Sin Audrey Hepburn ni Cary Grant
Existen películas a las que no se les puede imaginar un remake. Cintas únicas como Casablanca. A nadie se le ocurriría versionar Casablanca. Sin embargo, llega un día en que se rompe el séptimo sello y en la cartelera brilla Ben Hur (2016, Timur Bekmambetov) y otro en que Kenneth Branagh presenta Asesinato en el Orient Express (2017). Es entonces cuando, literalmente, se tambalean los cimientos de lo conocido y lo imaginado. Parece que todo regresa y no hay nada nuevo en la viña del celuloide.
Lo portentoso de ser cinéfilo es la inacabable capacidad de dejarse asombrar por el cine, esa fuente de continua felicidad. Quizá por ello siempre estamos dispuestos a dejarnos embelesar por ese amante atento y sorpresivo que improvisa y se reinventa. Pensemos en Charada. A quién se le ocurriría versionar Charada. Sin duda, a mucha más gente de lo que se pueda pensar. Aunque nadie imagine dignos sustitutos para Audrey Hepburn y Cary Grant, lo cierto es que la película cuenta con cuatro versiones ni más ni menos, empezando por la bengalí Kokhono Megh (1968, Agradoot), la americana Somebody Killed her Husband (1978, Lamont Johnson), la franco-americana The Truth About Charlie (2002, Jonathan Demme) y la hindi Chura Liyaa Hai Tumne (2003, Sangeeth Sivan).
Y es que la exitosa cinta de Stanley Donen ha vivido tantas vidas, que incluso ha llegado a ser de dominio público. Pero no siempre fue así. De hecho, el germen de Charade no fue sino un pequeño guion titulado The Unsuspecting Wife, un fracasado texto que, en vista del rotundo rechazo, se convirtió en novela corta por entregas. Escrita por Peter Stone y Marc Behm, fue al publicarse en la revista Redbook cuando despertó el interés de la industria hollywoodiense, hasta entonces inmune al excéntrico romance de Brian Cruikshank y Regina Lampert.
Este último nombre fue, precisamente, el que me llamó la atención una mañana en que, por ser día festivo, me permití realizar una incursión matutina a un canal de cine clásico. Un nombre que tan sólidamente encontraba ensamblado al de Audrey Hepburn que, al oírlo dirigiéndose a otra actriz, rechinó en mi mente como pocas veces lo había hecho un calificativo. Cómo era posible semejante casualidad. No obstante, la cinta no se asemejaba a un remake ni nada parecía presagiarlo. La estética era confusa, rayana en Luc Besson, pero adaptada a un París plenamente contemporáneo que, sin embargo, destilaba un regusto indecible a la nueva ola. Besson y la nouvelle vague, la curiosidad me consumía.
Thandie Newton camina bajo la lluvia en el que parece un homenaje a Stanley Donen; de repente, se cruza con una furgoneta. En el vehículo hay unos paraguas pintados tributo a Jacques Demy y su Les parapluies de Cherbourg; fuera de él, una mujer que resulta ser Agnès Varda eleva una caja. La mezcla es tan extraña como fascinante. Acto seguido descubro a Tim Robbins y es entonces cuando soy plenamente consciente de que es Walter Matthau. No, no es que se parezca, es que es Matthau. Sus ademanes, los gestos desdeñosos, su formidable dejadez y su seguridad. Definitivamente estoy viendo La verdad sobre Charlie (2002) de Jonathan Demme.
El porqué de que el oscarizado director de El silencio de los corderos,Algo salvaje, de Philadelphia o El mensajero del miedo hubiera elegido versionar Charade es para mí una incógnita; la razón de elegir a Mark Wahlberg para ejercer de Cary Grant, aún más. Pero así es el cine, tan imprevisible que todavía consigue subyugar a los más curtidos. La trama sigue y las resonancias a Charada se vuelven constantes. Sería un facsímil perfecto si no fuera porque Demme, diestro y también siniestro en esto del cine, se guarda para sí varios ases de un peso inconfundible como Anna Karina, Charles Aznavour o la tumba de François Truffaut.
Tak Fujimoto, su director de fotografía de cabecera, completa la película con una imagen tan rompedora y surrealista que, a decir verdad, diluye todo referente y se adentra en la orfebrería cinematográfica. Una rara avis para Demme y para cualquier espectador que le hace alejarse de la mera copia.
La película acaba para bien, con sellos y a lo loco como era de esperar; con todo, hay algo fascinador en esta versión atolondrada y violenta, algo que no tiene que ver con el talento probado de Demme ni con el amor por el cine. Quizá ese je ne sais quoi visceral que se siente al descubrir una cinta del todo impensable. Y es que, si una comedia americana a la francesa, con aires de Hannibal Lecter y nouvelle vague, que además está protagonizada por Mark Walberg ya no sorprende, no sé qué lo hará.