Raphael Minder: "Se hace muy buen periodismo en España"
Entrevista con el corresponsal de 'The New York Times': "La imagen de España en el extranjero es mejor que la que tienen los españoles de su propio país".
“Aterricé en Madrid en 2010, el 1 de abril, fecha en la que en Estados Unidos y parte de Europa se celebra el Fools’ Day, el equivalente del día de los Santos Inocentes. Enseguida tuve la impresión de que algunos dirigentes españoles rayaban en el delirio al creer que, de algún modo, podrían prolongar aquella década española de esplendor económico, aun cuando ya asomaran los nubarrones de la crisis financiera”.
Negro sobre blanco. Raphael Minder arranca así ¿Esto es España?, el libro en el que plasma estos diez años como corresponsal para el New York Times en Madrid. Un trabajo en el que, confiesa, uno es “un estudiante y un observador de un país” a la vez. Un periodo turbulento en el que no ha faltado de nada: desde una crisis financiera hasta la abdicación de Juan Carlos I pasando por la aparición del nuevo mapa de partidos políticos y, por supuesto, la pandemia. “Con debates muy apasionados”, recalca.
El análisis que hace el periodista es que, por un lado, a los políticos patrios les falta una visión de Estado y se quedan en el corto plazo, pero, por otro, no deja de sorprenderle la “gran capacidad” de la sociedad española de aguantar las dificultades y de superarse en los momentos de crisis.
Y frente a los mitos sobre la prensa anglosajona y el complejo nacional, reivindica que en España se hace muy buen periodismo. Eso sí, reconoce que es muy difícil explicar fuera lo que ni siquiera se entiende bien dentro. El ejemplo más claro y el momento más impactante que vivió: el otoño de 2017 en Cataluña. Recorre el país en este libro, esa nación de la que le sigue fascinando cómo se vive en la calle. Pero hay una costumbre que le fastidia todavía a día de hoy: cenar tan tarde. Con el toque de queda parece que España empieza a hacerle caso a Minder.
¿Cómo definirías España?
En esta década ha sido un país muy turbulento con muchos altibajos y con una sensación de poner sobre la mesa de manera casi permanente temas esenciales como su sistema de gobernanza, su distribución territorial y la monarquía, de hacer un repaso completo de todas sus instituciones y estructuras. Con debates muy apasionados.
¿Cuál es el principal problema del país?
Es un problema compartido con muchos otros países: la gobernanza y la falta de confianza y lazos entre los que mandan y la ciudadanía. Y una cierta falta de visión de Estado y de hacer todo en términos muy cortoplacistas, con una política de ganar elecciones en vez de construir.
¿Y la mayor virtud?
Es una sociedad que tiene una gran capacidad de aguantar las dificultades y de superarse en momentos de crisis.
Hablas de esta cortedad de vista de los políticos. ¿Cómo ves la política española?
Me parece una política de mantenerse a todo coste en el poder, de repartir los frutos de ese poder e intentar aguantar hasta las próximas elecciones sin realmente pensar en qué tipo de legado se tendría que dejar. Con algunas paradojas. Por ejemplo, me parece interesante ver que a nivel autonómico se han hecho coaliciones de todos los colores desde hace mucho tiempo, pero a nivel nacional ha sido muy difícil formar el primer Gobierno de coalición.
A la década que llevas aquí no le ha faltado de nada: crisis económica, el desafío independentista en Cataluña, la aparición de los nuevos partidos, el coronavirus, los escándalos de la casa real… ¿Cuál ha sido la noticia o el momento más impactante que has vivido en España?
El momento más impactante fue el otoño de 2017 en Cataluña, ponía en cuestión la cohesión y la unidad del Estado. Los otros momentos han sido muy impactantes, pero más fáciles de entender. Una crisis suele provocar una reacción en cadena y lo he visto de manera bastante clara. Ha sido como una muñeca rusa, que cuando abres una te encuentras otra. A partir de la crisis económica, el malestar se propaga más allá de lo económico. Una gran grieta como fue la crisis financiera, que rompe una cierta certeza que tenía España de estar ya llegando a lo más alto, abre una brecha y mucho más.
Sobre el tema catalán, ¿cómo explicas siendo corresponsal lo que está pasando para el extranjero? ¿Los españoles supieron contar lo que sucedía frente al relato del independentismo fuera de las fronteras?
Siempre digo que es muy complicado explicar fuera lo que ya no se entiende dentro. He compartido muchas conversaciones con gente dentro -daba igual la parte- que decía que no entendía cómo se había llegado a esto. Es muy complicado explicarlo, pero al mismo tiempo creo que hay unas temáticas más globales que la gente puede entender de cierto modo, como la identidad o las batallas culturales. Lo vemos en Estados Unidos con los símbolos de la confederación y lo que ha supuesto el Black Lives Matter. Entiendo que la gente sea de donde sea es capaz de entender que se hacen nuevos cuestionamientos desde una parte de la población.
