Rompí aguas en la semana 22, pero mi hija decidió seguir viviendo
Estaba en una fiesta cuando rompí aguas con mi segundo hijo. Llevaba 22 semanas embarazada y no fue más que una minúscula fuga, pero supe que algo no iba bien.
No era la primera vez que me pasaba. Ya había roto aguas en la semana 34 con mi primer hijo, Samuel, así que supongo que fue eso lo que hizo que mi mente se pusiera a darle vueltas. Era el 26 de noviembre y mi hija Cordelia no tenía que nacer hasta marzo. Me quedé estupefacta, claro, pero no se me pasó por la cabeza durante el trayecto al hospital que fuera grave.
Poco después de llegar, me di cuenta de que estaba muy equivocada. Me confirmaron que había roto aguas y que era muy probable que mi hija no sobreviviera, ya que un bebé no sobrevive con 22 semanas. Me quedé destrozada.
Pese al dolor que sufría, tenía sentimientos encontrados: estaba desolada por lo que me estaba pasando, pero seguía decidida a mantener sana y salva a mi hija. Absolutamente decidida. No iba a escuchar a nadie que me dijera que mi hija no iba a sobrevivir. Podía notar los latidos de su corazón.
Ese día decidí ir a otra unidad de maternidad para recibir una segunda opinión, ya que había oído hablar bien de esa clínica. Allí se mostraron más positivos, pero al día siguiente, cuando perdí más líquido, me dijeron que solo había un 5% de probabilidades de que mi bebé naciera vivo.
Estuve seis semanas guardando cama en reposo absoluto. Seis semanas completas para mantener a mi hija a salvo dentro de mí. Las primeras dos semanas, que cayeron en Navidades, estuve yendo al hospital cada dos días para hacerme análisis de sangre y exploraciones. Mientras tanto, mi pequeña parecía ajena a todo y seguía creciendo como si no pasara nada.
No esperaba tener que guardar cama durante mi segundo embarazo, pero me tocó hacerlo. Mis padres ayudaron a mi marido a cuidar de mi hijo Samuel, que tenía dos años. Tuvimos mucha suerte y apoyo, más que mucha gente. Yo no tuve que hacer nada. Recuerdo llegar a un momento en el que pensé: "Esto es todo lo que puedo hacer, pero es mi hija la que tiene que decidir si quiere vivir".
Cada semana fue mejorando. Cada día estábamos un poco más cerca. La semana 24 fue un gran logro y a la semana 27 me incorporé y pensé: "Creo que todo va a salir bien, ¿sabes?".
Me avisaron que si enfermaba o si no había suficiente líquido alrededor de mi bebé, tendrían que inducirme el parto. Eso fue lo que pasó en la semana 28.
En muchos sentidos fue la situación soñada: mucha gente pensaba que mi hija no sobreviviría, así que estábamos felices de haber llegado hasta este punto. Recuerdo que la matrona me dijo: "Como mucho llegarás hasta la semana 28", y fue en la semana 28 cuando me indujeron el parto.
El parto en sí fue todo lo bien que cabría esperar. Sinceramente, estaba preocupada por tener un parto natural, ya que había leído mucho sobre los partos prematuros. Yo pensaba que me convenía hacerme la cesárea. Hubo una atmósfera verdaderamente agradable. Todo el mundo sabía que mi bebé iba a estar débil, así que hicieron un esfuerzo especial.
Desde el minuto en el que me dijeron que me iban a inducir el parto, todo el mundo se involucró: los mejores médicos, asesores y demás trabajadores estuvieron ahí conmigo. Nos cuidaron estupendamente. Había tanta gente en la sala, equipos de atención a neonatos entrando y saliendo, anestesistas, estudiantes...
Cordelia lloró cuando salió, un llanto débil y agudo y respiró por su cuenta al principio, aunque no era tan simple. Se fue deteriorando, tal y como esperaban, y fue directa a la unidad de cuidados intensivos. Vi a mi hija por primera vez una hora después de que naciera. Yo estaba bajo los efectos de la morfina para superarlo, y aunque sabía que mi hija estaba débil, me sentí aliviada cuando nació. Cinco días después, la pude coger en brazos.
Tuvo que estar conectada a un ventilador de respiración asistida para ayudarla a respirar durante dos semanas. A la tercera semana, pareció llegar a un punto de inflexión tras el que fue cogiendo cada vez más fuerza. Cordelia permaneció 10 semanas en el hospital y salió antes de lo programado, para mi alegría. Ahora acaba de cumplir un año.
Los médicos piensan que fue mi sistema inmunitario el que provocó que rompiera aguas tan pronto. Esos meses que fueron tan agotadores para nosotros no parecen haber tenido ninguna repercusión sobre Cordelia. Ya se sostiene en pie y gatea por todas partes. Es increíble.
Escrito según le fue narrado a Amy Packham.
Este post fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Reino Unido y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.