Ser mujer y no morir en el intento: a veces es textual
Las mujeres se enfrentan cada día a multitud de comportamientos machistas.
Vivo en un mundo machista. Por mucho que moleste esta afirmación, lo es. Y lo repito cada vez que puedo. A pesar de los insultos, de los que me acusan de “victimizarme”, de exagerar “las situaciones” o de hacerme “ la radical”. Pero eso no sería exactamente lo preocupante , sino que, además, existe la cultura de la resignación.
Cuando mencionas la palabra “machista” en cualquier ámbito, suelen pasar dos cosas. Alguien se apresurará a decirte que “la cultura ya no es tan retrógrada” como si eso fuera algo bueno. A continuación, seguramente te tacharán de “feminazi” en tono preocupado, como si se tratara de una condición inevitable.
Ambas reacciones me suelen desconcertar y, más aún, enfurecer, porque son el caldo de cultivo ideal para que el prejuicio, el menosprecio a la mujer y el odio sexista sean moneda común. Aceptados como un mal inevitable. Me pregunto por qué resulta tan sencillo aceptar que hay una diferencia legal y social que subestima a las mujeres y que la mayoría de nosotras debemos enfrentarla casi a diario.
No es algo sencillo o que se resuma a chistes de mal gusto, comentarios incómodos y la moral machista. Hace unos días, leí un artículo que me revolvió literalmente el estomago. Una chica brasileña escribía un descarnado testimonio sobre el machismo sutil — y a veces no tanto — que sufre en su país. Su visión era tan dura, realista y lamentable, que me dolió porque es aplicable a cualquier otro lugar. Me dolió más que causarme asombro, miedo o preocupación.
Me dolió por lo crudo, por lo directo, por lo inevitable. ¿Cuántas veces me he sentido atacada, violentada, por el solo hecho de ser mujer? ¿Cuántas veces me he preguntado si se puede evitar ese machismo casi discreto que todas sufrimos a diario? El hecho de que un desconocido me mire el cuerpo de manera grosera y deba aceptarlo porque soy mujer. Soportar que se menosprecie mi trabajo solo por mi género. O que haya opiniones sobre mi vida sexual, personal y emocional. Que un desconocido se sienta en la libertad de preguntar sobre mi capacidad reproductiva. Que un grupo de personas, amparadas en su religión y moralidad, decidan sobre mi cuerpo.
Si tú que me estás leyendo, piensas que, en tu caso, eso no ocurre, hazte la pregunta de nuevo. ¿Cuántas veces te ha avergonzado la mirada fija de un extraño mirándote las tetas — sí, las tetas, una palabra incómoda para describir un momento incomodo — porque la cultura lo educó para pensar que puede hacerlo a pesar de como te haga sentir eso? ¿Cuántas veces te has asustado por la manera como te roza un desconocido en el transporte público? ¿Recuerdas la última vez que te tragaste la rabia por un piropo grosero acompañado de una risita vulgar en plena calle? ¿Cuántas veces te has entristecido porque critican tu talla y tu aspecto físico como si debieras cumplir algún patrón?
El machismo es una opinión sutil sobre tu lugar en el mundo, sobre lo que se espera de ti, sobre cómo te mira la sociedad en que naciste. Evidentemente, la sociedad tiene un concepto de lo femenino tan limitado como primitivo. La mujer acompaña, decora, pare, protege, teme, se esconde. ¿Por qué? ¿No te has preguntado el motivo de esa mirada lasciva, de ese piropo que te asusta antes que halagarte? ¿No te enfurece pensar que la cultura donde vives se asombre si deseas seguir una carrera universitaria pero te alabe si quieres operarte las lolas? ¿Nunca te has preguntado por qué te definen por tus roles biológicos y no por quien eres?
De modo que debo aceptarlo. Vivo en un mundo en el que una mujer independiente debe enfrentarse a la idea de una sumisión histórica, una presión casi invisible sobre tu identidad. La mujer que debe ser, que la sociedad acepta como normal.
¿Dónde queda la mujer grosera? ¿La mujer que no cabe en el estereotipo? ¿Qué pasa con la soltera? ¿Con la furiosa? ¿Con la gritona? ¿Con la que no es maternal? ¿Con la que usa zapatillas deportivos en lugar de tacones altos? ¿Con la que no se quiere ver arreglada ni se quiere maquillar? ¿O con la que sí y eso supone una idea sexual directa? ¿Con la que lleva minifalda y debe asumir que “invita al sexo”? ¿La que la acosan por ser “bella”? ¿La que desprecian por ser fea? ¿La que sufre abuso sexual y es “culpable”? ¿La que sufre maltrato y se lo buscó? ¿Qué ocurre en nuestra sociedad, en nuestra percepción cultural, sobre lo femenino?
Los interrogantes se multiplican y parecen abarcar cientos de temas complejos. Una mirada directa al mundo que padece la mujer actual. ¿Lo peor? Que aún no hay respuestas para la mayoría de ellas.