¿La imagen de España en el extranjero se corresponde con la realidad del país?
Creo que la imagen de España en general sigue siendo buena y lo dicen algunas encuestas. Diría que mejor que la imagen que tienen los españoles de su propio país. Es decir, creo que en algunos momentos han llamado la atención casos de corrupción como el de Urdangarin y han llegado a sorprender asuntos españoles, pero a escala global se está viendo a España desde muchos países en los que también hay terremotos sociales, culturales y políticos. A alguien no le va a parecer un terremoto España si lo compara con lo que está pasando en Estados Unidos desde la llegada de Trump hasta el Black Lives Matter.
Siendo el corresponsal del New York Times te habrán querido conocer los grandes personajes de España. ¿Cuáles te han impresionado para bien o para mal?
Difícil responder. Una de las cosas que más me han sorprendido de algunos de los personajes de esta década es que han tenido un protagonismo más grande del que ellos mismos pensaban tener. El más llamativo es Pedro Sánchez, que sale de ser un diputado sustituto a ser un joven líder del PSOE y luego recorre el país con su Peugeot. No es sólo reelegido como secretario general socialista, sino que llega a presidente. Me parece que no han llegado a puerto en España los que parecían empezar la carrera con más ventaja. Ninguno de los últimos tres presidentes -Zapatero, Rajoy y ahora Sánchez- empezaron como favoritos dentro de su partido.
Eso conecta con la idea que decías antes, por Rajoy y Sánchez, de un país de aguantar mucho. Ellos lo hicieron hasta que lo lograron.
Creo que Rajoy, en cierto modo para mí, es el político por excelencia en el sentido de entender el mecanismo interno de la política y de saber mantenerse, manejarse y dividir para gobernar. El ejemplo que me viene a la mente es que nada más llegar a La Moncloa en 2011 separó Hacienda y Economía y puso a dos personajes que nunca llegaron a entenderse bien como Luis de Guindos y Cristóbal Montoro. Durante toda la crisis financiera, el presidente estaba encima de dos ministros que no iban exactamente en la misma dirección. Lo podemos valorar como bueno o malo, pero en en sí un arte para sobrevivir en política.
¿Cómo has vivido tu trabajo con una pandemia? ¿Cómo ves al país?
A nivel personal y de trabajo, con la misma angustia que cualquier ciudadano de Madrid. Pero con un poco de frustración de no poder hacer un trabajo que me gusta: pisar terreno. Por reglas muy estrictas, más bien dentro de mi periódico, que a nivel de leyes del estado de alarma. Un redactor en Nueva York murió en marzo y se tomó muy en serio el periódico lo que es moverse. Me hubiera gustado salir más. Y es muy complicado escribir sobre un tema que uno no entiende y que parece que nadie entiende. Ha sido como meterme en un tema médico y científico en un momento en el que los mismos especialistas parecen tampoco entender. Es andar ciego por un túnel a veces, con mensajes contradictorios.
¿En España has sentido mucha presión por parte de los poderes políticos para que hablaras bien del país en el periódico?
He tenido algunas presiones, pero nada que considere inaceptable, ni mucho menos. Entiendo que todos estamos en cierto modo en el negocio de vender lo que tenemos y presentar la mejor imagen posible. Eso corresponde a un consejero delegado igual que a un político. Nunca me he sorprendido por algunos intentos de decirme que no había hablado bien, pero nadie me ha metido en una situación de apuro desagradable o de chantaje.
Fue muy polémica en España aquella imagen que se publicó en el New York Times de una persona rebuscando en la basura en un reportaje sobre la crisis.
Primero: se publicaron durante la crisis muchos reportajes impactantes en la prensa española. Lo digo en el libro, hay una sensación muy humana de que la crítica desde fuera se vive peor. Cada uno puede hablar mal de sus hermanos y de sus padres, pero si alguien de fuera lo dice, se monta la de San Quintín. Es un rasgo muy humano. En el caso concreto, entiendo que no gustó la foto, pero esa fue una de las realidades de una crisis que no tocó a todos de la misma manera. En esa crisis conocí a gente que la vivió como una posibilidad con pisos y activos baratos, mucha gente ha ganado mucho dinero. Al mismo tiempo mucha gente ha perdido. Lo he visto en el barrio de Argüelles, en una esquina había un supermercado con contenedores fuera y cada mañana había cosas tiradas. Que me digan desde La Moncloa, como fue el caso, de que esa no es la realidad de España, te hace pensar que no es su realidad o no la que quieren ver. Obviamente no es la realidad que quiere presentar un país, pero lo que me llamó la atención es que nadie realmente discutía si los hechos eran falsos o reales, era más el cómo presentarlo. Y yo digo que se corresponde.
