Sinn Féin: cómo el viejo brazo político del IRA pasa a rozar con los dedos el Gobierno de Irlanda
El partido nacionalista de izquierdas logra la mayoría de votos y se sitúa segundo en escaños, cuajando una transformación pacífica de más de 20 años
El Sinn Féin ha dado la campanada: el partido nacionalista de izquierdas se ha convertido en la segunda fuerza de Irlanda tras los comicios del pasado domingo. En realidad, es la primera en votos (24,5% del total), pero la segunda en escaños (37), todo un triunfo que le permite en estos días lanzar cebos al resto de formaciones para intentar formar Gobierno y llevar las riendas del país. El centrista Fianna Fáil, con dos puntos menos de apoyos, está en cabeza con 38 escaños de los 160 que componen el parlamento, gracias al complejo sistema de sumas y circunscripciones del país.
Hablamos del mismo Sinn Féin al que los medios siempre citábamos con la misma coletilla, la de “brazo político del IRA”, el grupo terrorista que causó unos 3.600 muertos en sus 40 años de oposición al Reino Unido, a la “dominación británica”. En casi 22 años, el tiempo transcurrido desde que se firmaron los Acuerdos de Paz del Viernes Santo entre los Gobiernos de Londres y Dublín y los unionistas, el partido ha afrontado una transformación integral que le ha llevado al rechazo total de la violencia y a centrar su programa en apuestas sociales que, hoy, han sido claves para su ascenso. “La vía política es la única vía”, como dijo el líder histórico que pilotó esa transición, Gerry Adams.
Pero una cosa es apostar por la paz y otra, ganar unas elecciones por voto popular. La clave de ese éxito es múltiple: el Sinn Féin se ha hecho eco de un descontento social y de unas desigualdades económicas crecientes, apoyadas en el auge general de los nacionalismos (de todo signo) en el continente europeo, el fin del bipartidismo y el sistema de partidos clásico y, además, el factor desestabilizador del Brexit.
Lo social, sobre todo
La formación de izquierdas ha sido capaz de tumbar la alternancia que mantenían las dos principales fuerzas del país, Fianna Fáil (FF) y Fine Gael (FG), centristas. Se habían ido repartiendo el poder en los últimos 80 años, y pensaban sus líderes (Micheál Martin y Leo Varadkar, este último el actual taoiseach o primer ministro) que volverían a hacerlo ahora. Ambos se hacían fuertes en la necesidad de mantener el buen rumbo de la economía nacional, que por algo Irlanda es llamada el Tigre Celta, tras pasar años muy malos con la crisis.
Ahora, es el país con mayor crecimiento de la Unión Europea (UE), con un PIB que subió el 5,8% el pasado año y un 4,5% de media en los últimos cinco, con el paro del 15% reducido al pleno empleo (no llega al 5% hoy), en gran parte por su apuesta por el dumping fiscal, tributaciones menores que han atraído sobre todo a grandes empresas tecnológicas. Pero no ha podido ganar ni el partido del Gobierno que ha logrado todo esto ni la oposición directa que lo inició y prometía mejorarlo, porque el Sinn Féin ha puesto el dedo en la llaga: se crece, pero a distintos niveles y dejando atrás a una parte importante de la sociedad.
“Han puesto por delante en la campaña tres cuestiones esenciales: el futuro de los jóvenes, los problemas de vivienda tanto en compra como en alquiler y la falta de inversiones y, por tanto, de servicios, en sanidad. Les va bien a los de arriba y también a clases intermedias, pero los de abajo ven que todo sube porque llegan muchos trabajadores extranjeros cualificados, que ellos no tienen acceso a esos grandes puestos de ingenieros o programadores, que su país no es socialmente justo. La prosperidad no ha llegado a todos. Las promesas de vivienda sociales, más inyecciones de dinero público, mejoras de los transportes o impuestos más altos para los ricos han sido escuchadas”, indica el analista Owen Farrell.
Recuerda que esa bandera social ha acarreado a la formación calificativos de todo tipo, de “bolivariana” a “radical”, pasando por “populista”, pero tiene “un fondo importante de verdad” que ha conectado con la sociedad. Por eso, incluso, casi ha pasado de puntillas en campaña por una de sus reivindicaciones históricas: la reunificación de Irlanda y la independencia de toda la isla.
Hay un plan, explica el experto, para convocar un refrendo sobre ello en un plazo de cinco años y ya han avanzado que se lo van a pedir al primer ministro de Reino Unido, el conservador Boris Johnson, como han hecho los escoceses, sin éxito. Pero ahora era “prioritaria” esta otra agenda, “sumada a su nuevo contexto de republicanismo pacífico, a veces cercano al laborismo, y con conexiones y respaldo internacional creciente, lejos del cordón sanitario de los tiempos del terror”.
Califica de ”éxito” la apuesta de la nueva líder de la formación, Mary Lou McDonald, por hablar todo el rato de “las elecciones del cambio” en lo social. “Los jóvenes lo han agradecido”, dice, recordando que entre los electores de 18 a 24 años han cosechado casi un 32% de los votos, el doble que sus competidores. McDonald, dublinesa de 50 años que veranea en Almería, donde fue profesora de inglés, es también ejemplo del cambio de tendencia de la formación, que antes sólo tenía el respaldo de la antigua clase trabajadora y ahora cosecha y bien entre votantes de 30 a 45 años en zonas densamente pobladas, donde los distintos escalones sociales saltan a la vista.
El sprint ha sido realmente rápido, teniendo en cuenta que en las últimas elecciones, las europeas de 2019, el Sinn Féin sólo logró el 11% de los votos, menos de la mitad que ahora. Ya estaba todo este paquete social en su programa. Lo que se ha añadido, sostiene Farrell, es el Brexit. “Más del 80% de la población de Irlanda quiere quedarse en la Unión. La presión desde Londres y el temor a perder lo conquistado también ha ayudado, mientras que al actual primer ministro se le ha visto demasiado blando, actuando a veces hasta de mediador”.
