Reducir el salario a los hombres no es la solución a la brecha salarial
"Puedo quitarle el dinero que gana de más y dividirlo entre los dos". La conexión de Skype era poco estable, pero oímos perfectamente la oferta que nos acababan de plantear. "¿Os parece bien así a los dos?".
Nuestro silencio de perplejidad no era exactamente la reacción que esperaba mi antiguo jefe en respuesta a su idea "innovadora" para equiparar mi salario con el de mi compañero de trabajo, que cobraba más: reducir su nómina y repartir la diferencia.
El problema no era solo la cantidad (se trataba de cientos, no de miles), sino principalmente que iba contra los principios de la igualdad de género.
La llamada terminó y mi nómina no varió en el tiempo que estuve trabajando allí.
Mucha gente en Internet (según veo en Twitter) piensa que quienes luchan por la igualdad de género son un montón de feministas que odian a los hombres y que no buscan la igualdad de oportunidades, sino que traman unos planes en secreto para alcanzar la superioridad de las mujeres. Y no es así.
Los hombres no tienen que ser (y no deberían ser) castigados por los errores de un sistema injusto que estamos tratando de corregir.
Cuando reclamamos como sociedad una igualdad salarial, no pedimos que a los hombres se les retiren sus privilegios para cerrar la brecha salarial. Lo que pedimos es que todos tengamos esos privilegios, aunque tengamos vagina.
A muchas personas les parece un asunto sin demasiada importancia, un matiz a la hora de cuadrar las cuentas en un presupuesto. Sin embargo, para avanzar hacia un mundo que sea más igualitario de forma natural, y no como un gesto simbólico o para ceñirse a la ley, no podemos convertir el asunto en una carrera hacia el abismo.
A la hora de decidir las escalas salariales, los jefes deciden qué puestos de trabajo son objetivamente más rentables para el negocio. Ese puesto de trabajo queda señalado por la cifra que están dispuestos a pagar, mayor que para cualquier puesto restante de la empresa.
Cuando a una empresa se le llama la atención por el hecho de no pagar a las mujeres de su personal tanto como a los hombres que ocupan ese mismo puesto, no se debería considerar que ha sobrevalorado a los hombres, sino que ha infravalorado a las mujeres. En el fondo, todo el mundo es consciente de ello: si una empresa creyera de verdad que ha pagado en exceso a los hombres durante años, no se habría desprendido intencionadamente de ese dinero.
En contraste, han estado pasando por alto de forma voluntaria el hecho de que se han aprovechado de un sistema que les permite pagar menos a las mujeres (además de que no es frecuente que los trabajadores sepan cuánto cobra exactamente cada miembro de la empresa). Y, así, se ha utilizado a los miembros de un sexo como un recurso muy cómodo para reducir gastos.
Pedirles a los hombres que acepten una reducción de su salario no solo permite que las empresas se salgan con la suya infravalorando a sus trabajadoras, sino que también puede hacer que los hombres estén menos dispuestos a ser aliados de sus compañeras de trabajo en la lucha por la igualdad.
Al fin y al cabo, ¿cuántos estarían dispuestos a ayudar a quienes buscan que les reduzcan el sueldo?
Este post fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Reino Unido y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.