Semáforo en azul: la revolución andaluza
La catástrofe se venía mascando desde el momento en que la pulsión centralista, entre otras cosas, mandó a galeras a Susana Díaz.
Los datos son los datos: el PP de Moreno Bonilla duplica los escaños del PSOE (58 a 30) y alcanza la mayoría absoluta. Los extremos quedan tocados: VOX logra 14, y fuera del gobierno, el ‘efecto Olona’, un globo inflado con malcriadez, mentiras y tremendismo, ha pinchado; la marca podemita ‘Por Andalucía’ consigue cinco asientos, camino hacia la defunción o el coma; y su prima hermana ‘Adelante Andalucía’, dos. Conclusión que salta a la vista: los andaluces han optado por la moderación en ambas bandas, la derecha y la izquierda. “Quien siembra vientos, recoge tempestades”, leo por ahí y también escucho a mi lado. El semáforo ha pasado del rojo al azul en un santiamén.
“Muchos poquitos hacen un muchito”, explicaban ‘tiempo ha’ al unísono los dos
hermanos Domínguez, excepcionales empresarios canarios, para explicar las
razones de su éxito: transformar una humilde tienda de barrio en un importante
emporio comercial. La estrepitosa derrota del PSOE en Andalucía no tiene una sola causa. La catástrofe se venía mascando desde el momento en que la pulsión centralista, entre otras cosas, mandó a galeras a Susana Díaz.
Y España, con las autonomías, ha visto como se han venido produciendo algunos hechos prodigiosos que han cambiado no solo paradigmas sino señas de identidad. Manuel Fraga convirtió a un PP que se había opuesto rotundamente al Título VIII, en una organización regionalista y galleguista. Eso fue calando, como el orvallo, que no moja pero empapa, y constituyó uno de los factores de la auto expulsión de su seno de la extrema derecha agazapada.
Feijóo nada más llegar impuso en Génova 13 la nueva doctrina, y algunos, llevados sin duda por la euforia momentánea fueron más papistas que el papa gallego: Elías Bendodo, coordinador general y número 3 del reciclado PP, habló de plurinacionalidad tras ‘reconocer’ su jefe en un acto en Barcelona la ’nacionalidad catalana”. Y no era eso, no era eso, al menos por ahora. Era solo un guiño táctico para lavar la imagen y distanciarse del abascalismo en una región muy sensible a la simbología y la imaginería sobre tronos.
‘Juanma’ Moreno Bonilla, presidente de la Junta desde 2019 y graduado en
Protocolo y Organización de Eventos en la Universidad Camilo José Cela, tomó
nota. Ya había insinuado que los populares andaluces eran andalucistas… como
aviso al casadismo.
Mientras tanto, el PSOE hacía lo contrario y acentuaba el perfil nacional, o sea, el mando supremo de Ferraz y de Presidencia. Tampoco asumió que una parte importante de la militancia, y de su caladero de votos, quedó desmotivada y en estado pasota tras la defenestración de Susana Díaz. Hay un viejo proverbio en varias culturas que viene a decir que “nadie prueba la profundidad de un río con ambos pies”. “Los PSOE regionales no se pueden dirigir desde Madrid”, sentenciaba una ferrolana.
Hay un dato que ya se ha incluido en alguna tesis doctoral sobre la Transición: las autonomías han cambiado también por dentro a los partidos. Los han confederalizado. Los secretarios generales y presidentes regionales han pasado a ser considerados ‘barones’. Y eso es causa y efecto del mismo proceso en la ciudadanía. Todas las regiones quieren ser nacionalidades. Lo del café para todos (los que quieran, otros quizá prefieran descafeinado) fue muy razonable. No hay marcha atrás, salvo tragedia o desquiciamiento colectivo, por mucho que se empeñe VOX y sus coros y danzas.
Por supuesto, también vivimos unos tiempos extraordinarios. Retrocedamos al principio de esta era democrática: lema principal del programa de Felipe González era “que España funcione”. Las primeras leyes (Sanidad, Educación, Universidades, Costas…. ) indicaban el camino; y también por ejemplo la de reconversión industrial.
En estos momentos, empero, la sensación generalizada es que las cosas no funcionan. Que algunos gobiernos autonómicos, sobre todo en periodos conservadores, están empeñados en desmontar a base de restricciones y palos en las ruedas, la sanidad pública, la salud pública, la universidad pública, la educación pública, la vivienda pública… Pero todo ese malestar se unifica y adjudica a Madrid.