La profesora Nuala Finnegan explica a la agencia Sputnik que justo ese divorcio ha sido “un shock político y cultural” en el país y ha reactivado algunas tensiones internas, por ejemplo, entre católicos independentistas y protestantes pro británicos, que se habían suavizado estos años.
A su entender, todo ha sumado para que se produzca “una renovación del nacionalismo republicano y progresista”. “Hasta hace diez años, era imposible tratar con ellos dentro del sistema político por su relación con el IRA. Pero ahora está al frente del partido McDonald, una mujer joven, de Dublín, sin previas conexiones con la lucha violenta. Y muchos diputados comparten la misma perspectiva”, sostiene.
Aunque el desafío de Sinn Féin en cuanto a formar gobierno es muy difícil -hace falta 80 diputados, en principio los dos partidos clásicos no quieren pactar con ellos, precisamente por su pasado criminal, y con los verdes o los laboristas no llegan a ningún lado-, ya han conseguido, insiste, un “cambio radical” en el escenario político irlandés.
Un poco de historia
El partido fue fundado por el escritor, periodista y político Arthur Griffith en 1905. Inicialmente, era una plataforma que reunía a varios grupos nacionalistas irlandeses. Sinn Féin, que significa “Nosotros mismos”, era un eslogan utilizado por esas tendencias desde el siglo XIX, mientras luchaban por independizarse del dominio británico. La separación de la mayor parte de la isla de Irlanda del Reino Unido se produjo en 1922, pero seis condados del norte aún siguieron formando parte de ese país. El principal objetivo político del partido era y es que el estatus cambie, llevárselos a una Irlanda reunificada.
La popularidad del partido creció durante la Primera Guerra Mundial, cuando luchó contra los intentos británicos de introducir el reclutamiento obligatorio en Irlanda, pero surgieron divisiones a raíz del tratado Anglo Irlandés de 1921, el cual fue firmado por el gobierno británico y la república irlandesa. El texto establecía la creación del Estado Libre de Irlanda, pero también dictaba que si Irlanda del Norte deseaba retirarse de la unión, podía hacerlo. Los republicanos separatistas del Sinn Féin, liderados entonces por el medio español Eamon de Valera, se opusieron a los términos del tratado, lo que llevó a una breve pero intensa guerra civil.
Los vínculos con Ejército Republicano Irlandés (IRA), un grupo paramilitar surgido en 1919 que quería acabar con el control de Londres sobre el norte y la unión de la isla completa, se consolidaron durante este período. Nacieron, pues, separados, y luego unieron sus caminos. El grupo armado tomó un mayor control del partido después de que éste se debilitase gravemente tras la victoria del bando favorable al tratado en la guerra civil.
La formación siguió respaldando al IRA cuando emprendió la lucha armada contra las tropas británicas destacadas en la provincia británica de Irlanda del Norte, durante la década de 1970. El 30 de enero 1972, tras el llamado, Domingo Sangriento, comenzó plenamente su actividad terrorista. Aquel día mataron a 14 personas.
El IRA fue responsable de asesinatos, atentados y otros actos de violencia durante cuatro décadas. Más de 3.600 personas murieron y otras 37.000 resultaron heridas en el conflicto, por su estrategia de atacar, en la pelea de quienes querían que Irlanda del Norte siguiera formando parte de Reino Unido y quienes no. Entre sus víctimas, dos españoles: un niño y una monitora asesinados junto a 27 personas más en Omagh, en la explosión de un coche-bomba (1998). Fue el ataque más duro, uno de los últimos coletazos, obra del IRA Auténtico, una escisión que se negaba a pactar nada.
Debido a su apoyo al IRA, los dirigentes del Sinn Féin se vieron proscritos, aislados, tanto en las instituciones como en los medios. En España, siempre lo vimos como el equivalente a Herri Batasuna -y sus diferentes transformaciones-, junto a la banda terrorista ETA. Los paralelismos entre la lucha vasca y la irlandesa han sido, no pocas veces, hechos con trazo demasiado grueso, como las comparaciones entre sus líderes, Gerry Adams y Arnaldo Otegi.
Desde luego, distan mucho en su final: mientras que el Sinn Féin fue crucial para alcanzar los acuerdos de paz que hoy siguen vigentes, para poner fin a años de dolor por la vía política, en España ETA acabó por la presión policial, judicial y social, con su “brazo político” justificando lo matado, secuestrado y extorsionado hasta hoy, con contadas excepciones.
El Sinn Féin fue autorizado a participar en las conversaciones de paz después de que el IRA anunciara un alto el fuego en 1994, y adquirió un perfil cada vez más importante durante las intensas negociaciones que finalmente condujeron al acuerdo de 1998.
Los partidarios y los cuadros del partido insisten ahora que han pasado más de 20 años desde aquello y 15 años desde que el IRA anunció el fin de su violenta campaña, que su compromiso está claro y no va a mirar atrás. Incluso, forma parte del gobierno de Irlanda del Norte dentro de un acuerdo para compartir el poder diseñado durante el proceso de paz.
El Sinn Féin ha atravesado “una suerte de conversión”, indica AFP, en su plataforma política desde que su histórico líder, Adams, quien estaba al frente de la agrupación desde los 80, diera un paso al lado en 2018. El partido se mantiene “absolutamente comprometido” con la idea de una Irlanda unida, dice su actual presidenta, McDonald, pero “nunca más” será esa una conquista que se intente con las armas.
De momento, lo social y lo económico les sirven para avanzar en ese camino, por derecho, en las instituciones correspondientes.