Quién es Alaa Abdel Fattah, el preso político que saca los colores a Egipto en plena COP27
Líder en la Primavera Árabe, acaba de poner fin a su huelga de hambre porque ni tiene juicio justo ni asistencia consular, siendo británico. Hasta Biden se ha interesado por él.
Se llama Alaa Abdel Fattah, tiene 40 años y es uno de los presos políticos más conocidos de Egipto, ese país que niega que tenga presos políticos pese a que las organizaciones mundiales de derechos humanos los cifran en más de 60.000. Este programador informático fue uno de los líderes de la Primavera Árabe contra Hosni Mubarak, desde 2010, gracias a su papel como bloguero, y cumple ahora una pena de cinco años por “difundir noticias falsas”.
Hasta ayer, llevaba seis meses en huelga de hambre y, coincidiendo con el arranque de la Cumbre del Clima (COP27) en su país, en la ciudad balneario de Sharm el Sheikh, también dejó de beber. “Lo que vendrá es desconocido”, escribió entonces en una carta su familia, angustiada. Ahora, la presión internacional sobre su caso ha llevado a avances: vuelve a comer y a beber y podrá ver a sus allegados mañana mismo.
Su caso se había convertido, en paralelo a su lucha vital, en motivo de escándalo en la cita de la ONU. Había líderes mundiales que pedían cuentas al Gobierno de El Cairo por su situación y activistas que realizaban acciones sorpresa en mitad de las jornadas, para que su caso no decaiga, con huelga o sin ella. Postrado en su camilla, saca los colores a los de Abdelfatah El-Sisi.
Una vida de pelea
Alaa Abdel Fattah se inició en el activismo a través del blog Manaala, que escribía junto a su esposa, Manal Bahey el Din Hassan, y que recibió en 2005 un premio de la organización Reporteros sin Fronteras (RSF) por su defensa de la libertad de expresión y prensa en Egipto, considerado un “depredador” de estas libertades en su informe anual. Durante la Primavera Árabe, junto a su esposa, formó parte del grupo de jóvenes egipcios que lograron movilizar a gran parte del país en busca de un cambio democrático para su gente.
Es miembro de una familia entregada al activismo. Su padre, Ahmed Seif al Islam, también sufrió la cárcel y tortura en Egipto durante la década de los 80 del siglo pasado, que le dejó secuelas para el resto de su vida. Su hermana, Sanaa Seif, que es quien ahora pelea por su causa en las calles, también ha estado encerrada en varias ocasiones. Para él no es la primera. Su primer arresto postrevolución fue el 30 de octubre de 2011, cuando el fiscal militar lo detuvo por escribir el artículo Estar con los mártires, porque eso es mucho mejor, sobre la muerte de unos manifestantes coptos. En noviembre de 2013, Abdel Fattah fue nuevamente detenido y condenado a cinco años de cárcel por presuntamente organizar una protesta política sin solicitar autorización, aunque fue puesto en libertad bajo fianza el 23 de marzo de 2014.
Luego fue arrestado durante dos meses ese mismo año, pero por cargos no aclarados. Posteriormente, fue sentenciado a un mes de cárcel en rebeldía y una pena de cinco años en febrero de 2015, de la cual fue liberado en finales de marzo de 2019.
Seguía sujeto a un período de libertad condicional de cinco años, lo que le obligaba a permanecer en una comisaría durante 12 horas diarias, desde la tarde hasta la mañana, cuando el 29 de septiembre, durante las protestas en las que se reclamaba la caída de Al Sisi, fue detenido otra vez por miembros de la temida Agencia de Seguridad Nacional y llevado a la Fiscalía de Seguridad del Estado por cargos desconocidos. Con las semanas, fue procesado por “difundir noticias falsas” y encarcelado durante cinco años.
Su hijo Jaled, al que nombraron en homenaje a Jaled Said, el joven asesinado por la policía en Alejandría cuyo caso se convirtió en detonador de las protestas que condujeron a la revolución, nació mientras Abdel Fatah estaba en la cárcel. Una vida robada.
Todo por el todo
El pasado abril, inició una huelga de hambre que acabó ayer. El motivo es que en recientemente logró la ciudadanía británica, porque su madre nació en Londres, y desde entonces está pidiendo que se le permita tener asistencia consular del que también es su país, Reino Unido. Por eso ha pedido reiteradas veces a Londres que intervenga en su caso. Numerosos funcionarios gubernamentales ingleses han declarado públicamente que han planteado el caso a funcionarios egipcios, pero sin avances.
