‘Romeo y Julieta. Nacahue’: amar es construir con el otro un nuevo idioma
La 40 edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro, que se inauguró la semana pasada, supone la consolidación de la carrera de la compañía mexicana Los Colochos. Al menos, su consolidación española y europea, igual que el festival dio el pistoletazo de su carrera en nuestro país cuando premiaron su Mendoza en 2014 con el AlmagrOFF, la programación alternativa del festival.
Esta vez acuden con la recreación humilde y valiente en forma de leyenda indígena mexicana deRomeo y Julieta de Shakespeare. Una versión que han titulado Romeo y Julieta. Nacahue. Un espectáculo hecho con lo que hay, y lo que hay es talento. Un talento que trabaja y se trabaja desde el amor por lo que hacen y para los que lo hacen, los espectadores.
Son esa humildad, esa valentía y ese amor lo que les permite trasladar con acierto esta conocidísima romántica historia a la selva mexicana sin que nadie se lleve las manos a la cabeza, sin que nada chirríe. La selva es el lugar en el que viven dos tribus, los Coras y los Huicholes (trasunto de Capuletos y Montescos), que no se conocen ni han tenido la necesidad de conocerse. Pues, como se sabe, la tribu, sea indígena o urbana, encierra a sus miembros, vive hacia adentro. El grupo, el clan, frente al individuo.
Tráiler de Romeo y Julieta. Nacahue del Festival de Teatro Clásico de Almagro 2017
He aquí pues la historia de dos personas que se individualizan. Una es Hortensia, álter ego de Julieta, que un día deja tribu y casa harta de ser maltratada. El otro es Ramón, álter ego de Romeo, que la encuentra cansada y hambrienta en el bosque, junto al río. Ramón y Hortensia se miran. Se extrañan ante el otro. Frente al que habla, se mueve y viste distinto, y ante esa distinción, caen rendidos. Y su rendición, incomprendida, y, por tanto, sospechosa, produce el miedo. Y con el miedo al diferente, al otro, a lo otro, ya se sabe que llega la tragedia.
Así de claro y de diáfano es este espectáculo, a pesar de que en una gran parte está hablado en cora. Idioma que no se sobretitula de manera consciente para poner nuevos sonidos en los oídos de un público que, a medida que transcurre la acción y crece su amor por ella, aprende una nueva lengua, nuevos mitos y leyendas y comienza a entender.
Idiomas que los actores con su interpretación enseñan de tal manera que uno siempre quiere aprender más, ver más, oír más. Haciéndose con palabras, haciéndose con historias. Un aprendizaje que comenzó al inicio de la función con una presentación y una pregunta al público asistente en un idioma desconocido en el que uno de los actores pregunta en cora con amabilidad, sonriente, Yo me llamo Praxa ¿y tú? Pregunta por el nombre propio, el que nos individualiza.
Idiomas al que su director añade su lenguaje escénico. Un lenguaje que se hace con cintas anchas que aportan luz y color. Cintas que poco a poco van construyendo y, de nuevo, enseñando, un idioma al espectador a medida que dibuja espacios y lugares sobre ese escenario en negro en el que sucede la acción. Desde la abstracción y el minimalismo inicial de una palabra, una nota de color, para acabar construyendo la complejidad de los bosques, los ríos y las cataratas. La complejidad en la que se desenvuelve la vida. Una complejidad sencilla, como idea escenográfica, pero fuerte y decididamente mexicana por los colores usados en las cintas.
Todo lo anterior, texto, sonidos, puesta en escena y actores apela constantemente a la vida, a lo que está vivo, a lo que produce vida. Una llamada vitalista que ve en el amor al otro la única posibilidad de salvarse. Salvación que vendría por aceptar que hablamos en lenguas distintas y que para entenderse hay que crear un idioma común que nos haga iguales antes que diferentes. Crear, frente al ininteligible idioma de los otros, un idioma de amor a los otros que permita entendernos y querernos. El idioma del amor que habría salvado a Ramón/Romeo y Hortensia/Julieta. El idioma que habrá de salvarnos. Mensaje hermoso y disruptivo en tiempos en los que se promueve, antes que nada, el conflicto. Mensaje que Los Colochos transmiten y hacen llegar con la emoción que produce lo bello, lo hermoso.