas sobre la realidad literaria? ¿De verdad condensan la mejor literatura? ¿No es sospechosa la presencia de tantas antologías y listas que afirman contener la mejor narrativa o la mejor poesía?
Las antologías y las listas son populares porque permiten reducir lo inabarcable a la palma de la mano (cinco o diez nombres), al tamaño de unas páginas, a la capacidad de comprensión del público. De este modo la literatura logra reducirse en un material hipotético que pronto toma una forma axiomática. Entonces, los periódicos se llenan de titulares que hablan de las "promesas" o del "boom". Bogotá 39 es un ejemplo.
Aunque no son determinantes ni definitivas, las antologías y listas transforman la manera en que se percibe el arte, establecen un canon de lo que es bueno y valioso, y moldean la conducta de los compradores. Esto, por supuesto, no significa que los escritores seleccionados no sean buenos. Sin embargo, es una falacia afirmar que la lista reúne a los mejores escritores de Latinoamérica menores de 40 años, del mismo modo que lo es prometer condensar en un libro la nueva poesía y narrativa del siglo XXI, como lo hace la antología mencionada al comienzo de este artículo.
De modo que estas listas no sintetizan lo mejor de la literatura, pero dejan atisbar un porcentaje para que los lectores puedan ponerlo bajo su consideración. Un compilador o curador tiene la responsabilidad de separar el oro de las baratijas. A veces, este curador de lo imposible encuentra piezas que merecen nuestra atención, que transforman la manera en que leemos y escribimos. Otras veces, hubiéramos estado mejor sin sus recomendaciones. Su mirada estará siempre limitada por diferentes circunstancias, lo mismo que la experiencia de lectura.
Lo que sí aseguran estas antologías y listas es el descubrimiento. Incluso aquellas que están buscando aprovecharse económicamente de los autores. De modo que ofrecen la posibilidad de conocer a nuevos escritores y reconocer un universo literario amplio y democrático. Esto es lo que en realidad dicen estas antologías: que la literatura sigue creciendo a pesar de los pobres índices de lectura y el espíritu mercantil.
Para responder a la última pregunta planteada, sí resultan sospechosas tantas listas y antologías cuando vienen acompañadas de calificativos y presuntas verdades. Sin embargo, es aquí donde el curador o compilador suelta su trabajo para que el lector haga su parte: juzgue si estos escritores y escritoras merecen esa etiqueta que los ha reunido. Serán los lectores los que construyan, con el tiempo, la lista definitiva que nos diga por qué seguimos leyendo a unos y no a otros.