Gorbachov, semblanza del comunista que logró el favor de Occidente y se granjeó el odio de Putin
Varios expertos en relaciones internacionales ponderan la figura del último líder soviético, "no suficientemente conocido" hoy y representante de "todo lo que Putin envilece".
No hay análisis, político, sociológico o sencillamente humano de Mijail Gorbachov que no mencione la trascendencia histórica de su obra. La del último líder de la URSS y causante del nacimiento de la Rusia actual, fallecido este martes a los 91 años, es una figura de esas que llaman poliédrica: un pionero hacia la democracia para Occidente, un ser “débil” que se rindió al enemigo a ojos del Kremlin... Pero ¿quién fue y qué significó realmente Gorbachov para el mundo?
Nacido de una familia campesina en Privólnoie, sur de Rusia y cerca de la frontera con el este de Ucrania, este joven abogado de aspecto reconocible por una ‘mancha de vino’ en su cabeza, puso fin a la Guerra Fría en 1991. Su camino político comenzó mucho antes, cuando en 1952, con 21 años siendo aún estudiante universitario, se afilió al Partido Comunista de la URSS (PCUS), una escalera cuyos peldaños ascendió hasta hacerse con el poder de la descomunal institución en 1985. Con su llegada comenzó el intentó de reforma económica y social de una Unión Soviética abocada, ya entonces, al fracaso. Dejó para la posteridad, además, dos términos, Glásnost (política de transparencia) y Perestroika (reestructuración), fundamentales para entender lo que pasó
Hay unanimidad entre los expertos: sin él, la URSS también hubiera acabado cayendo. La relevancia de su labor es que consiguió acelerar los tiempos y a la vez suavizar la transición, razona Carmen Claudín, investigadora senior asociada del CIDOB. “Es difícil especular, pero a posteriori podemos imaginar que la URSS hubiera sobrevivido un año, quizás cinco, pero el sistema estaba totalmente agotado. Y es por esto por lo que Gorbachov llevó a cabo su perestroika, que significa reconstrucción, no demolición”, aclara.
La especialista en temática rusa tumba una idea mal planteada en las últimas horas: “Gorbachov no quería deshacer la URSS, quería modernizarla, junto a otro personaje clave, Alexander Yakovlev, pero ambos vieron que esa actualización no era posible sin liberalizar”.
En términos parecidos se expresa el catedrático de Comunicación y Política internacional en la Universidad Europea de Madrid, José María Peredo, pese a que no quiere jugar a “historiador”, apunta entre risas. “Todo hacía pensar en un régimen insostenible, se podía intuir el final del comunismo soviético, pero no como fue, tan internacionalizado. Numerosas repúblicas apostaron por la vía democratizadora y europea y nadie pensaba que la URSS estaba tan debilitada como para no poder retener a sus territorios”. Con todo, matiza que “Gorbachov, con su reformismo, no llegó de la nada. Si llegó a liderar el Partido Comunista soviético (PCUS) es porque esas ideas ya habían calado en el partido”.
Gorbachov, ayer y hoy
Tres décadas después, en su propia casa Gorbachov está lejos de recibir el respaldo que sí han mostrado Europa, EEUU y la OTAN. Ni siquiera se lo ha dado Putin, en un par de mensajes asépticos, lejos de la trascendencia de su memoria. “Gorbachov sigue sin gozar del reconocimiento que debería de su país, porque sin sus reformas, Rusia no hubiera sido visto como un interlocutor válido en las últimas décadas. No es cierto que Occidente siempre haya intentado arrinconar a Rusia, como dice la propaganda de Putin”, sopesa la investigadora del CIDOB.
“En Rusia se recuerdan las dificultades de los años 90, que fueron reales, pero quienes conocimos el sistema anterior sabemos que no hubo un gran cambio en el nivel de vida. Las tiendas estaban igual de vacías en el 85 cuando llegó al poder”. Lo que cambió, prosigue Claudín, es que “pasamos de una sociedad acostumbrada a vivir en la mediocridad y la escasez pero también en la seguridad de un futuro estable siempre que fueras ‘bueno’, a una incertidumbre por el cambio. Un ‘tsunami mental’ que descolocó a muchos y aún hoy se utiliza para criticar su legado”, cierra.
El ’bloque occidental’ hace, a estas horas, un elogio a la vida y obra del último líder soviético. Para Sánchez hizo “de Europa y el mundo un lugar con más paz y libertad”, términos similares al del presidente francés, Emmanuel Macron, quien destacar que “su compromiso con la paz en Europa cambió nuestra historia común”. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, por su parte, le recuerda como “un líder fiable y respetado” que “abrió el camino para una Europa libre”.
