Salvar a la generación Z
Creo que, cuando la pandemia pase de largo, no serán nuestros mayores quienes sufran las peores consecuencias que nos deje...
Se ha hablado mucho, he hablado mucho, he escrito bastante, sobre el brutal golpe de la pandemia, las muertes de personas mayores en residencias, en sus domicilios, sobre las evidentes insuficiencias y alarmantes debilidades de nuestra sociedad, de nuestros sistemas de protección social y de atención a la dependencia, a las personas que más nos necesitan.
Nuestros mayores han sido las primeras y principales víctimas de ésta pandemia, quienes han perdido sus vidas, si tomamos en cuenta que el 95 por ciento de las personas fallecidas tiene más de 60 años. El covid-19 ha sido cruel con las personas mayores en lo inmediato, pero creo que, cuando la pandemia pase de largo, no serán nuestros mayores quienes sufran las peores consecuencias que nos deje.
Ciertamente, la generación de los millennial lo ha pasado mal para abrirse camino y situarse en un mundo cada vez más complejo, endurecido y competitivo (no confundir con competente), han vivido profundos cambios tecnológicos, han pasado la frontera del siglo y del milenio, sus miembros comenzaban a tomar el relevo generacional, especialmente desde que se desencadenaron las primaveras árabes en el Norte de Africa, desde el Sahara a la plaza Tahrir en El Cairo, el 15-M español, los indignados franceses, Occupy Wall Street, Chile, Colombia, México, las aplastadas expresiones de descontento en China, o la plaza Syntagma en Atenas.
El inicio de la década de 2010 estuvo marcado por la imagen de nuevas generaciones de jóvenes que reclamaban, como ya ocurrió en Mayo del 68, su participación en el reparto del pastel, aunque no siempre lo consiguieron y no fueron pocos los lugares donde la respuesta fue la violencia, la represión y hasta la guerra, como ocurrió en lugares como Siria, Libia, o Yemen.
Pese a todo, los Y, los milennial, llamados a sustituir a la generación X y a ser desplazados de inmediato por la generación Z, que les pisaba los talones con nuevas habilidades y hasta un nuevo sistema de pensamiento, iban encontrando su lugar en el mundo.
Sin embargo, la generación Z, la que se mueve en edades inferiores a los 25 años, se va a enfrentar con una realidad distinta, no una nueva normalidad, la anormalidad antigua con gel hidroalcohólico y mascarillas. Son esa juventud que aguarda, la misma de la que hace más de sesenta años hablaba el charnego Francisco Candel, el de las barracas de la montaña de Montjuic, en Barcelona.
Son la generación que quienes, desde bien pequeñitos, usaron internet y estaban convencidos de la necesidad de tener una titulación universitaria, acostumbrados a las nuevas tecnologías, sin por ello renunciar a las relaciones sociales. Ni más ni menos conservadores que los millennials que les preceden, pero más escépticos con respecto al futuro económico que les espera y sobre la capacidad de los gobiernos para resolver sus problemas.
Su formación y su facilidad para usar las nuevas tecnologías les pone fácil emprender cualquier tipo de actividad económica, por pequeña que sea y vender sus ideas, sus productos, sus servicios globalmente, desde su habitación. Internet y una economía globalizada lo han hecho posible.
Sin embargo, en el caso español, también son la generación en la que casi el 20 por ciento de sus miembros no sigue estudiando al terminar la enseñanza secundaria obligatoria, más en el caso de los hombres que de las mujeres, y uno de cada cuatro termina por no obtener el título de ESO.
Es cierto que los datos han mejorado con los años, pero siguen siendo cifras excesivamente altas, sobre todo si tenemos en cuenta que Enseñanza Secundaria “Obligatoria”, debería significar que es, preceptivamente, el nivel educativo que toda y todo adolescente debe terminar.
La generación que soporta tasas de paro del 40 por ciento, décimas arriba, o abajo, tasas de temporalidad cercanas al 70 por ciento, o del 40 por ciento en trabajo a tiempo parcial. Hay quien se extraña de que haya contabilizados más de 850.000 jóvenes españoles que han marchado al extranjero desde que se iniciara la crisis de 2008, una cifra que podría acercarse en realidad, según diferentes expertos, a 1´5 millones, si tomamos en cuenta que no es obligatorio inscribirse en los consulados en el extranjero, aunque tengas trabajo en otro país y vivas habitualmente en el mismo.
Ya lo tenían difícil sin necesidad de que llegase la pandemia a complicar las cosas, pero las primeras valoraciones del impacto del covid-19 sobre los jóvenes viene a demostrar que, en las condiciones de temporalidad, trabajo a tiempo parcial, abuso de las fórmulas del falso autónomo y precariedad del empleo de nuestros jóvenes, el golpe del paro está siendo mucho mayor que entre trabajadores y trabajadoras de más edad.
La tarea inmediata, mientras dure la pandemia, ha de ser salvar las vidas en riesgo, especialmente las de nuestros mayores. Cuando acabe la alarma sanitaria deberemos ajustar cuentas con un sistema económico, político y social alejado de las necesidades de las personas, incapaz de defenderlas y obsesionado con el egoísmo, el individualismo y el beneficio económico a toda costa y por encima de cualquier otra consideración.
La siguiente misión, la más complicada y compleja, deberá ser la reconstrucción del mundo desde valores sociales nuevos hasta ahora despreciados. Un mundo que cuide a las personas, que preserve la vida en el planeta, que actúe frente al cambio climático y sus desastrosas consecuencias, que prevenga la aparición de nuevas pandemias provocadas por la imprudencia y los negocios humanos, que permita una transición justa entre generaciones, de los baby boomers, a los millennials y de éstos a la generación Z y a la que ya apunta en el horizonte y muchos denominan ya generación Alpha.
Asegurar el futuro, salvar a la generación Z.