Sin piedad…, sin perdón
Estos dos pasajes de La Galatea, recogidos en mi novela Cerbantes en la casa de Éboli, expresan el imaginario colectivo acerca de la agresión sexual practicada por las hordas piratas y la actitud que esperaba la sociedad de entonces en la mujer honesta para defender su honra ante quien quiere arrebatársela por la fuerza. Muchos hombres tradicionales siguen considerándolos vigentes. Las feministas de nuestro tiempo rechazan todo esto bajo el dicho "o puta o muerta", que expresa la tragedia a la que se enfrenta la mujer agredida ante la opinión pública machista.
Cinco hombres adultos rodeando a una jovencita recién llegada a la plena edad núbil no precisan ejercer violencia para realizar sus deseos. Ellos mismos en grupo son la imagen viva de la violencia. Y si el agrupamiento no es casual, sino largamente madurado y ejercitado en cometer agresiones sexuales de todo tipo, auxiliados por la parafernalia farmacológica que facilita llevarlos a cabo sin resistencia, se trata pura y simplemente de una asociación para delinquir con plenas garantías de éxito y con enormes probabilidades de salir impunes, lo que les produce confianza casi absoluta.
Parece que en alguna hazaña anterior de "la manada" de Pamplona, ante la pasividad irremediable de su víctima, alguno de ellos preguntaba: ¿está muerta o solo en coma? Por suerte, en este caso la joven violada no ofreció resistencia, y a ello debemos probablemente que el resultado no fuera fatal (parece que acerca de una víctima anterior alguien preguntaba en su chat: ¿la han tirado al río?).
Estas situaciones han sido muy bien tratadas en el cine. Lo primero que nos viene a la memoria es la película Ciudad sin piedad, en la que cuatro soldados americanos violan en grupo a una joven alemana y encargan a su defensor, también militar, que destroce la imagen de la joven con el fin de conseguir un veredicto de inocencia del consejo militar que los juzga. La canción "Town Without Pity", de Gene Pitney, expresa mejor que ninguna otra cosa lo que un entorno ciudadano como aquel puede conseguir.
El defensor de la "manada" que fue a cazar chicas en Pamplona decidió seguir la senda marcada por el personaje que encarnaba Kirk Douglas en aquella película. Otro de los defensores se ocupó de pagar a una detective para que hurgara en la vida de la joven, con el fin de presentarla como una puta en busca de chulo. Felizmente, no vivimos en una ciudad sin piedad, y la reacción pública aconsejó a los defensores retirar su "prueba de cargo contra la chica-puta".
Pero quizás sea Clint Eastwood quien haya tratado con mayor maestría el asunto desde diferentes puntos de vista y en distintos géneros. En Impacto súbito, durante una fiesta en la playa una abigarrada manada viola en grupo a dos hermanas, una de las cuales queda catatónica. Ante el fallo del sistema judicial en impartir justicia, es la hermana sana quien, transcurrido el tiempo, asume la tarea de ajusticiar a los agresores con un tiro en los genitales y otro en la cabeza. No hay otro tribunal que el espectador y el inspector de policía que investiga los asesinatos, pero también aquí aparece la imputación acostumbrada cuando no existe una resistencia a muerte de la víctima: "Tú bien que disfrutabas, putita".
En Sin perdón, en cambio, esa imputación no tendría sentido porque las agredidas por la manada de vaqueros son putas por oficio. En este caso el argumento se extrema porque la única vindicación de honorabilidad por parte de estas profesionales consiste en no ser tratadas como guiñapos (como sí lo fue la víctima de la manada de Pamplona), y no recibir daños adicionales a los que resultan inherentes a su actividad (como los cortes en la cara realizados por el vaquero de Sin perdón, que en Pamplona consistieron en el abandono, el robo y la destrucción de su teléfono por parte de uno de los agresores).
En Sin perdón tampoco hay apelación ante la justicia, sino búsqueda de los maleantes bajo contrato, pagado por las propias putas, con un pistolero retirado, porquero de profesión, con el fin de eliminar a los indeseables y dejar sentado en toda la región el grito que lanza al final: "Como alguno de vosotros vuelva a maltratar a otra puta, volveré aquí y os mataré a todos, malditos hijos de perra."
No se escuchó en Pamplona ofensa alguna hacia la madre de los acusados, a quienes su abogado calificó de buenos hijos, aunque también dijo que no son modelo para nadie, calificándolos de imbéciles, patanes infantiloides y primarios: "gente simple, con aficiones como el fútbol y las chicas".
Ahora nos encontramos a la espera de la sentencia. No esperamos la justicia sublime, sin perdón, impartida por Eastwood en el oeste sin ley. Esperamos simplemente que tras ella las nuestras no puedan ser consideradas "ciudades sin piedad".