Recuento

Recuento

Isabel Chiara

La primera vez, me violaron con un chorro de agua eyaculada desde un aparato tanque llamado Rochabus*. Una cascada trepidante disparando una alucinante carga de agua helada a cien kilómetros por hora, despeinando, arrastrando, derribando... Para entendernos, un torpedo en tierra, cuya misión era partir en dos aquello alcanzado. Mi madre embarazada, era roja como el fuego, cayó portando su "Pancartita" (estudiante de derecho) reclamando libertad, igualdad, el cese de las risas dislocadas, milenarias, por parte de una oligarquía borracha como hienas, cuando encuentran una jirafa miope en medio de la sabana. Y la tiraron a la vereda, mientras sus camaradas cantando La Internacional siguieron su camino, sus arengas, sus compases orquestados rumbo a la Plaza San Martín en Lima, Perú. Dejada a su suerte, se rompió las uñas nacaradas con esmalte Elizabeth Arden... Sus dientes manchados con el pintalabios "rojo corazón seco" marca Max Factor, quedó en evidencia, su publicidad aseguraba no dejar marcas de besos, pero esa vez, la banqueta quedó marcada con el beso de la violencia. Su vestidito importado de los "Estates", comprado en Sears Roebuck, se hizo un trapo sucio de pisadas, sirenas, gases lacrimógenos. Los pescaditos del estampado, por primera vez en su existencia odiaron el agua, prefiriendo desesperados hacerse pelícanos, para escapar de esa barbarie de dispararle a una preñada, unos guardias civiles empecinados en fabricar enemigos en todas partes. Comencé a salirme por su sangre, manchando su ropa interior. Un pasquín donde estaba retratado Fidel Castro anunciando su nuevo hombre, su nuevo mundo, sirvió de tapón para que la hemorragia no me trajera ese maldito día, cuando ella siguió su estrella de revolucionaria, descubriendo el dolor profundo del desencanto. La utilización del peón soñador para lograr poderes, lo minúsculo que resulta el nombre de una mujer en la jerarquía de los comunistas, socialistas, o como mierda se llamaran. Asombrada, quieta como una huella, sofocada de vergüenza ante su ingenuidad regresó descalza a casa, ojerosa con sus retazos... Un moretón en el pezón izquierdo la mantuvo asustada días, pensando en no poder darme de mamar. Cantando, hizo torrejas de lechuga y tomate. El olor de esas frituras logró hacerme presentir al amor como la tabla perfecta para salvarse, aún te quieran ahogar. Siguió luchando en distintos frentes, tras la barricada de sus ideas fuertes, despreciando al rico, protegiendo al pobre. Huyendo de la caridad, dando cañas para pescar, nunca sobras o alimentos caducados. Mi madre supo encontrar su verdadera piedra filosofal cuando decidió prohibirse prohibir, esperar lo imposible como fruto del trabajo, no del hablar por hablar.

