El campo andaluz se ahoga: "Vamos a volver a hace un siglo, todo a los grandes terratenientes y el resto a trabajar sus tierras"
El S.O.S. de agricultores y ganaderos vuelve a oírse pasadas las elecciones contra un modelo de negocio "a pérdidas".
Son las 10 de la mañana de un día cualquiera de verano. Dicen los meteorólogos que la ola de calor ha pasado (por ahora), pero en mitad del campo y con el sol en todo lo alto, que suene el teléfono es casi una buena noticia. Unos minutos de descanso que son, en realidad, de desahogo, porque preguntar por el campo andaluz a sus trabajadores es darle rienda suelta a las confesiones que guardan. Hablan del cambio climático, de la inflación, de los efectos de la guerra y del descuido generalizado de las instituciones. De lo que casi no hablan es de las elecciones andaluzas.
Básicamente, porque les importan lo justo. El S.O.S. del olivar, el cereal o la ganadería local no tiene que ver con el 19-J. Viene de viejo y amenaza con ir a peor. Una de las últimas fotografías previas a la pandemia es la de miles de agricultores echándose a las calles españolas para protestar por su situación límite. En Andalucía, pero también en Madrid, Extremadura, Valencia o País Vasco. Se ha hablado algo del campo en campaña, pero guardadas ya las urnas, la aceituna, el tomate y la leche vuelven al silencio. Y a cifras insostenibles.
Según datos de la Junta de Andalucía en 2020, previos al coronavirus, la superficie agraria útil (SAU) de la comunidad representa el 18,9% de la de toda España, con 242.985 explotaciones profesionales. “Hay muchas más, pero que no forman parte de ese modelo profesional, son pequeños cultivos que no puedes decir que den para vivir del campo”, matiza Miguel López, secretario general regional de COAG (Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos) e histórica figura del campo andaluz.
De Despeñaperros para abajo, el peso de la actividad agropecuaria fue ese ejercicio del 8,7% con respecto al total de la población empleada. Sin embargo, de acuerdo con el mismo estudio oficial, el sector primario es la principal fuente de trabajo en la mitad de los municipios andaluces, especialmente aquellos alejados de las grandes urbes de población. Mucho dinero... a priori.
“El campo es engañoso en los resultados y hay mucha ignorancia”, comienza reflexionando Alfredo, un aceitunero de Jaén. “En un año bueno en que la aceituna te dé 100.000 euros si quitas los costes, sueldos, etc. te quedan 40.000. Pero ese año bueno lo tienes que compensar con otros que cierras con 3.000. 3.000 euros por 365 días de trabajo, calcula. Y hay años directamente que no ganas nada con el campo. Sobrevives tirando de ahorros, currando temporalmente en otra cosa, como puedas; piensa que hay muchos que están endeudados hasta el cuello para comprar maquinaria”.
Hacia un modelo de concentración empresarial
La crítica situación económica está llevando a que el campo viva “un fenómeno inquietante”, como lo define Miguel López. “Por un lado están cayendo muchos trabajadores que no pueden aguantar en estas condiciones y, por otro, están apareciendo grupos de inversión comprando extensiones de terreno”.
Esas adquisiciones masivas, detalla, se producen en zonas de cultivo fácilmente mecanizable “como el olivar superintensivo, o el aguacate, que ahora está tan de moda... De momento se están salvando los que llamamos cultivos sociales, los que necesitan mucha mano de obra”.
Para Miguel Ángel, otro agricultor cada vez más desencantado, “al final vamos a volver a lo que pasaba hace un siglo: todo a los grandes terratenientes y el resto a resistir con rentas y trabajando”. Porque, prosigue, “he visto mucha gente vendiendo sus pequeñas extensiones. Herencias de 200-300 olivos, que hoy no te dan nada más que para perder dinero. ¿A quién se lo vendes? La inversión de comprar olivos es imposible para la gente normal, piensa que aquí se han llegado a pagar 1.200 euros por olivo. Y cuando compras no compras unos pocos. Pues —él mismo se responde— se lo vendes a grandes terratenientes, que a ellos sí les compensa. Cuando tienes extensiones enormes le sacas dinero, si no es un año es otro, pero ganas y ganas bien”.
Los efectos del mercado se notan ya en el cultivo. Se está perdiendo mano de obra y, con ella, campo. Cristóbal Cano, secretario general de UPA (Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos), tira de los datos de Jaén, tierra ligada al olivar y referente agrícola para España y Europa. “En la provincia había 102.000 solicitantes de las ayudas europeas en 2014 y en 2021 las peticiones bajaron a 85.000. Solo en esta provincia, tan de campo, se ha perdido un 17% de actividad”. El problema, evidentemente, no solo toca al negocio aceitunero. Por ejemplo, también se hunde el cereal, otro elemento básico en la producción de la comunidad, con una “bajada del 30-35% solo por las condiciones climatológicas y la sequía en el último año... y ahora súmale los efectos de la guerra. Un desastre”.
Vivir contra un negocio ‘a pérdidas’
“Indicativos de que no es una actividad interesante en las condiciones actuales”, prosigue el representante de UPA. Pero, ¿cuáles son esas condiciones? “Un marco de libre mercado que en realidad es un marco de especulación, donde el control lo tiene la distribución y nosotros somos el eslabón de cola”, señala visiblemente enojado Miguel López, de COAG. “Es falso que el mercado lo regulan la oferta y demanda... el mercado lo regula la distribución, que es la que hace que el precio ridículo que recibe el productor se transforme en precios elevados para el consumidor”.
