Si Lubitsch levantara la cabeza
Qué le pasa a la comedia americana. No a toda, obviamente, solo a esa que hace alarde de un humor zafio y que sumerge al espectador en una niñez inelegante. Lo sencillo es lo único digerible, y pareciera necesitarse de otro niño para poder tragarse. Si Lubitsch levantara la cabeza.
Es Navidad, lo ha sido y lo será durante toda la semana, es la suerte de estas fiestas en nuestro país. Comedia y cine familiar es lo que toca, aunque algunos cismáticos se resguardan en el splatter o en el terror apocalíptico, cosas de la psique humana. En todo caso, la generalidad de los espectadores comparten cine de sobremesa al por mayor, bienintencionados romances bajo el muérdago y alguna que otra relectura del Cuento de Navidad de Dickens. Lo habitual. Y es aquí donde aparece la cinta de la discordia, ¿Tenía que ser él? (2016), paradigma de cómo el humor tosco puede despedazar un filme notable.
La película está dirigida por John Hamburg, cuya firma también aparece en los guiones de Los padres de él (y de ella) o Te quiero, tío; es decir, historias fáciles, de natural pedestres, con golpes de humor certeros y escatología a gogó. El guionista juega con la incertidumbre, con esas situaciones inapropiadas que sobrevienen contra toda lógica. Extraño fatum el de los personajes de Hamburg. Los protagonistas de ¿Tenía que ser él? no son distintos, todo lo contrario, están abocados al absurdo, pero con brillantez, no podía esperarse menos de Bryan Cranston y James Franco. Quien no conozca a Cranston es que se ha perdido a Walter White y a Dalton Trumbo; quien desconozca a Franco, actualmente puede disfrutar de su talento desmedido en The Disaster Artist, cinta que se revela, en muchos sentidos, como una de sus mejores películas de manera incuestionable.
Hace años que admiro a James Franco, un actor polifacético, tendente a los papeles nihilistas y destroyer que, sin embargo, posee un nutridísimo currículo académico, incluido un doctorado por la Universidad de Yale. De lejos, Franco es lo mejor de Spring Breakers (2013, Harmony Korine), por mucho que Cahiers du Cinéma la considerase una auténtica 'revolución pop'. Su escena sicalíptico-armamentística con Vanessa Hudgens era lo más extraño que había visto hacer a Franco en el cine, si bien cintas como The Disaster Artist e incluso ¿Tenía que ser él? serpenteen por los extremos de la genialidad (la primera) y del cuestionable buen gusto (la segunda).
La historia de Why Him? es tópica. Stephanie (Zoey Deutch) es una joven universitaria que invita a sus padres por Navidad, ya que mantiene una relación con Laird (Franco) y quiere poner a sus progenitores al corriente. Pero no, no es un novio al uso: es rico, obscenamente rico; y también insolente, obscenamente insolente. Todo en él rezuma ordinariez, sus cuadros son lascivos, su lenguaje procaz y su costumbre de caminar ligero de ropa, para gloria del propio Franco, atenta contra varias, si no todas, las normas del decoro. La familia no sabrá cómo enfrentarse a la situación, siendo ellos tan comedidos y elegantes. Pero aquí llega lo exasperante, y es que nada de esto importa porque, en realidad, el chico es rico. Insisto, obscenamente rico. Así, no solo compra el futuro de sus suegros, sino también sus conciencias, en una vuelta de tuerca de Cincuenta sombras de Grey, con la salvedad de que, en este caso, la operación es familiar. Todo vale por dinero.
Si a esta moral ambigua se le suma la patética hilera de gags escatológicos, que sitúan la escena central de la película en un cuarto de baño, con Bryan Cranston evacuando ante la mirada de un ayudante, y se le añaden diálogos propios de una adolescencia tardía mal encauzada e infantilizante, encontramos una película que escama por su falta de pericia narrativa.
Por qué un guion tan desatinado, me pregunto; sería perfecto si ahondase, como de hecho hace, en el nihilismo de la postverdad, pero abandonando de una vez el gag chusquero del acné y los fluidos corporales. Porque la comedia del pasado, a pesar de sus velamientos y su enfermiza ingenuidad, poseía una elegancia que no se encuentra ni por asomo en estos guiones de blockbuster. No se trata de fundir a negro ante una escena de sexo, sino de respetar al público, convertido en adolescente acrítico, adormecido con escenas de sexo y endorfinas non-stop. Hemos perdido el referente y las formas. Hace cien años Ernst Lubitsch, nada remirado ni sospechoso de mojigatería alguna, componía sus historias con infidelidades, tríos, pasiones e intelecto, mucho intelecto. No estaría de más aplicar su fórmula una centuria después.
¿Tenía que ser él? no es una mala película, es más, se la aconsejo, pero comprobarán que el listón verbal está tan bajo, que desluce la práctica totalidad de sus aciertos.
Qué pena que Lubitsch ya no esté para guiarnos. Como bien apuntaba William Wyler, qué lástima que, con él, también su cine se acabara.