Sin piedad ni caridad
Mal asunto para la Iglesia católica y su defensa de los derechos humanos.
Piedad: Sentimiento de compasión o misericordia.
Caridad: Actitud de ayudar a los demás y en especial a los más necesitados.
Cuando todo parecía haberse dicho, y cuando algunos lo dan todo por atado y bien atado ante la decisión democrática de exhumar los restos de Franco, el nuncio del Estado Vaticano en España, haciendo gala de un relativismo moral escandaloso, dice terciar cuando decide que más vale no meneallo y que al dictador solo le juzgue Dios. Largo me lo fiáis.
La verdad es que algunas reacciones a la decisión de exhumación no me han sorprendido. Sobre todo, a la luz del fascismo redivivo en Vox y su delicado pastoreo durante décadas en el propio seno del PP. Un interés electoral evidente en no desvincularse de un pasado, aún con ganas de imponer el presente, a pesar del denodado blanqueo constitucionalista de las derechas y sus medios sobre Vox como derecha dura o ‘iliberal’, que resulta más pijo.
Al parecer, los elogios a la dictadura y el correspondiente oprobio a la República legítima y a sus defensores es solo una legítima opinión, aunque los historiadores digan lo contrario. También la intención de excluir del juego democrático a los partidos no constitucionalista confesos a conveniencia de las derechas es perfectamente democrática.
La voluntad de amputar el título octavo relativo al modelo de Estado de las comunidades autónomas y la ordenación territorial con la supresión del Estado de bienestar y de liquidar el sistema fiscal que lo sostiene no afectan a los pilares constitucionales. Y la negación de la igualdad de género y los derechos de las minorías con discursos estigmatizadores y de odio entrarían dentro del nuevo constitucionalismo de un solo Dios, una sola patria, un solo tipo de familia y un rey, a ser posible mandón, si no absoluto.
Tampoco me han sorprendido los remilgos del nuevo centro derecha de Ciudadanos al traslado del dictador, que ha preferido utilizar los errores de gestión del Gobierno para atizarle a Sánchez y con ello a poner más piedras de derecha que de centro a la decisión de exhumar. Es así como la oscura obsesión de Rivera desde que éste le arrebatara el liderazgo en las encuestas con la moción de censura parece haberse convertido en una fobia incapacitante.
Incluso entiendo, aunque no comparto en absoluto, el alineamiento del Tribunal Supremo con la familia y su alienación histórica en la Enciclopedia Rubio. Es lo que pasa cuando un poder del Estado democrático se cree eterno y omnipotente, más allá incluso de la decisión popular y de los historiadores, cuando no mira y así no ve a las víctimas del franquismo, que como cualesquiera otras exigen respeto justicia y reparación.
La despedida a la francesa del nuncio sí que me ha parecido sorprendente, porque no parece compatible con la diplomacia vaticana aplicada al asunto hasta ahora, y porque es un ejercicio de relativismo moral extraño en el nuevo papado de Francisco. Deduzco de ella, sin embargo, que la Iglesia católica, y no sólo la española, ha estado jugando al gato y al ratón con el Gobierno, pero que en definitiva su adhesión a la cruzada permanece y no le importa su imagen entre los demócratas.
No es que no haya visto la necesidad de pedir perdón al tiempo que de homenajear legítimamente a sus mártires, poniendo con ello una vela a cesar y otra al Dios en la mejor tradición vaticanista. Es que sigue alineada con quienes, para no aparecer como franquistas, prefieren el debate sobre mover o no mover los restos, como cortina de humo para no ver tampoco a las víctimas, en vez aplicar con ellas la piedad y la caridad cristianas.
Mal asunto para las derechas y para el Tribunal Supremo. Mal asunto para la Iglesia católica y su defensa de los derechos humanos, así como también para la Iglesia española y su relación con los principios democráticos. Mal asunto.