¿Por qué nos volvemos tan locos con la Lotería de Navidad?
Colas inmensas en la puerta de Doña Manolita, meses de antelación para encargar un décimo... y todo por ¡miiiiiil eeeeeeuros! El Sorteo de Navidad es una tradición que cada año atrapa más gente.
Noviembre, finales.
–Buenos días. Quería reservar un décimo del 53232 para el Sorteo de Navidad.
–Llama usted demasiado tarde, el número ya está comprometido con una peña en Las Palmas y unos pocos décimos que han ido a Segovia. Tendría que haber llamado antes o esperar a los últimos días por si alguien cancela su reserva.
Faltaba más de un mes para el Sorteo de la Lotería de Navidad y ya era “demasiado tarde”. Para disgusto del lotero, no todos son tan previsores. Madrid, en diciembre, es una buena muestra; un gentío abarrota los alrededores de la mítica administración de Doña Manolita. Van quedando pocos números; los suficientes para una marea de consumidores dispuestos a echar el día allí.
“Hemos estado haciendo cola dos horas, con el frío, con el viento, pero es una ilusión que tenemos, conseguir nuestros décimos aquí”, explican Verónica y Jessica, frente a la misma puerta. Posan, triunfantes, con sus ‘boletos’. “Le tenemos mucha fe a Manolita. Solo compramos aquí”, añaden.
¿Qué nos ocurre cada año al acercarse el 22 de diciembre para volvemos un poco locos por un décimo? Somos capaces de aguantar colas en pleno diciembre; buscarnos la vida para reservar un número al otro extremo de España o vivir la mañana del sorteo pegados al televisor en casa o en el bar de barrio. ¿Para qué? Para tirar de los mismos clichés y bromas –“al menos tenemos salud”– comprobado el fracaso de nuestras bazas.
Da igual que año tras año el balance sea el mismo: decepción. Existe una fiebre consumista por una lotería que no es, ni de lejos, la más rentable para sus jugadores. El ganador del ‘Gordo’ recibe 400.000 euros por décimo (el premio que se canta –4 milloneeeeees de eeeeeeuros– corresponde al billete, compuesto por 10 décimos) y a eso hay que quitarle un 20% que se queda Hacienda (descontados los 20.000 primeros euros del premio). Total, un montante de 324.000€. Que vienen muy bien “para tapar agujeros” –venga clichés–, pero no para vivir de ello. Mucho menos si cae un premio inferior o una de las míticas pedreas. Miiiiiiiiil eeeeeuros.
“Es una tradición más. Venir a por el décimo como quien va a hacer otras compras, está en nuestras costumbres”, confiesa Simón, un caballero que presume de su peculiar bastón con la imagen de un amigo. Se lleva todas las atenciones de los periodistas que buscan historias como la suya en la interminable fila de compradores: “No es un amuleto, lo hice por un amigo y al final me lo quedé yo, aunque me ofrecen dinero por él. Me encanta usarlo”. Y que le pregunten por él, aunque no lo diga abiertamente.
El gasto medio por persona
Simón, como Alejandra y Jessica, son parte de la media de gasto por habitante en España en la Lotería de Navidad: 67 euros nos dejamos por cabeza solo para ese día, según los datos de 2018. Algo así como tres décimos a 20 euros cada uno más varias participaciones. Ese invento de las participaciones –boletos de menor cuantía– es otro de los sellos del sorteo navideño: las “papeletas del colegio de mis hijos” a cinco euros o “del equipo de fútbol de mi barrio” con las que te asalta el compañero de oficina. De esas que pagas tres euros y juegas dos y que si tocan queda hasta feo ir a cobrar.
Es un juego caro, en el que los premios son menos elevados que en otros similares y, sin embargo, forma parte del ADN de España desde su origen en el siglo XIX. La Sociedad Estatal Loterías y Apuestas del Estado, conforme a sus datos de 2016 cifró en 8.808,8 los millones de euros invertidos en loterías estatales. De ellos, más de la mitad corresponden a la Lotería Nacional (4.976), cuyo principal eje es el Sorteo de Navidad, con alrededor de 2.900 millones solo en un día –cuantía registrada en 2018– muy por encima del Niño o los restantes sorteos ordinarios. La Primitiva, pese a sus suculentos botes se queda lejos, con 3.580 millones anuales. Y ni hablemos ya de las Quinielas, en estado crítico en los últimos años.
¿A qué responde esta locura? ¿Será por su popular anuncio televisivo, que cada año genera expectación desde los tiempos del ‘Calvo de la Lotería’? Los compradores, los loteros, hablan del fenómeno de la “tradición”. Una costumbre navideña más, como el turrón o los belenes, de la que el 73,7% de la población participó en 2018. Y otro motivo, menos estadístico pero igualmente presente: al jugarse números en gran mayoría de empresas, centros de estudios o de ocio, es habitual pensar aquello de “¿y si les toca a mis compañeros y a mí no? Mejor compro un décimo, por si acaso”.
Es parte de la Navidad. Lo admite un resignado Javier, que hace cola en la madrileña calle del Carmen: “Mi madre dijo que quería un décimo, que le hacía ilusión comprarlo para Navidad”. Lleva una hora y le queda rato aún por delante, pero lo lleva bien: “No tengo nada que hacer, voy sin prisa”. Nunca se había plantado frente a una administración, pero el 22 de diciembre es distinto. “Y aquí estamos”.
Para otra gente, el proceso de la lotería tiene cierto encanto. La búsqueda de un número, aguantar las colas, el frío, etc. forman parte de un todo que encandila a los más “loteros”. Lo cuenta Alejandra. En su larga espera para hacerse con el objeto deseado en Doña Manolita se confiesa ‘fan’ de la administración. “Hace seis años que vengo, siempre aquí. Traigo el encargo de comprar 30 décimos para mis compañeros de empresa y me toca a mí venir cada año porque soy la única que se chupa la cola, qué le vamos a hacer”.
Ya se sabe el proceso, así que se le ve sin prisa: “Llegamos hace una hora y aún queda” –otra horita en pie no se la quita nadie–. Le da igual: “Me han dicho que lo compre en cualquier lado, pero yo les respondo que quiero en mi Manolita. Y además, en la administración, porque en otros puestos hay recargo y como tengo que llevarme 30 décimos sería mucho dinero”. ¿Por qué allí? “Es que toca. El único año que no fue este último, pero todos los años cae algo”, responde feliz.
Cae la noche sobre Madrid. Los más rezagados aguardan con paciencia y frío su turno. Aspiran, en la mayoría de los casos, a una pedrea con la que darse una pequeña alegría. El Gordo es una posibilidad remota, pero... ¿y si cae aquí?