Soy médica y la respuesta de EEUU al coronavirus está siendo criminal
Cada retraso, error y tropiezo se miden en pérdidas humanas.
Soy médica. También soy inmunodeficiente. Estoy a salvo en mi casa atendiendo a mis pacientes de coronavirus por teléfono mientras mis compañeros marchan a la guerra con pistolas de agua y granadas de papel maché como corderos de camino al matadero.
Están suplicando a la gente que se quede en casa, rogando material sanitario para protegerse, fabricando mascarillas con sábanas quirúrgicas y manipulando respiradores para aumentar su capacidad a medida que el número de casos confirmados se dispara. Algunos han empezado a vivir en el garaje o en habitaciones independientes de sus casas por miedo a infectar a sus seres queridos.
Y todo esto mientras el alcalde de Nueva York, Bill De Blasio, sigue yendo tranquilamente al gimnasio incumpliendo sus propias recomendaciones, las playas de Florida siguen abiertas y en algunos sitios todavía no se han cancelado las clases.
Jugadores de la NBA asintomáticos, la matriarca de las Kardashian y demás ricos pueden hacerse el test mientras que a mis compañeros del hospital les dicen que debido a la escasez de pruebas, si entran en contacto con un paciente infectado, se las tienen que apañar ellos mismos pagándose un médico privado, ya que el hospital público no puede gastar sus reservas en ellos.
“Intolerable” se queda muy corto para describir la gestión que están haciendo de la pandemia las personas que están al mando. Después de semanas de inactividad y de quitarle hierro a la pandemia e incluso de calificarla de fraude, el presidente Donald Trump no ha tenido más remedio que cambiar el tono cuando la crisis se ha vuelto innegable. Y, cuando lo hizo, estuvo rodeado de gente hombro con hombro en las ruedas de prensa y dando la mano a todo el mundo mientras declaraba una emergencia nacional que, según sus propios expertos, solo se frena con distanciamiento social. Le ha fallado a nuestro país.
Cuando eres gobernador y presumes de lo abarrotado que está el restaurante en el que estás cenando con tu familia durante una pandemia que exige que te quedes en casa, básicamente estás robando las mascarillas N95 que necesitan los sanitarios de tu estado. Cuando eres diputado y apareces en un programa matinal animando a la gente a seguir yendo a los bares pese a que el director nacional de enfermedades infecciosas está pidiendo que todo el mundo se quede en casa, básicamente estás robándoles a los trabajadores de la UCI esos respiradores que tanto necesitan.
Nosotros, los trabajadores de la salud, estamos (y siempre hemos estado) solos. Nosotros mismos tenemos que trazar el plan en cada hospital porque no hay un plan nacional ni unas indicaciones claras del Gobierno. Los cirujanos se ven obligados a seleccionar qué cirugías cancelan y un cirujano jefe ha tenido que leerle la cartilla a los periodistas por la clase de noticias que están publicando. Cada retraso, error y tropiezo se va a medir en pérdidas humanas.
Los sanitarios están sufriendo las peores consecuencias del coronavirus, ya que la tasa de letalidad entre ellos está siendo mayor en relación a su edad. Y, pese a eso, son los médicos, los enfermeros y demás trabajadores de la sanidad quienes van a tratar a los empleados de Elon Musk, que tuvieron que acudir a Tesla en California, pese a que ya se había ordenado a los ciudadanos que permanecieran en sus hogares. ¿Quién protege de la negligencia de los de arriba a esos trabajadores que están en primera línea?
Todos los días nos llegan más noticias de sanitarios infectados, hospitalizados y fallecidos en todo el mundo. Esta semana hemos perdido al brillante doctor Steven Schwartz por coronavirus en Seattle. No será el último. Van a seguir muriendo otros por la inacción de los que mandan. Vamos a perder muchas vidas porque el Gobierno no está tomando el mando de las empresas para fabricar tests y material de protección a tiempo. Van a morir porque los sanitarios están guardando sus mascarillas endebles en bolsas de papel marrón después de jornadas de 12 horas para reutilizarlas al día siguiente; están limpiando sus únicas pantallas faciales con desinfectante o envolviéndolas en film de plástico y recortando botellas de refresco para fabricarse unas nuevas. Involuntaria e inconscientemente, infectarán a sus pacientes porque están reutilizando material de usar y tirar y porque con el modernísimo material del que disponen tienen que atender a tantas personas como son capaces. Entretanto, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) están publicando consejos sobre cómo utilizar pañuelos de tela y bufandas para lidiar con esta escasez.
Nuestros héroes no van a abandonar sus deberes en el campo de batalla, aunque tengan que poner en peligro su seguridad por culpa de quienes se limitan a observar desde su trono de marfil y no sufren ninguna consecuencia. Lo que están haciendo es criminal. Lo que no están haciendo va más allá de lo criminal.
Me gustaría hablaros de unas pocas personas que conozco o con las que he trabajado, que están obligadas a arriesgar su vida por la incompetencia del Gobierno y por el gran fracaso que supone que nuestro sistema sanitario busque el beneficio económico y no el bien de las personas. Quiero suplicar en su nombre, igual que en las películas, cuando un asesino les amenaza con una pistola, los personajes explican que tienen dos hijos pequeños y una madre con Alzheimer con la esperanza de que el asesino les deje vivir al ver que son personas reales. Quiero que los veáis no como trabajadores sin rostro, sino como los seres humanos que hay tras sus mascarillas reutilizadas. Son ellos quienes están sufriendo las consecuencias de considerar esta pandemia un fraude de los demócratas.
Amy es una cirujana brillante que aprendió a tocar el ukelele ella sola durante las prácticas en su sala de estar. Ahora, como jefa de departamento, cuando termina unas guardias de 72 horas, se va directa a la playa con la tabla de surf. Bhakti es una médica de cabecera que fue hace años médica militar y ahora trabaja en urgencias; firme defensora de sus pacientes, buena bailarina y amiga leal con un hijo precioso de 9 años con quien cultiva vegetales en la huerta de su comunidad. Douglas es un incansable enfermero de atención primaria y urgencias que acaba de enviar a su hijo mayor a la Universidad este mismo año y es el sanitario más apreciado que te puedes encontrar. Nikhil es un apasionado neumólogo de cuidados intensivos que trabaja en un hospital para personas con pocos recursos, es conocido por su retorcido sentido del humor y va a tener gemelos a finales de este año. Megan es una joya de geriatra y madre de dos niños que trabaja en un hospital universitario formando a la siguiente generación de médicos con una paciencia y amabilidad infinitas y que los fines de semana va a ver a sus padres a su granja de árboles de Navidad.
Hay un asesino apuntando con una pistola a todas estas personas y a todos los trabajadores de servicios esenciales en este país. A medida que vayan infectándose, nuestra primera línea de defensa se erosionará. Muchos de nosotros enfermaremos y morirá gente. Esto es un crimen y, como tal, hay responsables directos. Quienes mandan a estos profesionales a la guerra sin armadura y con churros de piscina en lugar de espadas tienen las manos manchadas de sangre.
Dipti S. Barot es médica de cabecera y escritora independiente.
Este post fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.