Resistía a leche, té y miel hasta que, ante el inicio de la COP27, el pasado 6 de noviembre, decidió que ya tampoco iba a beber. Su familia temía la posibilidad de que se estuviera forzando su alimentación para no tener “un muerto sobre la mesa en mitad de la cumbre” y porque no recibía prueba de vida alguna.
El actual primer ministro, el recién llegado Rishi Sunak, envió una carta antes del encuentro mundial en la que le decía a los allegados del activista que su caso es “una prioridad para el Gobierno británico tanto como defensor de los derechos humanos como ciudadano británico”. Y hay constancia de que, en su estancia en la ciudad costera que acoge aún el encuentro, ha sacado a colación el tema. No ha sido el único. También se han preocupado por el bloguero el norteamericano Joe Biden, el francés Emmanuel Macron o el alemán Olaf Scholz, además del secretario general de la ONU, Antonio Guterres. No se ha logrado ni la asistencia legal, así que la liberación queda aún más lejos.
Además, activistas internacionales irrumpieron en el Pabellón de Alemania con camisetas en las que se leía “Free Alaa”, “libertad para Alaa”, aunque también un grupo de egipcios sacó fotografías del detenido con rótulos que lo tildaban de “terrorista” y “traidor”. Su hermana, que se ha desplazado a la zona durante la COP tras impulsar nuevas protestas en Londres, ha ido dando cuenta de la presión que ha sentido por parte de las autoridades para que su causa tenga el mínimo eco.
Cómo están ahora las cosas
La vida del activista estaba en juego, pero sigue vivo y ha parado la huelga porque algo se mueve. Al menos, gracias al movimiento internacional generado sobre su persona al hilo de la huelga y la COP, la familia ha logrado que las autoridades penitenciarias le envíen a su madre una carta en la que dan cuenta de ello. Supuestamente, ha sido escriba por él.
El jueves pasado, Laila, su madre, dijo que los funcionarios de la prisión de Wadi al-Natroun, al noroeste de El Cairo, le habían dicho que se había sometido a una “intervención médica no especificada con el conocimiento de una autoridad judicial”. Por qué fue operado, qué le pasaba, nadie lo sabe.
″¿Cómo estás, mamá? Seguro que estás muy preocupada por mí”, dice ahora el documento, difundido por los suyos en las redes sociales, con traducción al inglés. “A partir de hoy volveré a beber agua, así que puedes dejar de preocuparte hasta que me veas tú mismo. Los signos vitales hoy están bien. Me mido regularmente y recibo atención médica”. Más tarde, un segundo texto, confirma que deja toda huelga, que el jueves podrá tener una visita de 20 minutos con su familia, a través de un cristal. Ha pedido una tarta para celebrar su cumpleaños. Parece de buen humor. “Te explicaré todo el jueves”, dice a su madre.
Las autoridades penitenciarias han estado negando en este tiempo el acceso a su abogado, cuando lo pidió el jueves, el domingo y nuevamente el lunes, y a pesar de que el fiscal general había otorgado los permisos correspondientes. La acusación pública se aferra a un informe médico que, supuestamente, confirma que Abdel Fattah goza de “buena salud”, pero sin proporcionar ninguna prueba, indica la BBC.
“Ahora sabemos que está vivo. Reconocería su letra en cualquier lugar”, dice su hermana. Sin embargo, nadie responde a por qué tardaron dos días en entregarles el papel, si se trata de encarnizamiento con ellos o hay algo falso en todo lo que el hombre cuenta. “Incluso con tanta atención internacional sobre Alaa, las autoridades egipcias pueden simplemente desaparecerlo. Necesita estar en un avión a Londres y sólo entonces nos permitiremos sentir un verdadero alivio”, se duele Seif.
Insisten, no obstante, en que no se fían. Mona Seif, otra de sus hermanas, ha acusado a las autoridades de falsificar los informes sobre el estado de salud de su hermano en el pasado y ha desafiado al Gobierno a publicar imágenes de Alaa desde su celda. Una muestra de vida mayor. “Alaa ya ha ganado la batalla. Si sale vivo y se reúne con nosotros, su familia, a salvo, lo habrá hecho usando solo su cuerpo y sus palabras”, escribió en Facebook. Y añadió: “Si no lo consigue y muere en prisión, su cuerpo le dirá al mundo entero la panda de mentirosos que sois: criaturas despiadadas e inhumanas a las que no se les debería confiar ni una planta, y mucho menos la gente y el futuro de este planeta”.
