Rebrotes y violencia de género
El machismo no da puntadas sin hilo, por eso no duda en manipular la realidad para defender la mentira de su normalidad privilegiada.
La sociedad está ciega ante la violencia de género, nunca la ha considerado como una pandemia a pesar de su dimensión global, y nunca la ha entendido como un problema sanitario a pesar del impacto en la salud de las mujeres. Se ha limitado a entenderla como un problema de delincuencia “poco común”, para de ese modo facilitar su ocultamiento entre la normalidad machista que impide asociar la idea del hombre con el que se comparte una relación de pareja con la de un delincuente en primera persona. Bajo esa perspectiva todo se soluciona presentando que el problema se debe a una “mala mujer”, y se hace bajo dos referencias. La primera de ellas es plantear que ella ha hecho algo tan malo que merece ser corregida o castigada. La segunda es negar la realidad y decir que nada de eso ha ocurrido, y que ella, la “mala mujer” ha puesto una “denuncia falsa”.
El machismo no niega las consecuencias de la violencia de género sobre las mujeres, son demasiado evidentes, lo que hace es negar la responsabilidad de los hombres que la llevan a cabo para así defender su modelo androcéntrico. Por eso no tiene problema en que se considere como violencia familiar o violencia doméstica, porque así esconde al hombre en la despensa de la conciencia.
Entender la violencia de género como un problema de salud, algo clave y esencial para deconstruir todos los ornamentos que ha situado el machismo al camuflarla entre las circunstancias, conlleva un abordaje directo de las mujeres que la sufren y de los niños y niñas que la viven. Pero al mismo tiempo implica asumir la responsabilidad y obligación de actuar sobre las causas, es decir sobre los hombres violentos que la ejercen y la masculinidad que les da cobertura. Y eso es algo que no se quiere.
La pandemia está abriendo muchos ojos, por eso desde las posiciones de poder androcéntricas intentan meter el dedo en el ojo con el negacionismo y la confusión.
Nadie aceptaría tratar las consecuencias de la pandemia sin centrarse en el virus que la origina, del mismo modo que nadie permitiría que se dijera que no hay que hablar del Covid-19 ni del SARS-Cov2, diciendo que todos los coronavirus son iguales, o que si vale más la vida de una persona que muere por el Covid-19 que la de una persona que muere por el virus de la gripe. Todo lo contrario, incluso hay quien construye hospitales en nombre de esa pandemia.
Bien, pues a pesar de lo inaceptable que serían esos planteamientos respecto a la pandemia, es lo que se hace habitualmente con relación a la violencia de género bajo el aplauso de una parte importante de la sociedad y la política.
Todo ello demuestra lo que se vive como algo propio y como algo ajeno.
Y mientras que la pandemia se vive como algo ajeno, y sus cambios se ven como rebrotes u olas que impactan en nuestra normalidad, la violencia de género se ve tan propia y normal que ni siquiera cuando se producen incrementos significativos en la evolución de su expresión más grave, los homicidios y asesinatos, se considera que se ha producido un “rebrote”.
En el año 2006 se produjo un incremento en los homicidios por violencia de género del 21,1% respecto a 2005, en 2010 del 28,1%, en 2015 del 25%, y en 2019 del 7,3%. Este incremento de casos no son sólo números, sino que han supuesto la vida de 47 mujeres.
Pero no se habló entonces de “rebrotes” ni de circunstancias especiales, nadie se paró a mirar qué posibles causas pudieron incidir en ese aumento de homicidios, como si se tratara de accidentes imprevisibles, y como si no hubiera una responsabilidad social en la violencia de género que se traduce en su evolución, y en el aumento de casos bajo un machismo que responde con violencia ante la igualdad, y que ahora utiliza las instituciones para dictar doctrina.
La gráfica que encabeza el artículo y muestra los rebrotes, también refleja la tendencia descendente del número de homicidios a pesar del drama que supone cada uno de ellos. Pero el machismo y los machistas también lo niegan para afirmar que “las políticas de Igualdad no sirven para nada” y que “el machismo no está detrás de la violencia contra las mujeres”. Y si no hubiera sido por esos rebrotes asesinos habría descendido mucho más gracias a una sociedad que ya ha dado la espalda a la cultura machista.
El machismo no da puntadas sin hilo, por eso no duda en manipular la realidad para defender la mentira de su normalidad privilegiada. Debemos evitar caer en sus trampas, ellos siempre esperan, unos desde las tribunas, pero muchos otros lo hacen agazapados entre los días esperando su momento y sus “rebrotes”.
En violencia de género, sin prevención no habrá solución.