San Patriarquín
Es muy bonito ser aceptado y amado, pero es más bonito no necesitar ser amado para aceptarnos a nosotr@s mism@s.
Me pregunto si Adán y Eva se imaginaron en algún instante la que se venía encima con la construcción del amor idílico que a sus hijo@s se les ocurriría.
Ellos que por sólo morder una manzana (estoy convencida que fueron los dos) ya estaban faltándole el respeto a la historia y a todas las futuras generaciones, hubieran flipado con las toneladas de bombones entre pecho y espalda que adormecen a las masas del siglo XXI en San Patriarquín.
El amor entre dos (o más) es importante. De hecho, no creo que nadie que lo haya vivido pueda cuestionar el éxtasis de esplendor que supone en un mundo en el que un gran porcentaje de de las relaciones interpersonales están basadas en intereses que se alejan (la gran mayoría de las veces) de pureza y transparencia.
Pero también es cierto que las grandes expectativas sociales que se tienen de él hacen, la gran mayoría de las veces, que resaltemos toda la parafernalia que lo acompaña y cosas que NO SON IMPORTANTES. Puesto que al final lo más importante es la capacidad de querer bien. Y que te quieran bien.
Me parecería muy bien que San Valentín se viese como lo que es, una medida empresarial para incentivar y potenciar los comercios; no la magnitud de postureo, de falsa plenitud en la que se ha convertido.
Parecen más importantes el número de corazones de la foto con “el xurri”, que el te quiero sincero con el corazón (más importante) en la mano.
Principalmente por dos razones: una es que lo idílico no existe. Es la justificación divina que la humanidad se empeña en seguir potenciando para darle un cierto sentido a la existencia (cuando la mera existencia, independientemente de las experiencias, se debería tratar como divina).
Y lo segundo, es la falsa costumbre de mostrar una vida perfecta justificándola por el mero hecho de que otr@ nos acepte.
Porque es muy bonito ser aceptado y amado, pero es más bonito no necesitar ser amado para aceptarnos a nosotr@s mism@s.
La realidad es que estamos en un punto, que con las redes sociales se agudiza, de sentirnos menos valiosos si no vamos a cenar con alguien un 14 de febrero. Y ESO SÍ que es PELIGROSO.
Las niñas no sueñan con el día en que sus generaciones romperán todos los techos de cristal que le quedan por conquistar a su género, las niñas tienen pesadillas con pasar un 14 de febrero solas.
Y eso ha sido una obra maestra de lo que ya sabemos. San Patriarquín. Y es llamativo, lo cómodo que se sigue sintiendo el patriarcado en esta sociedad...
(Realmente, a efectos prácticos, sólo se siente incómodo los 8M, los 25N... y algún que otro día de lucidez. El feminismo se practica 24/7. No sólo puede ser sacar una pancarta un par de veces al año y ponernos una camiseta “Girl Power” de Inditex, hecha precisamente por quienes no tienen ningún poder.)
Ir a cenar un 14 de febrero con tu compañer@ de vida es estupendo.
Pero que de esa cena dependa tu valía, tu integridad, tu dignidad y todo lo que engloba el autoconcepto que una persona tiene. Es terrorífico.
Entre otras cosas porque el patriarcado se ha encargado de fomentar y alimentar el mensaje de que estar sol@s es un auténtico fracaso social. De ahí a todas esas parejas que vemos que NO son felices, principalmente porque saben que no se complementan, pero son dependientes. Y eso se ve.
Llora cuando no tengas con quien pasar el Día de la Madre o del Padre, pero amig@, no llores jamás porque no tengas con quién estar un 14 de febrero.