Sindemia: una pandemia de clase
Diversos estudios apuntan que mientras las mayorías sociales reaccionan ante la pandemia con el miedo y la depresión, las clases altas reaccionan con la rabia.
“El término ‘sindemia’ designa una sinergia entre epidemias que comparten factores sociales y que coexisten en el espacio y en el tiempo, relacionándose y potenciándose entre sí”.
Merrill Singer
Ha tenido que llegar la segunda ola de la pandemia, su distribución desigual y las medidas discriminatorias del Gobierno de la Comunidad de Madrid para que en algunos sectores se hayan dado cuenta de que la covid-19 va por barrios, y que las clases sociales y el sur también existen. La afirmación del Gobierno de que el virus es igual para todos y que no entiende de diferencias sociales o territoriales ha resultado ser más un eslogan para movilizar una respuesta unitaria, hasta ahora frustrada, que una realidad objetiva. Muy por el contrario, estamos ante una pandemia de clase que ha afecta en mayor medida a los sectores más vulnerables y los más desfavorecidos, que tienen más hábitos de riesgo y padecen más patologías, precisamente influidas por determinantes laborales, sociales, habitacionales y culturales.
Por eso no es ninguna coincidencia que la tasa de incidencia acumulada de la segunda ola de la pandemia en los barrios obreros y de inmigración multiplique por varios dígitos la de los barrios en que se concentran los sectores de mayor renta y patrimonio. Como no lo ha sido ya desde un primer momento y a lo largo de la epidemia, aunque haya sido tratado con sordina. Y como tampoco es casual que, desde antes de la covid-19, la mayor incidencia de las enfermedades infecciosas y crónicas y degenerativas, y por consiguiente la menor esperanza de vida, se diera entre las clases y los barrios obreros.
Por eso, hace ya décadas que la convergencia de pandemias infecciosas y crónico degenerativas y sus determinantes sociales han comenzado a tratarse como una entidad única, y desde los años noventa del siglo pasado a calificarse como sindemia. Es por tanto diferente de la mera infección simultánea o coinfección de varias enfermedades infecciosas y supone el agravamiento del pronóstico y de la carga de enfermedad. Según resumen sus autores Merrill Singer, un antropólogo médico, junto con Emily Mendenhall y sus colegas: “un enfoque sindémico revela las interacciones biológicas y sociales.
Por ello, desde la llegada del nuevo coronavirus y la extensión de la pandemia a todos los rincones del planeta, la relación entre coinfección, pandemia y sindemia se confunden al confluir la pandemia, las endémicas locales y las epidemias estacionales, ya que a la coincidencia se sumaría la interacción entre ellas, como ha ocurrido recientemente en nuestro país con la carencia de medidas de prevención a causa del confinamiento y los brotes de fiebre del Nilo, y como pudiera ocurrir durante estos próximos meses ante la confusión de síntomas de la covid-19 con los de la próxima epidemia de gripe estacional. La sindemia, propiamente dicha, se refiere más en concreto a la coincidencia y sinergia entre enfermedades infecciosas con las enfermedades crónico degenerativas, y ambas junto a los determinantes sociales.
Así, antes de la llegada de la pandemia de la covid-19, la revista The Lancet había denominado sindemia global a la repercusión sobre la salud humana del tres pandemias como son el cambio climático, la obesidad y la malnutrición. Ahora, sin embargo, se trataría de las sinergias entre la pandemia infecciosa de la covid-19, sumada a la pandemia de las patologías crónicas como la obesidad, la hipertensión y las patologías cardiovasculares, que además forman parte de las patologías de riesgo que incrementan la gravedad de la covid-19, y todo ello en el contexto de unos determinantes sociales, laborales y culturales de desigualdad y vulnerabilidad que potencian su trasmisión y su gravedad.
En la primera ola también fueron los determinantes sociales, entre los que destacaron la vulnerabilidad dramática de las residencias de ancianos, pero también las patologías de riesgo, las que hicieron que la distribución y la letalidad de la covid fuera ya desigual entre clases, edades y géneros. Ya entonces diversos estudios, dentro y fuera de nuestro país, aunque hayan pasado desapercibidos, mostraron la influencia de las desigualdades sociales en la mayor exposición a la covid-19. La pandemia se ensañó entonces con más fuerza en los barrios de Barcelona más empobrecidos. Así, el distrito de Nou Barris, el de menor renta, multiplicó por 2′5 la incidencia de la enfermedad en relación a los distritos más ricos. Así lo hizo constar un estudio publicado en la revista Journal of Public Health. Resulta lógico, ya que los trabajadores de los sectores productivos y los servicios esenciales, sin la alternativa del teletrabajo y una vivienda espaciosa o una urbanización, se vieron obligados, salvo en la quincena de confinamiento total, al trabajo presencial, el uso del transporte público, las aglomeraciones y a un menor espacio en sus barrios y viviendas, y con ello a un mayor riesgo de contagio e incidencia de la pandemia. Fueron por ello motivo de reconocimiento y aplauso, aunque pasados unos meses a algunos también se les haya olvidado.
