Reivindicar la libertad y la memoria
No olvidemos nunca todo lo que nos ha costado llegar hasta aquí.
Vivimos en un país en el que todo se celebra. Los éxitos y los fracasos, las victorias y las derrotas, los encuentros y los desencuentros siempre tienen un espacio reservado en la memoria colectiva a modo de aniversario de una sociedad que ha sido protagonista en primera persona de los cambios y transformaciones que nos han permitido avanzar en las últimas cuatro décadas.
Pero algunos de esos aniversarios tienen más importancia que otros por lo que representan, por el significado que tiempo después han tenido, porque supusieron un antes y un después o simplemente porque fueron motor para una ciudadanía que jamás se ha resignado y a la que el miedo siempre la ha impulsado a progresar. Hoy hace 40 años de aquel intento de golpe de Estado, un frío 23 de febrero de 1981, que puso en evidencia lo mucho que quedaba por recorrer a nuestra entonces joven democracia para consolidarse y construir un país de hombres y mujeres libres e iguales en derechos y libertades.
Para mI generación, que nació ya en democracia, las imágenes de la tribuna del Congreso de los Diputados asaltada por unos insurrectos que hablaban en nombre del pasado y de aquellos tanques que recorrieron las calles sembrando confusión y terror, nos han acompañado siempre y han sido tal vez una de las razones que más pronto nos enseñaron a creer y a confiar en las instituciones y en la política como garantes del Estado de Derecho y de la misma esencia de la democracia.
Pero aquel día es imborrable también para todos los que lo vivieron, para nuestros abuelos y abuelas, para nuestros padres, que disfrutaban de ese despertar político, social, cultural y económico que vivía España y llenaba de color lo que poco antes se escribía y vivía en blanco y negro. Un día que fue también origen de la fortaleza de nuestras convicciones.
Mucho ha cambiado nuestro país en estos 40 años, desde aquel 23-F empezando por un Parlamento en el que veinte mujeres ocupaban tan solo el 6% de los escaños frente a más de 150, el 43%, que ponen hoy voz a la política y muestran el camino recorrido para alcanzar la igualdad real, que es uno de los valores sobre los que se asienta nuestra Constitución. Pero no solo en igualdad hemos avanzado, también en libertad aunque algunos quisieran amordazarla tiempo después y no pudieran, porque entendemos que sin ella jamás podríamos alcanzar lo que como ciudadanas y ciudadanos somos, pensamos y queremos para el futuro.
Sin embargo, hoy, como entonces, hay quien confunde la libertad de expresión con la violencia. Eso sigue siendo inadmisible en las calles, pero también en los cuarteles en los que hemos visto a unos pocos, una minoría melancólica, querer promover el mismo ruido de sables al que ya dimos una lección como sociedad hace cuatro décadas.
Ni los que asaltan nuestras calles con agresividad y siembran terror, ni esos pocos nostálgicos que no representan a unas Fuerzas Armadas modernas y plenamente conscientes del valor de nuestra democracia, representan a la mayoría de la ciudadanía de nuestro país. Aunque pueden ejercer su derecho a la libertad de expresión gracias a esa misma democracia a la que, con sus actos, pretenden humillar.
España tiene hoy problemas y desafíos que afrontar, tiene que generar esperanza, certezas y oportunidades para una juventud que vive con incertidumbre su futuro pero eso no puede ser utilizado para denostar los avances, las conquistas sociales y las libertades que hemos logrado en todos estos años. En una democracia plena como la nuestra los derechos se defienden con la palabra, con el diálogo y desde la política. El ejercicio de la libertad de expresión, de reunión y de manifestación solo pueden ejercerse de una manera, pacíficamente, para que lo que se defiende tenga valor y fuerza.
Sirvan estas líneas para reivindicar el derecho intransferible a expresarnos y manifestarnos en libertad, sirvan para reconocer a todos y todas las que lucharon hace 40 años para que podamos ejercer hoy esos derechos y todos los demás con plenas garantías, pero sirvan también como reivindicación a nuestra democracia, una de las más plenas y garantistas del mundo, que nos ha permitido a los españoles vivir la mayor etapa de bienestar, de progreso y de paz social que se recuerda en nuestra historia.
No olvidemos nunca todo lo que nos ha costado llegar hasta aquí con episodios como aquel 23-F, reivindiquemos nuestra memoria de país, que es la mejor garantía de lo que fuimos, de lo que somos pero, sobre todo, de lo que queremos ser. Será un ejercicio de decencia y ante todo, de dignidad.