Sí tenemos tiempo: lo que no tenemos es cabeza
La falta de tiempo se está convirtiendo en un signo de nuestros días, un lugar común en el que todos parecemos estar saltando de reunión en reunión, o sepultados por avalanchas de correos electrónicos, o bien importunados –también profesionalmente- por usuarios y grupos de Whatsapp que, como moscardones, no paran de zumbar en nuestros oídos. Así que nos falta tiempo para todo.
Tiempo para nuestras familias, tiempo para nuestras aficiones y tiempo para nosotros mismos. Hay quienes aún siguen contaminados por el lamentable vicio de pretender convertir en virtud el no poder estar disponibles para los demás. Y hablan de sus agendas y de sus avalanchas de correo electrónico como si realmente fueran seres con vida propia, muy capaces de arrebatarles su libertad. Es sorprendente que, al mencionarlos, dejen mostrar un leve gesto de vanidad, como si realmente ser inaccesible fuera algo de lo que sentirse orgulloso.
Sin embargo, salvo ese reducido grupo de personas, aún ancladas en el trasnochado espíritu ochentero del culto a la oficina, promovido por algunas de las grandes multinacionales de aquellos entonces, el resto de nosotros nos lamentamos de que, realmente, nuestras familias, aficiones, y a veces hasta nosotros mismos, estén constantemente fuera de la agenda.
Atrás quedan los días en los que alardeábamos de que teníamos una oficina móvil en el bolsillo. Atrás quedan también los días en los que la firma que indica que un correo electrónico ha sido enviado desde un smartphone era un objeto de culto. Muy pocas personas hoy se alegran de la abrumadora infoxicación que nos rodea por todas partes.
Sin embargo, el problema, en el fondo, sigue siendo el mismo de siempre. Y no es tanto un asunto de tiempo, como de cabeza. O, mejor dicho, de conciencia: de tener suficiente control sobre nuestra conciencia como para hacer que nuestra cabeza se centre en lo que verdaderamente es relevante. Aunque suene obvio, uno de los más efectivos generadores de serenidad consiste simplemente en no leer ningún mensaje del trabajo después de cenar ni antes de desayunar. Entre otras cosas porque estos mensajes, salvo muy raras excepciones, rara vez son portadores de buenas noticias.
¿Y si la verdadera inteligencia consistiera en prestar atención únicamente a lo que de verdad importa? En no pasar ni un minuto haciendo scroll en las redes sociales, ni en visualizar anuncios que ya hemos visto mil veces, ni en quitar horas al sueño viendo series que dentro de unos años no recordaremos. En un país de los llamados desarrollados la media de visionado de televisión por habitante y día puede superar las cuatro horas, mientras que son necesarios tan solo quince minutos de actividad física para obtener sus beneficios. Y aun así muchas personas siguen defendiendo que no tienen tiempo para hacer ejercicio.
Decía Mihály Csíkszentmihályi que el control voluntario de la conciencia determina la calidad de vida. Por eso una de las claves para una existencia más plena y feliz no consiste en tener más tiempo, sino en tener más cabeza.