Como el famoso dicho italiano piove… ¡porco governo!. Todo, encima, en una
diabólica encrucijada como pocas veces se ha visto. Los augurios son de tal
naturaleza que en el Imperio Romano, tan lleno de supersticiosos que el vuelo de los cuervos se convertía en parte del ‘método científico’, que lo más seguro es que la situación evolucione hacia “a peor la mejoría”, que decía un político de UCD.
Los precios se han disparado de una forma explosiva. Sí, es verdad que la guerra de Ucrania influye en un bucle infinito; que los efectos de la pandemia aún colearán durante mucho tiempo; que el cambio climático tantas veces negado por la derecha mundial vendida a las petroleras, da los primeros zarpazos de realidad; que las multinacionales y oligopolios, salidos de control y cegados por la avaricia ponen en riesgo las economías nacionales… y que Bruselas apenas está dándose cuenta del caos. Aunque haya mejorado la respuesta a las crisis, y aunque los gobiernos, en distinta proporción, hayan tomado medidas de choque, llenar el depósito de un coche mediano cuesta 80 euros en España (y hasta el doble en otros países), mientras las compañías petroleras y las eléctricas tienen beneficios que ellas con total desvergüenza califican de ‘históricos’ y excepcionales.
A su vez la PAC (Política Agraria Común) se ha convertido en un problema y no en la solución. Al subvencionar el abandono de cultivos y ganadería ha contribuido a vaciar el medio rural… y a no ser autosuficientes ante imprevistos catastróficos.
Europa, y España por la parte que nos toca (y hasta África, que espera hambrunas) depende de los cereales ucranianos. La ‘ancha Castilla’, despoblada; y no hay ni pienso para las vacas. Los 20 céntimos de ayuda al carburante ahora mismo es como los cero grados del chiste gomero: ni frío ni calor. “La suficiencia energética es fundamental; los campesinos y ganaderos no pueden ir a su trabajo, a veinte o treinta kilómetros en bicicleta o patineta, mientras que en cambio para comer siempre se puede sobrevivir comprando pollo en vez de carne y garbanzos en vez de pollo….”, me dice una gallega en modo cabreo.
España se va despoblando. Y por si fuera poco, estrategias que se adentran en la extravagancia vacían el medio rural. Ni los trenes ni los autobuses atienden las necesidades de movilidad para ir al trabajo; los tractores para roturar tierras y plantar grandes superficies, y los camiones para el transporte, pierden más trabajando que parados; y el desenfreno conservacionista hace que los lobos, los zorros, el jabalí, el corzo, destrocen los cultivos y maten al ganado.
Feijóo ha entrado suavito, “como todos los gallegos”, sin asustar; Pedro Sánchez es cierto que ha cosechado importantes éxitos (entre ellos los fondos Next Generation, que fue uno de los primeros en concebirlos, y en recibirlos a pesar del indecente boicot de Casado) pero los frutos económicos y su efecto práctico no han llegado a tiempo.
A lo que hay que sumar las consecuencias de gobernar con materiales residuales y socios que únicamente tienen el apoyo de los radicales y populistas, que no son la España mayoritaria.
¿Adelantar las elecciones por el trastazo andaluz? Sería precipitado en las actuales circunstancias, y cuando miles de millones empiezan a llegar a las administraciones y empresas y nuevas políticas pegadas al suelo tratan de contener la desenfrenada inflación. Los países más duros’ han comenzado a ablandarse en cuanto han comprobado que todas las barbas se pueden quemar si están impregnadas de gasolina y hay un mechero encendido cerca. Lo más probable parece ser que Sánchez resista al menos unos meses, porque las elecciones regionales tienen claves propias, distintas a las nacionales. Y nunca es conveniente, excepto, claro, en los incendios, actuar en caliente: la inminente cumbre de la OTAN en Madrid, las medidas que se cocinan en una Bruselas que parece estar entendiendo la causa de los extremismos que recorren el continente… aconsejan esperar, pero no inmóviles ni catatónicos.
Y no es un tema menor para ahuyentar a los votos de la izquierda moderada, que es la dominante y la que puede ganar elecciones, muchas de las leyes impulsadas desde el activismo recalcitrante y sectario de Podemos, que emulan las de la Policía de la Moral de los ayatolás iraníes o a las fábulas de animales de la factoría Disney, o la de Universidades a las que Subirats pretende convertir por la vía de la expropiación corporativa en cooperativas subvencionadas fuera del control democrático. Un nuevo pintoresquismo del carandeliano ‘celtiberia show’.
Sí. Vivimos tiempos de confusión en los que algunos experimentos hay que
hacerlos con gaseosa, o con agua de Firgas.