Síndrome de burnout
Actuar ante los primeros signos es clave para evitar el agravamiento de los síntomas.
Las palabras «ayudar a la gente» no le sugerían a Tomas, desde la infancia, más que una sola actividad: la medicina.
Milan Kundera, La insoportable levedad del ser (1984)
En los últimos años son frecuentes las noticias que señalan el deterioro de las condiciones de trabajo del personal sanitario, especialmente en atención primaria. El principal damnificado por esta situación es el usuario de los servicios. Sin embargo, existe una preocupación creciente por la salud del propio facultativo. Diversos estudios coinciden en que aproximadamente un tercio de los profesionales de atención primaria presentan niveles altos de desgaste o burnout. Recientemente, el Sindicato de Enfermería SATSE publicaba un estudio que indicaba que el 80% de enfermeros/as reconocen padecer estrés y cerca del 50% presenta signos de burnout.
El síndrome de burnout, mayormente traducido como síndrome del trabajador quemado, también es conocido como síndrome de Tomas, en referencia a la novela La insoportable levedad del Ser. Su personaje central, Tomas, es un torturado cirujano que, por diversas y complejas cuestiones, vive un proceso de pérdida de motivación, desilusión y vacío afectivo.
El término burnout es acuñado por primera vez por Herbert Freudenberger en los años setenta. Este psicólogo alemán, neoyorkino de adopción, trabajaba en un centro de atención a toxicómanos. Entre sus compañeros identificó un perfil de persona implicada, motivada y muchas veces voluntaria, que en un periodo aproximado de un año comenzaba a mostrarse estresada, hundida y decepcionada. El personal sufría una progresiva pérdida de energía hasta el agotamiento con frecuentes cuadros clínicos de depresión.
En la década posterior aumenta el interés por este fenómeno. Destacan las aportaciones de la psicóloga Cristina Maslach, que acota el síndrome a tres pilares sintomáticos básicos:
- Agotamiento emocional, como la vivencia de fatiga crónica producida por el contacto continuado con personas que demandan atención y cuidado.
- Deshumanización, referente al proceso de deterioro de sentimientos y actitudes hacia las personas a las que se atiende. La empatía se reduce hasta transformarse en cinismo y desprecio.
- Déficit de realización personal en el trabajo, como la valoración negativa de la propia competencia profesional o el sentido de la atención ofrecida.
También en los años ochenta, Jerry Edelwich y Archie Brodsky elaboran un modelo de cuatro fases que resulta interesante para explicar el proceso:
- Etapa de idealismo y entusiasmo, con altos niveles de energía y expectativas sobre la profesión. La implicación excede las obligaciones y se mantiene una actitud vocacional. La profesión crece en importancia en la identidad de la persona y se tiende a sobredimensionar la propia capacidad o impacto del trabajo desarrollado.
- Etapa de estancamiento, cuando la persona comienza a adecuar sus expectativas a la percepción a una realidad más compleja, con la consiguiente pérdida de idealismo y motivación intrínseca. La sensación de estancamiento le lleva a demandar cambios, que pueden desarrollarse o no, y que en muchas ocasiones exceden el ámbito profesional.
- Etapa de apatía, la fase central del síndrome burnout. La persona apenas siente gratificación o satisfacción por las tareas desarrolladas. Las expectativas son mínimas y existe un déficit de motivación e implicación que repercuten en su estado anímico y en la calidad del trabajo. Comienzan los síntomas emocionales, físicos y conductuales.
- Etapa de distanciamiento, en la que apatía y frustración se cronifican. La ley del mínimo esfuerzo campa a sus anchas y se mantienen actitudes distantes, de escasa empatía e incluso cínicas y hostiles.
Este tipo de modelos de fases no deben ser entendidos de manera literal. Se corre el riesgo de estandarizar un proceso que es estrictamente individual y afectado por contextos vitales específicos de cada caso. Además, no tiene por qué producirse de forma lineal y secuenciada. Su interés reside en considerar las etapas como procesos o lugares comunes que pueden orientar la prevención y tratamiento del burnout.
El burnout afecta a profesiones cuyo objeto de trabajo son las personas. La investigación se ha centrado especialmente en el personal sanitario, sin embargo, se trata de un fenómeno que implica a otros colectivos como profesores, educadores, trabajadores sociales, policías y funcionarios de prisiones.
Frecuentemente se confunde con el estrés laboral que surge de otras profesiones. Sin embargo, el factor característico del burnout es que el desgaste emerge de la interacción entre la persona trabajadora y la receptora de atención. No es solo cuestión de estar quemado por un trabajo rutinario, una jefatura incompetente o unos horarios interminables, implica el desgaste emocional y psicológico producto de un trabajo con altas demandas de empatía y contacto social. Al igual que en cuadros de estrés laboral, las manifestaciones clínicas más frecuentes refieren síntomas ansiosos o de ánimo deprimido. En el caso del burnout, también se produce una sensación de vacío y distanciamiento afectivo que alimenta actitudes de apatía, cinismo e incluso hostilidad. Actuar ante los primeros signos es clave para evitar el agravamiento de los síntomas.