También tira de memoria Felipe González, presidente del Gobierno español en los años de Gorbachov. En línea con innumerables líderes y exlíderes internacionales, valora cómo “cambió el mundo y aunque el mundo aún no ha encontrado un nuevo equilibro, ayudó a superar lo que llamábamos el equilibro del terror”, en referencia a la Guerra Fría.
“Visto desde la parte occidental, entendemos mucho mejor sus esfuerzos de llevar a cabo un verdadero desarme no solo en lo militar, sino político e ideológico. Un contraste con la Rusia que tenemos, todo lo opuesto a lo que planteaba él”, añade Carmen Claudín.
Por contra, José María Peredo lamenta que a pesar del aluvión de reportajes y noticias “creo que hoy no se conoce suficientemente la relevancia de uno de los personajes clave de la segunda mitad del siglo XX”. Lo es, cuenta, “por su intento de transformar un régimen agotado. Él fue la última oportunidad de una salida comunista a través de las reformas para buscar una viabilidad económica y social”.
Una óptica favorable que no siempre fue así. Para Sophie Cœuré, profesora de Historia contemporánea en la Universidad de París, Gorbachov soportó una doble acusación de ‘caballo de Troya’, como confiesa en esta entrevista en la edición francesa de El HuffPost: “En Occidente muchos temían que su política buscase acercar la URSS a Europa para extender la influencia de Moscú y distanciar al Viejo Continente de EEUU... Irónicamente, eso es lo que los rusos le reprochan hoy, que fue un caballo de Troya pero de Occidente”.
Un telegrama y lugares comunes, el no tan sorprendente pésame de Putin
Ni siquiera en estas horas, en las que buena parte del mundo se rompe en elogios hacia el político ruso, Vladimir Putin ha escondido las enormes diferencias que les separaban. En una telegrama a la familia, se ha limitado a señalar que “comprendía profundamente que las reformas eran necesarias y trató de proponer sus soluciones a problemas acuciantes” y decir de él que “influyó enormemente en la marcha de la historia mundial”. Lugares comunes, como los expresados en la noche del martes, cuando apenas quiso mostrar su “profundo pesar”.
“Lo contrario me hubiera asombrado”, expone Carmen Claudín. Entiende el ‘pasotismo’ de Putin porque el líder fallecido “representa todo aquello que él envilece, la desintegración de la URSS como idea imperial, el acercamiento a Occidente... ¿Cómo va a pensar alguien como Putin en ofrecer un funeral de Estado, por mucho que esta figura bien lo merezca?”, remata, de forma retórica.
Para Peredo, catedrático de la Universidad Europea, “Putin ha estado a la altura de sus principios. Esa Rusia expansiva, fuerte es contraria a la propuesta de Gorbachov y adentrándonos en la lógica de Putin, hacerle un funeral de Estado sería incoherente”.
De hecho, Peredo destaca “lo simbólico” de que haya muerto durante la guerra de Ucrania, paradigma del “expansionismo de Putin” que Gorbachov repudió en favor de una política de “entendimiento”.
Los “amigos imposibles” del último líder soviético
Con fama de buen negociador, bastante más abierto al mundo de lo que lo fueron sus predecesores, Gorbachov trabajó las relaciones internacionales con el ‘otro lado’ en numerosas ocasiones. De él, la conservadora lideresa británica Margaret Thatcher llegó a decir “el señor Gorbachov me cae bien; podemos hacer negocios juntos”, lo que en boca de la ‘la dama de hierro’ no era asunto menor.
Con otro líder del momento, su ‘antagonista’ Ronald Reagan, presidente de EEUU entre 1981 y 1989, firmó uno de los acuerdos clave para la estabilidad geopolítica en los últimos embates de la ‘Guerra Fría’. El Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio, que eliminó los misiles de medio y corto alcance instalados en los países satélite de ambos bandos, supuso un gesto de distensión fundamental. Fruto de ese logro recibió el Premio Nobel de la Paz en 1990.
De sus largas negociaciones durante años surgió una amistad paradigmática de la visión conciliadora que mostraron. Reagan definía a su homólogo como “un líder distinto”. “Hemos descubierto una suerte lazo que nos une, una amistad que esperamos trascienda a todas las personas”, apuntaba, allá por finales de los 80 el político republicano.
Esta cercanía que fue posible gracias “a lo obvio”, “un cambio de formas y de discurso al acercarse a los homólogos occidentales”, razona Claudín. La del mandatario soviético era “una retórica no agresiva que además resultaba creíble porque dentro de las fronteras rusas también la defendía”, prosigue la investigadora, en relación a la ‘Perestroika’ que desarrollaba de puertas para dentro.
“Pertenecía a una generación nueva, de jóvenes formados con una visión más internacional que supo incorporar su conocimiento al bagaje internacional de su país. La historia le recordará por siempre como un personaje emblemático”, remata José María Peredo.
Una huella imborrable en un mundo que él mismo ayudó a configurar.