Dices que hay algunos temas en España a los que los periodistas ponen mucha pasión como el fútbol. Te sorprendía ver a los compañeros periodistas en los partidos.
Sí. El corresponsal tiene la ventaja de no sentir la misma pasión y emoción que la de muchos de los propios periodistas del lugar. Eso impacta a la hora de ir a un espectáculo como el fútbol. He estado en la tribuna de prensa de algunos de los mayores estadios de fútbol de España y siempre pasa lo mismo: hay gente literalmente gritando mientras escribe. Siempre digo chapó por tener todavía la capacidad de trabajar.
Una de las cosas sobre las que más escribe la prensa internacional es el franquismo y el pasado. ¿Es lo que más te pedían? ¿Cómo ves la relación del país con su historia?
Vuelvo un poco a lo de la familia dentro y fuera. El tema de Franco se habla en el Congreso durante el debate de la moción de censura, que supuestamente iba de la mala o buena gestión de la covid. Lo que escuchamos fue al jefe del tercer partido de España (Vox) hablando de Franco. La prioridad de la exhumación viene de un nuevo presidente del Gobierno apenas entrar en La Moncloa. No creo que el tema sea de la prensa extranjera, está todavía bastante presente en la política española. Hay muchos debates actualmente sobre cómo sociedades miran atrás y vuelven a confrontarse con ciertas angustias y debates no acabados.
Por ejemplo, el New York Times está dedicando una cobertura muy grande a todo el tema de la esclavitud americana. En EEUU hay un debate muy extenso sobre si Hamilton tenía esclavos o no. Cada semana tenemos un nuevo capítulo, y en el caso español llama la atención de que en la Transición se tomó una decisión más de borrar que de confrontar, está simbolizado en la ley de Amnistía. A partir de ese momento, a pesar de tener unos intentos y un debate, realmente nunca se ha hecho la labor de llegar al menos a un denominador común sobre lo que se puede o no decir y contar sobre la Guerra Civil y el Franquismo. Siempre se ha manejado como un tema político. Dificultades parecidas a otros países, como Francia y el tema de la colaboración con los nazis en el Gobierno de Vichy. Cualquier sociedad que tiene que confrontar un pasado donde la división viene desde dentro lo tiene muy complicado.
¿Qué diferencias hay entre la prensa anglosajona y la española? ¿Se hace buen periodismo en este país?
Creo que se hace muy buen periodismo en España. Tiene una cultura de escuelas de periodismo muy desarrollada. Coincido con muchos compañeros y compañeras de mucho nivel. No veo una gran diferencia. Lo que ha ocurrido a veces a lo mejor es que la polarización española se ha metido mucho en la cobertura mediática, pero ha pasado lo mismo en Estados Unidos. No veo que sea distinto. Y luego está el aspecto de independencia económica y financiera que me parece clave, pero eso no es un tema que esté definido por fronteras. Cualquier medio que no tiene la solidez financiera suficiente para hacer un trabajo en buenas condiciones lo tiene complicado. La buena investigación cuesta dinero y tiempo. Y el tiempo se convierte en dinero, porque hay que dedicar gente a un tema de manera exclusiva durante un tiempo. No se le puede pedir hacer ocho cosas cada día mientras está intentando meterse en un tema complicado, eso no puede ser. El multitasking tiene sus límites. Pero no es un tema de banderas nacionales, sino de muchos de los medios actuales.
Después de una década aquí, ¿cuál es la costumbre que ya has adoptado y no vas a renunciar y cuál te sigue molestando o importunando?
La que me sigue importunando es cenar muy tarde. Lo encuentro realmente difícil para el buen sueño, salir de cenas larguísimas pesadas e irse directamente a dormir… Vengo de Suiza, el horario en mi casa consistía en acabar la cena antes de las siete y media porque era la hora de los informativos. Con el toque de queda la gente está llegando ya al restaurante más a las ocho que a las nueve y media, no me parece una mala noticia.
Y la costumbre que he adoptado es vivir mucho más en la calle, me ha encantado ver hasta qué punto la vida española se hace en sentidos comunes y sin barreras entre las generaciones. Me fascina ver a niños corriendo por la noche en una plaza mientras sus abuelos y padres están en una mesa de la terraza. En muchas sociedades no es así, es algo que se ha perdido mucho en la Europa del norte. Uno de los impactos más difíciles del coronavirus ha sido eso: romper esta costumbre.