Lo que sí fue objeto de mayor atención por sus efectos dramáticos sobre la gravedad, el ingreso en UCIs y la mortalidad como consecuencia de la pandemia, fueron las situaciones de vulnerabilidad y las patologías de riesgo. Se conoce que la obesidad, la hipertensión, la diabetes y las enfermedades cardiovasculares, junto a la vejez, han sido los antecedentes que han incrementado en mayor medida el riesgo de hospitalización, ingreso en UCIS y fallecimiento. Lo que no es tan conocido es que éstas patologías están también condicionadas socialmente por el nivel de recursos económicos, la alimentación y la educación, en detrimento una vez más de los más desfavorecidos. El dato de los EEUU de que las personas negras e hispanas están siendo las más afectadas por la pandemia, representando el 57% de los jóvenes adultos hospitalizados y el 49% de los fallecidos o intubados, mientras que son solo el 33% de la población estadounidense. Es significativo y demoledor.
Más cercano en el tiempo, en la desescalada y en la mal llamada nueva normalidad, ha sido más evidente la influencia de los determinantes sociales y laborales en la transmisión y en la incidencia de la pandemia: Entre otros el trabajo informal, los temporeros, la insalubridad en el interior de las empresas, el hacinamiento en los transportes públicos o la alta densidad de los barrios... que algunos todavía hoy eluden con eufemismos clasistas o racistas como ′colectivos con otras costumbres y culturas’.
Ha tenido que ser la segunda ola la que ha puesto en evidencia el impacto mayor de la pandemia en función de las desigualdades sociolaborales, territoriales y culturales. Ahora en Madrid como laboratorio neoliberal. A pesar de todo, se sigue destacando la transmisión de la pandemia en el ámbito familiar y en las actividades de ocio, eludiendo con ello la influencia de los determinantes sociales. Sin embargo, lo que nadie ha sido capaz de explicar hasta hoy es la relación que existe entre las relaciones familiares y el ocio con la alta incidencia de la covid-19, precisamente en los barrios populares.
Pero además, hay que destacar las graves consecuencias económicas, sociales, laborales y de todo tipo de esta ya larga pandemia, a pesar de las medidas de protección social y reactivación puestas en marcha por el Gobierno, y asimismo el efecto añadido de las medidas de aislamiento y confinamiento. Por un lado, con la aceleración de la digitalización en la economía, los servicios, la educación y su influencia en la aparición de nuevas desigualdades. Por otro, con el avance en el clima de miedo, ansiedad, autoexposición y control social y su efecto sobre sobre la salud mental, en particular de los más débiles. Diversos estudios apuntan que mientras las mayorías sociales reaccionan ante la pandemia con el miedo y la depresión, las clases altas reaccionan con la rabia. De acuerdo con estimaciones de la OMS, el 4% de la población mundial podría experimentar trastornos mentales severos derivados de esta crisis, mientras que entre el 15% y 20% podría sufrir trastornos leves a moderados.
En definitiva, las consecuencias económicas sociales y laborales de la pandemia y de las medidas de paralización de la economía, así como de separación social y confinamiento, están teniendo ya un impacto particularmente grave sobre los sectores más desfavorecidos.
Hasta ahora hemos intentado cortar las vías de transmisión y cuando la enfermedad se extiende, detectar a los contactos y aislarlos, así como tratar a los afectados. Lo hemos hecho condicionados por la resistencia de clase de los partidarios de la inmunidad de rebaño. La estrategia epidemiológica es imprescindible, pero se quedará corta si no se une a la intervención sobre la pandemia de las enfermedades crónicas, hoy desatendida, y también con una política de reducción de las cada vez mayores desigualdades sociales. Es precisa una respuesta integral.
Porque el avance indudable en los tratamientos y las vacunas, por muy efectivos que resulten, serán incapaces de responder al virus sars-cov2 si no cuentan con un enfoque más amplio y centrado en la lucha contra las viejas y nuevas desigualdades sociales.
Sin embargo, la primacía de la competencia económica y de la geopolítica vacunal dejan también en esta materia en un segundo plano la solidaridad. Tan solo el proyecto COVAX, patrocinado por la OMS, tiene esa orientación. La sindemia es una cuestión de clase y su respuesta eminentemente política.