Dos ejemplos: un trabajador puede rondar los 15 céntimos por un kilo de naranjas que acaba vendiéndose a 1,5 euros en el super. Y por un kilo de ajos morados el salto es de unos 60 céntimos por kilo para el agricultor a casi 5 euros en el mercado. Y como estas, tantas otras muestras de la descompensación de precios.
Para el sindicalista, “se está apostando por importar productos del extranjero, muchas veces sin que Europa controle, simplemente dejando hacer a cada país”. Pone otro ejemplo, el del tomate: “Yo no puedo competir en precios con un tomate de Marruecos, que parece muy lejano pero está a unos kilómetros de Andalucía. Si aquí un jornal supone 80 euros al empresario, allí podemos hablar de 5. Obviamente, él puede poner esos tomates mucho más baratos y esto tira los precios en origen. Los agricultores y ganaderos casi siempre estamos por debajo de costes en condiciones normales, pero lo compensamos haciendo mil esfuerzos y cábalas”.
Le toma la palabra Alfredo, cuyo trabajo en el olivar “no entiende de vacaciones”. “El mercado está reventado. Se está metiendo mucho aceite de fuera que se envasa como español pero a un precio muy inferior y esto hunde el mercado. Muchos olivareros terminan malvendiendo su aceite para no ‘comérselo’ como sobrante año tras año”.
Cuenta, en su caso, cómo una buena cosecha la última campaña ha permitido subir “algo” su precio en venta, “pero de ganancia nada, porque los costes de producción se han duplicado”. “Eso sí, si vendiéramos el kilo de aceite a 1,80€ como otro años ya te digo que hoy sería insostenible”.
Contra esto quiere actuar la modificada ley de la cadena alimentaria, una “necesidad” que Cristóbal Cano aplaude. Desde su entidad, UPA, “la vemos como parte de la solución, era necesario regular el mercado y romper esos desequilibrios en la cultura de la conformación de precios. El texto prohíbe con beligerancia la venta a perdidas y sanciona este tipo de operaciones, con el daño en imagen que le pueda hacer a grandes distribuidoras”.
Surge una pregunta en las conversaciones. ¿Se puede vivir del campo? La respuesta es casi idéntica y la verbaliza el propio secretario general de UPA. “Vivir hoy del campo es muy complicado. Nos mantenemos porque no cuantificamos gran parte del trabajo que hacemos. Si hiciéramos las cuentas bien hechas, con un horario digamos normal, los números no salen. El campo exige y no mira las horas que trabajas, si son ocho o cuantas”.
“Si te lo planteas como ‘ganar dinero’ te digo ya que no. Para un agricultor, con el actual modelo social, no”, continúa Miguel López. Repite el argumento de las “mil horas” que expone su colega sindicalista y añade que otro problema es la “inestabilidad, porque el sector del campo es muy estacional y esos dientes de sierra, ahora sí, ahora no, quiebran nuestra economía”.
¿Y los que “sobreviven”, cómo lo hacen?, repregunta obligada. Lo resume Miguel Ángel, que atiende la llamada haciendo un parón en la ‘faena’ —se oye cómo le llaman en un par de ocasiones—. “Gracias a la PAC (el sistema de ayudas de la Política Agrícola Común de la UE). En pocas palabras, si no es por Europa, Jaén se iría a pique. En mi caso, te lo digo, sin la PAC yo perdería dinero. Con ella tengo para cubrir los gastos y si luego la cosecha va bien gano algo, si es mala empato. Pero menos mal que funciona”.
Sin embargo, el tema de las ayudas no pone de acuerdo al sector. Alfredo hace referencia a otra, también procedente de Europa, para los jóvenes agricultores. “Te exigen tener 17 hectáreas. Yo no las tengo, la mayoría de jóvenes no las tiene. ¿Quién las tiene? El padre que dispone de 100 hectáreas y le ‘da’ a su hijo 17 para pillar los 80.000 euros de la subvención. Al final, el pez gordo lo pilla todo y el chico nada”. Otra vez, la concentración del mercado, el miedo que asusta a trabajadores y representantes.
¿Y por qué seguís en el campo?
“Esa es una buena pregunta... a ver cómo te la respondo”, contesta entre risas Miguel Ángel. Este agricultor y músico —bromea con que sus dos oficios le van a hacer rico— razona que es “su vida”. Lo es también para Alfredo, como para los dos representantes agrícolas y para cualquiera que trabaje en el sector primario.
Mucho romanticismo y un punto de libertad. “Es muy duro, tienes que echarle muchos cojones por trabajo y por el riesgo de hacer inversiones en maquinaria, productos... pero tienes una libertad de horarios y de no tener un jefe encima o un trabajo rutinario día tras día”, remata Alfredo.
Sentimientos que se convierten en razones ante la falta de una verdadera libertad. Desde la finca que trabaja, Miguel López también habla de libertad y de cómo “tú decides cuándo empiezas y acabas, qué haces hoy, estás en la naturaleza... Pero que no se engañe nadie, es muy duro y no sale a cuenta”.