La segunda vez, me violaron bajo el sonido de unas campanas. Afuera de la iglesia llovía perniciosamente, pequeñas gotitas lograban espejos de agua en la plaza blanca de sillar. La luna sometida a la transparencia forzada del cielo, ojeaba ese paisaje donde humanos lejanísimos, parecían pedradas, conejos, hormigas... Las estatuas fumaban en papel de lino, haciendo reverdecer en el musgo sus historias de batallas pasadas. Reían recordando. Los verdaderos héroes son involuntarios, el honor no te libra de la mierda de las palomas, ni del pesado discurso de liberales oportunistas. Los ángeles discutían correrías del pueblo, enumeraban virginidades perdidas, la usura del boticario, la tozudez caprina del alcalde, la falsa bondad de las damas caritativas. Una gárgola copiaba detalladamente sus informes al demonio. Ser secretaria de un señor caprichoso trae consecuencias turbias y rudas. Arruga las manos, reseca la garganta, anula el sabor del paladar, despierta urbanos instintos asesinos... Fuera, los perros esperaban junto a los niños pobres, en el atrio de aquella catedral, aguardando al padrino repartiendo monedas, aliviando ese mediodía su necesidad de pan. Mi abuela negándose a bautizarme quedó en su hacienda sembrando quinua para ahuyentar a ese Dios insalubre. Otros familiares, rígidos como cuernos de venado, aristócratas de claustro, jueces aparentemente decentes, notarios embravecidos, militares dañinos, tías universitarias del miedo. Me arrastraron, igual cuando se llevaban al quemadero a los herejes, con un ropón con canesú de organza. Un gorrito hecho de lana de alpaca recién nacida, repetía siniestramente: "Un derecho, un revés, un derecho, un revés", advirtiéndome en ese mantra la figura exacta para describir los avatares del futuro... "Un derecho, un revés"... Luego entró el agua en mi boca, confundí lágrimas, mocos, el terror, con la inminente salvación. Apareció en medio de la humareda de incienso un señor con faldas largas, blanco, muy blanco... Sentí sus manos tibias llevando de sortija, la destreza ominosa de nunca haber amado libremente a un semejante. Sentí la presión de sus horas oscuras rezando, maniobrando al deseo, como un kamikaze antes de estrellarse contra barco lleno de marinos en la Segunda Guerra Mundial. Su acento conmovido de taumaturgo experimentado traía reminiscencias de llanuras castellanas, hambre cerril por ambos lados... Un caudillo detrás de la oscuridad de unas gafas, repartiendo hostias en vez de pan, agua bendita en vez de agua potable, la resignación rígida de los cadáveres casi cuarenta años muertos. Así comencé a consumir lo español. En mi país, los curas llegaron para "desburrarnos" a golpes de letras dibujadas en la biblia, de intercambios desiguales entre piedrecitas falsas con oro verdadero. Nos llenaron de pecados inventados, cubriendo cuerpos ajenos atemorizados ante su propia lascivia. Atestaron iglesias con seres estofados en madera, miradas tirantes como arcos de flechas, con la actitud explícita de escapar; volver a ser árboles libres donde cantaban pájaros y la brisa silbaba el legítimo albedrío. ¡Ay Fray Bartolomé de las Casas! Tanto abogaste por los indios, para luego intoxicarlos de procesiones, martirios callejeros, caminar de rodillas, hacer del dolor un símbolo para alcanzar santidad. Entender el sometimiento, la otra mejilla como parte de un camino destinado al cielo. Inaugurando el infierno en el "más acá". Tuve suerte cuando entendí: Estar bautizado regala la llave del perdón. Hasta la comunión, eres un animalito depredador, necesariamente cínico.

La tercera vez, me violaron escuchando a Joselito en la puna del Perú. Los cóndores hacían sombra en el patio de mi abuela. Los cernícalos aparecían descabezando gallinas, dejándolas secas, sin sangre, oliendo al vinagre inmundo de su patibularia mirada, inoculándoles el espantoso sueño que dejan los vampiros. Los cuyes traían en sus entrañas designios de otro mundo. Los Pisthacos cortaban cabezas, para engrasar cañones infinitos y engrandecer el sonido de campanarios encerrados en las torres de las iglesias. Tejía mi vida, medida por las cenizas de un volcán en Arequipa, ciudad del sur, donde en cada terremoto florecían en los conventos cementerios de fetos, concebidos por el Espíritu Santo. Amén. Una tía solterona se acercó, interrogándome si sabía que a mi bisabuelo se lo había llevado el diablo una noche de serenata, chicha de jora, mujeres pelirrojas como filibusteros. Luego apareció en el cementerio, vomitando verde, hablando quechua a pesar de su origen bilbaíno. "Tu bisabuelo era bello como un pecado inconfesable, el diablo envidioso lo dejó loco atado a una cruz de piedra" Luego me besó profundamente, desaforadamente loca, con esa saliva seca de las viejas obsesas, desahuciadas, insaciables, obligándome a callar su vergüenza imprevista por compasión. ¿Qué iba a decir de esa pobre mujer? Encerrada en su costura, sus libros deshojados, hablando de próceres fantasmas. Atada a una seguridad amaestrada, una demencia rompiendo de un portazo su escasa lucidez. Al final, nunca entendí quién violó a quién. Aquel miércoles de ceniza comprendí las lecturas del deseo, sus trayectos subterráneos, su esqueleto de aire, respiración de sauce. Lejos de la culpa, pasando el puente donde había limos azules, logré acostarme por primera vez con un hombre. Tenía olor a caña quemada, labios cuarteados, pezones oscuros, como la carne de esa vaca que encontramos calcinada en el incendio que destruyó el establo.