Desde el Gobierno, por su parte, insisten que el activista -a quien considera “un criminal”- se encuentra “estable” y asistido por un equipo médico, y todo lo demás es ruido para llamar la atención. El jefe de la diplomacia egipcia, Sameh Choukri, presidente de la COP27 a la sazón, ha sido el único peso pesado del Gobierno en hablar. Sostiene que el activista “se beneficia de todos los cuidados necesarios en prisión” y agrega que Egipto no ha reconocido formalmente la nacionalidad británica del preso y de ahí su negativa a que le dé ayuda consular de otro país.
Una persecución injusta
Más allá de los actuales problemas de defensa y salud que puede tener Abdel Fattah, está la injusticia original de su arresto y de su juicio. Detenido por publicar. Arrestado por opinar. Por algo Egipto es el país 168 sobre 180 en la Clasificación Mundial de Libertad de Prensa que publica anualmente RSF.
De acuerdo con Amnistía Internacional, fue trasladado a una cárcel de máxima seguridad, “donde los guardias le vendaron los ojos, lo desnudaron, le propinaron retiradas patadas y golpes y lo amenazaron e insultaron”. No tiene un delito de sangre, no ha sido procesado por terrorismo y, aún así, se le somete a la más dura de las penas. Porque hubo y hay más. “La tortura bajo custodia de Alaa Abdel Fattah ilustra la espantosa brutalidad con que las autoridades egipcias aplastan la disidencia y muestra hasta qué extremos están dispuestas a llegar para intimidar a quienes parezcan criticar al gobierno”, decía en 2019 Najia Bounaim, directora de Campañas de Amnistía Internacional para el Norte de África.
“Se necesita más que nunca una acción urgente e inmediata para salvar a Alaa Abdel Fattah”, afirma Jonathan Dagher, responsable del Área de Oriente Medio de RSF. “Las autoridades egipcias han dejado claro que no les importa si Alaa vive o muere. Depende de la comunidad internacional, y concretamente de las autoridades del Reino Unido, donde Alaa es ciudadano, el aumentar la presión para asegurar su liberación. El riesgo de que muera en prisión es elevado. Este es un resultado aterrador que no podemos permitir”, concluye.
15 premios Nobel han enviado una carta a las autoridades de Egipto reclamando al menos un trato humanitario al preso. Entre los firmantes se encuentran 13 ganadores del Nobel de Literatura (Svetlana Alexievich, JM Coetzee, Annie Ernaux, Louise Glück, Abdulrazak Gurnah, Kazuo Ishiguro, Elfriede Jelinek, Mario Vargas Llosa, Patrick Modiano, Herta Müller, Orhan Pamuk, Wole Soyinka y Olga Tokarczuk), además del químico George P.Smith y el matemático Roger Penrose.
“Alaa ha pasado 10 años -una cuarta parte de su vida- en la cárcel por las palabras que ha escrito”, reza la carta. “Como ganadores del Nobel, creemos en el poder que tienen las palabras para cambiar el mundo, y la necesidad de defenderlas si queremos construir un futuro más sostenible y genuinamente justo”.
Human Rights Watch, cuya web ha estado vetada cinco años en Egipto y acaba de reactivarse en un intento de lavado de cara ante la COP, insiste en su informe anual en que “bajo el gobierno del presidente Abdel Fattah al-Sisi, Egipto ha estado experimentando su peor crisis de derechos humanos en muchas décadas”. Detallan, en el caso de la represión, que “las autoridades han encarcelado a decenas de miles de críticos pacíficos, incluidas más de 4.000 personas arrestadas tras las protestas pacíficas de septiembre de 2019. Los agentes de seguridad cometen habitualmente graves violaciones de derechos humanos, incluidas torturas, desapariciones y ejecuciones extrajudiciales, con una impunidad casi absoluta”.
Además, “las condiciones de detención son pésimas y cientos de presos, incluidos los presos políticos, han muerto bajo custodia por una atención médica aparentemente insuficiente, incluido el expresidente Mohamed Morsi. Las enmiendas constitucionales aprobadas en 2019 en medio de arrestos masivos y la supresión de las libertades fundamentales han afianzado el régimen autoritario y permiten que los militares intervengan abiertamente en la política”.
El tiempo corre con él encerrado. Vivirá, pero hay que ver si hay daños de salud irreversibles por su huelga. No se han logrado ni mejoras en su encierro ni en su defensa. No hay opciones de libertad ni de traslado. Abdel Fattah es uno pero es 60.000, como todos los presos que Egipto guarda por criticar a sus sucesivos regímenes autoritarios. Y, aún así, se les premia con una cumbre para salvar el medio ambiente.