Lo quise mucho en ese momento, dio su estatura, se quejó mucho, gritamos como cerdos. Sus huesos contra los míos, su vientre duro de santo desquiciado, nuestras fugas encontrando lugares perfectos e imprevistos. ¡Por fin, llegar! La sensación de nadar en el interior de otra marea, el acto de reiterar sin descanso, la plenitud de un beso, hipnotizado, como conejo frente a un disparo. Nos quisimos demasiado en aquel fugaz momento. Hasta no comprobarlo, la inmensidad cabe en un dedal. Amé haber nacido, tener pantalones de dril evitando raspar mis piernas. Quedamos uno dentro del otro poblando las áreas del recuerdo el resto de nuestra existencia. Desde entonces, cuando estoy triste o alguno de los demás hombres de mi vida deja de quererme, él acude. Sus axilas inundan los dormitorios de mi insomnio. Esa noche en Arequipa encontré remedio para aplazar sufrimientos. El sexo no cura, pero calma el pesar de los pesares.

Las violaciones son actos sexuales forzados. Situaciones involuntarias donde nadie es capaz de gozar a ciencia cierta. El tiempo esculpe caprichoso, disfraza, enmascara violadores.

Una espera, una mentira, los anuncios publicitarios, el juego caótico de las metáforas trampeando resultados desiguales, conjugan exactamente la definición de violación.

Si alguien te hace caer en su mentira, el rechazo lo condena al olvido, sin embargo, la violación comienza su labor convirtiendo a los demás, en potenciales violadores de la confianza, del equilibrio, de la sinceridad.

Los actos consuetudinarios políticos, las desigualdades sociales, la demagogia son armas sustentadas en la prepotencia. Lograr placer de manera compulsiva sin pedir consentimiento. La violación es una referencia íntima, subjetiva, un detalle como comer a la fuerza la misma comida en cada invitación... Me violan las cuentas borrosas, los resultados a favor del contrario cuando son injustos. Me viola Vox cuando me pone entre su versión de los degenerados al estar casado con otro hombre. Viola Casado, cuando supone maquillar su orquestación del nuevo hombre en un partido de derecha y sale con banderitas defendiendo una España empañada. Me violan los independentistas, los curas en las sacristías, los buenos entrenadores en los pasillos de los polideportivos. Me violan señoras cotilleando frívolamente la solución del país. Laca, falta de sentido común, sostienen sus peinados, sus ojeras son la cueva del desamor. Me viola la manada, los niños despeñados en los pozos. La marca de mis dientes sobre la dulzura de mis labios, cuando el canto se estrella ante la realidad de una cultura en off. Me viola esta Europa disparando indiferencia a los barcos llenos de esperanzados. La sinfonía de los pobres con la derecha, estar encerrado en las palabras correctas, antes de mandar a la mierda a los gobernantes, los gobernados, a su estela de turbios recorridos en este mar de portentosas violaciones implacables.

Los españoles ya consideran a los políticos como su segunda mayor preocupación solo por debajo del paro, y superando a la corrupción. Así lo indica el barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) correspondiente al mes de noviembre, en el que las altas tasas de desempleo siguen siendo la principal inquietud de los encuestados, con un 58,5% de menciones. Sin embargo, este porcentaje ha caído 1,3 puntos respecto al sondeo de octubre.

Los políticos o los partidos se han colocado como segunda preocupación de los españoles, al ser señalada por el 31,1% de los encuestados, mientras que la "corrupción" o el "fraude" ha pasado a la tercera posición, con el 29,4% de las menciones. Con el 22,4%, los encuestados apuntan a los "problemas de índole económica", y ya mucho más lejos se sitúan asuntos como la sanidad (10,8%), la independencia de Catalunya (9,7%) o los problemas con la "calidad del empleo" (9,4%).

*Historia Del Célebre 'Rochabus':

Dicho vehículo rompe manifestaciones toma su nombre de un reconocido políticos de los años '50. Félix Temístocles Rocha Rebatta fue prefecto de Ica y posteriormente senador. Además de compadre de Manuel Apolinario Odría Amoretti y muy cercano a él, tanto que para controlar las protestas sociales le recomendó importar unos vehículos rompe manifestaciones que después fueron conocidos con el apelativo de 'rochabus'.

Rocha fue un agricultor notable, propietario de la Hacienda 'La Blanco', donde hizo otro aporte al país: rescató la variedad de pisco 'mosto verde', hoy un producto bandera del Perú.

Asimismo, impulsó una ley para crear la Universidad San Luis Gonzaga de Ica.